miércoles, 29 de octubre de 2008

Otra crónica: Gourmet de trenes

Pasajeros indignados por la prolongada demora del TBA atacaron el tren, los más violentos incendiaron siete vagones. (Clarín, 4 de septiembre de 2008)

Por Lucía Perez Marchetta

El día gris, el cantar de las ruedas que les hacen cosquillas a las vías, eternas e inmóviles. Los pasajeros aguardan el tren como cualquier otro día. Decenas de personas esperando en el mismo andén, saben que cuando llegue, entrarán en la olla a presión. El jugoso caldo de todas las mañanas está por ser condimentado con especias de Castelar.
Los minutos se suceden y aún no hay rastros del ferrocarril. Las caras se giran, encontrando la misma expresión en sus pares. La demora no es algo nuevo. Una mujer se peina con los dedos, dejando rastros de impaciencia entre sus cabellos, y un muchacho le sube el volumen a su MP3. Varios cigarrillos hacen acto de presencia, y no falta el sujeto que recurre a la Ley de Murphy para interpretarlo como señal de que el tren está por llegar.
Y no se equivocó: luego de esperar treinta minutos, aparece la máquina que los llevará a destino, repleta como siempre, sin lugar siquiera para un alfiler, y se detiene lentamente en la estación. El condimento de Castelar es agregado de una vez al pulsudo caldo, dejando algunos afuera muy infelices, pero los que van adentro no ven las horas de llegar a estar cocinados para ser servidos en Plaza Miserere. Estas horas parecen alejarse cada vez más; la lentitud del tren es mayor que de costumbre. De repente, se detiene bastante lejos de la estación que dejó atrás, y nada cerca de la próxima. Asciende de los vagones un vapor descomunal, el caldo llegó a su punto de ebullición mucho antes de Once. El chofer les pide que desciendan de los vagones porque el problema es grave.
Con una furia arrasadora, el caldo empieza a derramarse por las puertas y ventanas del tren, expulsando hacia afuera los condimentos e ingredientes hirviendo, y fue cuando la olla a presión estalló. Un grupo de personas armó una fogata con palos y encendedores en varios vagones, y el fuego enmarcó la escena.
La gente empezó a descender más deprisa y el pánico cundió. Ardían dos vagones cuando los bomberos llegaron. Los pasajeros convertidos en caldo hasta el hartazgo pedían algo más que un camión de bomberos. ¿Qué se debe hacer para que el transporte no sea gastronómico todos los días? No culpen a la Gran Ciudad.

martes, 28 de octubre de 2008

Otra crónica urbana: Jack

Finalmente el sol se dignó a aparecer. Los cuatro veinteañeros, sentados en rectangulares lonas playeras cerca de un pequeño arbusto, sintieron los rayos golpear sus rostros y cubrir cada centímetro de la plaza Intendente Alvear. A pedido de Tita, Gianinna conectó los auriculares a su celular nuevo, subió el volumen y la radio comenzó a escucharse con mayor nitidez en aquel parque invadido por un intenso olor a hierba que desagradaba a la chica.
Percatándose de la música, un hombre con rizada cabellera negra sostenida por una ancha vincha gris, complementándose con unos cuidados anteojos de sol, ropa oscura y, en su mano, una botella de plástico transparente cortada por la mitad y llena de vino barato, se acercó lentamente al compás de la melodía a los cuatro jóvenes y preguntó:
-¿Qué están escuchando?
Gianinna tomó su Sony Ericsson última generación con toda rapidez.
-No, no te asustes -dijo él con una voz que mezclaba resignación con tristeza.
-No- comentó la muchacha con tranquilidad y posó la vista en la pantalla de su celular- Es Juanes.
-Es Juanes- repitió el hombre con una gran sonrisa mientras se alejaba unos pasos al son de la canción.
Los cuatro se miraron por un instante preguntándose el uno al otro quién era ese personaje, luego cada uno se sumió profundamente en sus propios pensamientos hasta que él regresó.
-¿Sabés quién es Jack Sparrow?- interrogó el hombre a Matías.
- Sí, el de Piratas del Caribe, el personaje de Jhonny Deep- contestó el joven.
-¿Quién?-preguntó Tita a Natalia.
-Jack Sparrow- dijo su amiga con gran claridad.
-El personaje que hace el divino de Jhonny Deep. ¡Ese tipo es tan lindo!-intervino Gianinna.
-Nada que ver, el lindo es Orlando Blumm- comentó Natalia.
-Sé quien es Jack Sparrow- dijo Tita.
En ese momento dos mujeres de avanzada edad que pasaban por allí se las escuchó decir:
-¡Ay, mirá a ese tipo!
-Esperemos que Macri haga algo con esta gente, porque este debe estar drogado y puede hacer cualquier cosa en ese estado.
-Sí, debe estarlo porque dice incoherencias.
El hombre escuchó a las ancianas y volteó su cabeza hacia ellas regalándoles una simpática sonrisa mientras las mujeres se alejaban con rapidez expresando en sus caras indignación por el atrevimiento de mirarlas.
- Yo soy el capitán Jack Sparrow- dijo el hombre al grupo de jóvenes.
Tita pensó por un instante cuantos diferentes mundos convergen en una misma ciudad y en su dialéctica de estar tan cerca pero a la vez separarse cada vez más uno del otro.
Jack señaló la esquina de la plaza y comentó con total seguridad:
-Allá, allá tengo estacionado el barco.
Los chicos volvieron a cruzar miradas por unos momentos pero después cada uno se perdió de nuevo en sus ideas, contemplando fijamente el cielo, mientras el capitán del Perla Negra se alejaba bailando con completa alegría en busca de otros corsarios.

