viernes, 18 de noviembre de 2011

Cuento: Un vestido elegante

Era casi el mediodía cuando Lucía caminaba por la lujosa calle Alvear. Cada local era un punto de atracción para detenerse a mirar su vidriera. Había paseado horas buscando ese vestido perfecto para ese tan importante evento por el que había esperado tanto tiempo y que le había costado mucho esfuerzo. Era hora de que alguno de sus libros recibiera alguna mención.

Nada de lo que había visto cubría sus expectativas. Luego del agotador recorrido y con un intenso mal humor, cuando ya estaba a punto de desistir, sus ojos se detuvieron en esa prenda. Era única. Sus colores deslumbraban y no dejaba belleza para ninguna de las otras con las que compartía el perchero. Lucía no tardó en acercarse a ese vestido que en segundos la había dejado sin palabras. Era todo lo que buscaba, elegante, sencillo y corto. Su tela era aterciopelada y, el negro, el rojo y el beige se mezclaban formando un deslumbrante “animal print”. Lo apoyó sobre su cuerpo mirándose al espejo, no había tiempo para probárselo mejor porque su trabajo en la oficina la estaba esperando. Era un talle único pero nada la detuvo para no comprárselo. Lucía se dirigió hasta la caja, lo pagó y salió del local con una sonrisa de oreja a oreja.

A la noche cuando llegó a su casa, después de una larga jornada de trabajo, y luego de una placentera ducha, se lo probó. No fue fácil pasarlo por su cuerpo por lo angosto que era, pero con algunos tirones y la ayuda de Daniel, su marido, pudo ponérselo. Le quedaba pintado, combinaba muy bien con sus zapatos y le hacía una silueta de modelo. Después de mirárselo durante un largo rato, escuchó la opinión de Daniel, a quien no le gustó por corto y apretado. No le interesaba lo que le dijeran, ella estaba convencida de que ese vestido era el que la haría deslumbrar frente a los demás invitados. Tanta era su ansiedad, que todos los días, después de tomar un baño, se lo probaba. Cada vez le costaba más ponérselo, pero siempre le pedía ayuda a Daniel, quien lo hacía bajo protesta. El vestido no le gustaba.

Lucía se volvió obsesiva con el vestido, al probárselo una y otra vez tenía sensaciones únicas que hasta a veces le daban escalofríos. Al ponérselo dejaba de sentir cualquier sensación.

El día del evento llegó, era un atardecer cálido. Lucía tomó su vestido, se lo puso aunque nuevamente le implicó una larga lucha. Se maquilló, tomó sus zapatos, su cartera y así salió para la fiesta junto a Daniel. En el camino, en el auto se dio cuenta de que no tenía nada de ansiedad ni nerviosismo, le pareció muy raro ya que era la entrega de un premio muy importante que había esperado años, tampoco estaba tranquila, no tenía sensaciones. Pensó que tal vez su vestido la hacía sentir muy contenida y segura de si misma. Llegó al salón, entró. Un gran catering estaba esperando a todos los invitados. Lucía enseguida se acercó a la mesa para servirse pero su vestido le apretaba tanto su panza que no la dejaba probar bocado.

Quiso charlar con varios colegas pero tampoco le salían las palabras, cada vez sentía con menos fuerza su voz, pensó que eso sí eran los nervios que tendría que tener, entonces prefirió cuidar su garganta para cuando la llamaran.

Comenzó la entrega de premios, la segunda en ser premiada fue Lucía. Enseguida se levantó, pero al caminar hacia el escenario se sintió agotada y con mucha sed, como si se estuviera deshidratando. No le importó y continuó. Subió las escaleras con un enorme esfuerzo. Recibió la medalla y una placa, intentó agradecer con unas pocas palabras, pero fue imposible. Ya estaba totalmente afónica.

Daniel, desde la mesa, percibió lo extraña que estaba su esposa pero se lo adjudicó a los nervios.

Lucía bajó del escenario arrastrando los pies, le costaba levantarlos. Se dirigió a baño, debía tranquilizarse y acomodarse el vestido. Apenas entró se miró al espejo, se vio demasiada flaca, se sintió incómoda. Creyó necesario desabrocharse algún botón del vestido para no sentirse tan comprimida, pero le fue imposible, los botones parecían estar pegados.

Comenzó a desesperarse, le era difícil respirar. Sentía que, de tan oprimida que estaba, sus pulmones ya no trabajaban bien.

Con la poca fuerza que le quedaba intentó arrancarse el vestido pero fue imposible. Era como una fiera que estaba avanzando sobre su cuerpo. En medio de la desesperación, abrió la ducha y se paró debajo para intentar desprender la tela del cuerpo, pero fue en vano. Cada vez sentía más la presión de la tela.

Mientras tanto Daniel, entre medio de tanto agradecimiento, no se percató de la ausencia de su mujer hasta que en la mesa comenzaron a preguntar por ella.

- Debe estar charlando como todas las mujeres en el baño.- comentó Daniel ya un poco inquieto.

Lucía apenas se mantenía de pie, quiso sujetarse de la cortina pero el plástico no aguantó su peso y cayó bajo la ducha. El vestido arremetió sobre su estómago y sobre el resto de sus órganos. Enseguida su respiración se cortó y su corazón dejó de latir.

Su marido comenzó a preocuparse aún más, ya había pasado mucho tiempo. No podía seguir esperando. Se dirigió al baño, cuando estaba por entrar una figura irreconocible, ¿un vestido con volumen y movimiento?, rozó su brazo. No había tiempo para pensar en la extraña silueta. Buscó a Lucía pero no la encontró, había desaparecido. Pidió ayuda a las mujeres que estaban cerca pero nadie había visto nada, hasta que se oyó el grito de una niña. Daniel se acercó, y allí se encontró con la cortina que escondía debajo los restos de su mujer.

LUCIANA VECCHIARELLI


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