María del Carmen González

lunes, 27 de octubre de 2008

Una mirada sobre el film Pizza, birra y faso

Cualquier joven que entra a la Universidad tiene objetivos tanto en el ámbito académico como en el plano personal. Quien estudia medicina puede tener como prioridad salvar vidas. Un abogado la defensa de la ley. Los estudiantes de ciencias sociales pueden, y de hecho sucede, tener distintos objetivos. El beneficio económico no es el motivo principal para la elección de su carrera, ya que otras profesiones son bastantes más generosas en ese sentido.
Lo cierto es que hay un punto de convergencia entre los estudiantes de sociales. Todos ellos comparten un compromiso como actores de la sociedad, y aún mayor, como especialistas en materias que a ella refieren. Algunos pueden plantearse como objetivo un cambio social mientras otros buscan una mayor comprensión de la sociedad para abordarla sin modificarla.
Las injusticias sociales han sido siempre centro de preocupaciones para muchos de esos estudiantes. Mientras más inmersos se hayan en la sociedad en la que viven, mayor es el compromiso para con lo que no esta funcionando en su interior.
Las miserias del sistema económico actual saltan a la vista. Mucha pobreza hay en las calles, en caras cada vez más jóvenes. Mucha marginalidad, delincuencia, drogadicción, violencia. Respuestas a otro tipo de violencia, quizás mucho peor, que la negativa a ciertos derechos básicos.
Esta realidad argentina, y latinoamericana en general, se ve plasmada en la película de la década del 90, “pizza, birra y faso”. El film de Bruno Stagnaro y Adrián Caetano cuenta la historia de un grupo de chicos que viven por las calles de Buenos Aires. Si bien tienen una casa, tomada, su hogar es la calle. En ese ámbito, el cordobés, Frula, Megabóm y Pablo pasan los días con su filosofía de vivir el día a día, de robar para comprar lo indispensable, pizza, birra y faso.
Se muestra la marginalidad de un grupo de chicos muy jóvenes a los que la sociedad les da una única posibilidad, la de defenderse como puedan.
El protagonista, cordobés, está de novio con una chica, Sandra, y juntos esperan un bebé. Ella parece ser la más madura del grupo. Quiere lo mejor para su hijo y para el cordobés y es por eso que intenta sacarlo de ese mundo de robos y lograr qu encuentre un trabajo decente. Él promete intentarlo, pero por el contrario, busca soluciones en robos mayores y un poquito más organizados.
La película saca a la vista los trapitos sucios de la sociedad argentina en el marco de los años 90, y no muy distinta a la actual. Los chicos de la calle se desenvuelven en busca de supervivencia, sin demasiadas ilusiones, esperanzas o proyectos. Sus objetivos no pueden ser mayores a los de un robo organizado, su realidad no les permite soñar con un cambio posible. La posible salida sólo se puede dar a través de un viaje a un lugar mejor. En el film, el cordobés y Sandra planean su viaje a Uruguay. En su imaginario ese lugar es su salvación. Podrán rehacer su vida junto a su hijo y dejar atrás todo lo vivido hasta entonces.
Paradójicamente, el cordobés muere, tiroteado por la policía durante ese gran robo, en el puerto, antes de subir al barco que se lleva a su amor y a su futuro hijo. Muere un chico de la calle, un delincuente, un marginado, la ciudad sigue su rumbo, a nadie le importa demasiado, el sistema sigue funcionando.
Algunos jóvenes de su edad, que corren con mejor suerte, miran la película y la analizan en sus clases. No viven esta cruda realidad, pero intentar comprenderla, para en un futuro colaborar para cambiarla.


Rosina M. Ron Leder

viernes, 17 de octubre de 2008

Crónica urbana: El loquito del “Torito”

La risa es generalizada, así como también las ansias por llegar a tiempo a trabajar. Todos en el colectivo lo miran con una cierta mezcla de humor y compasión, justamente por esa razón: la de verlo sólo fugazmente y desde arriba de un colectivo. Con una postura firme y desafiante hizo resonar su silbato en las cuatro esquinas de la avenida Juan Bautista Alberdi en su intersección con la calle Timoteo Gordillo. Viste de pies a cabeza como un árbitro profesional de fútbol: pantalón corto negro, camiseta del mismo color con vivos grises, medias largas, botines y el anteriormente mencionado silbato.
- Está loquito, pero es inofensivo eh.
Las señoras comentan al pasar por allí. Se sonríen. Buscan complicidad entre ellas. Algunos niños le temen, los más jóvenes lo burlan. La misma historia se repite día a día.
Aquel fue uno más en los que el barrio de Mataderos es testigo de las andanzas de este hombre. Él se mueve por estas calles con la serenidad de quien se halla en su hábitat natural. Su amor hacia el club Nueva Chicago, el “Torito”, lo han llevado a ser querido por los vecinos del lugar, también fanáticos. Siempre se lo ve en la cancha, rodeado de los hinchas que lo han adaptado como una suerte de mascota de la afición.
Esta mañana cruzo nuevamente en el colectivo la misma esquina. El frío y la niebla empañan los vidrios de las ventanillas y no permiten ver el exterior. Un niño, sentado a mi lado, escribe con el dedo su nombre en la ventana. Por la letra “A” de “Ariel” logro divisar la calle. Allí se encuentra él, nuevamente. Nada lo detiene en su andar, ningún clima es impedimento. Pero hoy no es árbitro de fútbol. Su personaje del día es una mujer. Su vestimenta lo delata: zapatos de taco alto, pollera larga, camisola color blanca. Nuevamente, la atmósfera dentro del colectivo se torna jocosa. La risa cómplice e hipócrita se logra filtrar en los cuerpos perfectamente pegados de los pasajeros, quienes, con ella, intentan paliar su angustia de una vez más empezar con la rutina diaria. El hombre responde a esa risa con una propia, dejando entrever la firme convicción que lo guía en su accionar.
- Yo no sé de dónde sacará tanta ropa este ciruja, todos los santos días se aparece con un personaje nuevo. ¡Qué bárbaro!
Así pasarán las mañanas, días enteros, quizás años. El hombre seguirá allí, en esa esquina, metiéndose en las pieles de quién sabe qué personaje. Y la gente seguirá pasando y seguirá riéndose, disfrazando con la carcajada los deseos de ser él aunque sea por un momento, de ser quien está debajo del colectivo y ve pasar la vida desde afuera. Y el hombre seguirá replicando con otra risa la ajena, sabiéndose convencido de estar actuando correctamente, dejando dudar de su locura, y haciendo empezar a pensar en la propia.


Fernando da Cruz Cabral




Imágenes que hablan

La alternativa a la inseguridad
n
o es el paraíso de la tranquilidad,
sino el infierno del aburrimiento.

Zygmunt Bauman


Una imagen vale más que mil palabras. A veces no es necesario conocer el contexto histórico de lo que se observa. A veces, el silencio y una mirada atenta suelen ser más eficaces. Esta imagen es el ejemplo perfecto. Allí se puede ver claramente como una vieja estación de tren oficia de comedor infantil. Un nene se ha escapado y juega solitario en el sitio que alguna vez fue ocupado por las vías.
¿Es todo lo que puede decirse de esta foto? La respuesta es no. A partir de esa primera impresión pueden derivarse conjeturas y reflexiones, claro está, siempre que uno se encuentre dispuesto a ver más allá de sus ojos. Este recorte de la realidad muestra sin dudas, soledad y desolación. Contraste perfecto con una ciudad donde la vida sucede vertiginosamente, aquí el tiempo parece no avanzar.
Todo contribuye a pensar que se está observando un pueblo fantasma. Un pueblo abandonado a la desidia. Las marcas de unas vías que ya no están hablan de un pasado más transitado, con gente que iba y venía en el tren. En este caso, la imagen corresponde a un pueblo en La Rioja, pero es bien sabido que situaciones así no son excepcionales. A lo largo del país, sin dudas, se repiten.
Si John Berger señala que “las ciudades están llenas de sorpresas, llenas de lo inesperado, de extraños encuentros, llenas de respuestas que no esperabas a tus preguntas”, aquí sucede lo contrario. Alrededor no hay nada que indique la posibilidad de que ocurra algo distinto. La monotonía parece llenarlo todo. No es probable que algo vaya a romper la tranquilidad del sitio.
Esta tranquilidad, tan anhelada por los habitantes de las grandes ciudades, aquí se asemeja al tedio y al abandono. A una soledad no elegida sino impuesta. La imagen parece retratar una tarde de domingo que se prolonga a todos los días de la semana. Donde el tiempo no transcurre. Y nada sucede. La tierra seca, al igual que las hojas de los árboles, generan la sensación de que hasta el cielo ha olvidado aquel lugar. Una sequía que se combina con el olvido humano. Ambos crueles. Aunque el olvido humano suele ser más irritante y repugnante.
Tal vez esta simple fotografía pueda significar aún más. Tal vez sea el reflejo de nuestra sociedad y su funcionamiento. Puede ser que lo observado por Graciela Speranza coincida con lo que ciertos recortes de la realidad nos muestran: “las ciudades han dejado de ser promesa de crecimiento o prosperidad, y las diferencias sociales se han acentuado dramáticamente con nuevas formas de segregación espacial”. Quizás los excluidos del sistema vayan formando a lo largo del mundo esos pueblos fantasmas donde nada parece vivo. Y sigan así su camino inerte de supervivencia impregnados de un resignado silencio. Solos, intentando darle vida a los sitios que otros desechan. Esos otros que giran la cabeza para evitar toparse con una realidad que les incomoda. Que se llenan de prejuicios porque es más fácil que derribar las fronteras del miedo a lo desconocido y buscar tender puentes por sobre las diferencias.
Para finalizar este texto reflexivo, que tiene la ambiciosa pretensión de abrir las puertas a un debate, es interesante citar nuevamente a Zygmunt Bauman, quién inteligentemente recuerda: “La sociedad humana es distinta de un rebaño de animales porque alguien puede sostenerte; es distinta porque es capaz de convivir con inválidos, hasta el punto de que históricamente podría decirse que la sociedad humana nació junto con la compasión y el cuidado de los demás, cualidades sólo humanas”. Tal vez sea hora de resaltar los rasgos más característicos de nuestra especie y tender las manos al prójimo; de salir a buscar un futuro mejor en lugar de esperarlo sentados.
Marisol Andrés
Mayra Gullotta

sábado, 4 de octubre de 2008

Crónica periodística

Viernes 22 de agosto de 2008

Crónica de una crisis anunciada

La lucha por la educación pública, por las mejoras edilicias, por la triplicación del presupuesto, por el aumento salarial y un “¡edificio único ya!” son los principales motivos que han movilizado fuertemente en estos últimos meses a la Facultad de Cs. Sociales de la UBA. Junto a otras facultades y universidades del país, al igual que a docentes de escuelas primarias y secundarias, hacen sentir cada vez más sus reclamos

Eran las once de la mañana del viernes 15 del corriente y las aulas de la sede de Ramos Mejía estaban vacías. No hubo ni tanto movimiento como siempre ni el gran murmullo característico de los pasillos de esa Facultad. A pesar del paro activo, los no docentes trabajaron normalmente. El silencio se hizo presente en todo el edificio. En unas pocas aulas se dieron clases y en otras se charló sobre la medida de fuerza tomada ese mismo día. Algunos alumnos llegaron a la puerta y dijeron cosas como: “¡Uh! ¿Otra vez paro?”, y con algunos insultos se retiraron del lugar.
- Ni idea, mejor me vuelvo a dormir.
- Sí, sobre el aumento salarial, me parecen buenas las movilizaciones aunque no participo de ellas.
- Me parece bien que se luche por la educación pero, ¿quién se entera de los paros?
- No, la verdad no sabía nada.
- Soy de la FADU, en realidad, pero sí, apoyo algunos paros y las clases públicas, pero no apoyo no tener clases.
Fueron algunas de las respuestas que dieron varios alumnos que deambulaban por los pasillos al preguntarles si estaban enterados del paro y de la situación que se estaba viviendo en el ámbito universitario. Pero no es esa mañana cuando empieza la historia.
Remontándonos al año 2002, tras 45 días de toma del rectorado, el decano Federico Schuster prometió hacer todo lo necesario para conseguir el edificio único. El 3 de abril del 2004, Schuster, afirmó en una nota realizada por Javier Lorca (responsable de la sección Universidad) en el diario Página 12 lo siguiente:
“Por suerte, la universidad comprendió que lo que Sociales necesitaba no eran sólo aulas sino una facultad en serio, un espacio que pueda ser habitable para los estudiantes, los profesores y los no docentes” y así continuaba la nota: Después de años de reclamos (incluida aquella toma del Rectorado por 40 y tantos días), después de años de funcionar dividida en tres y más sedes, Sociales cuenta con un edificio de casi 25 mil metros cuadrados, donde funcionó la firma Terrabusi, que la UBA compró en el 2003 a cambio de 2,6 millones de pesos. En este momento, universidad y facultad están acordando el proyecto arquitectónico. Luego habrá que licitar las obras necesarias y, además, asignar los fondos, cuestión complicada en una universidad bastante ajustada. Las autoridades aseguran no tener claro cuánto costarán las refacciones, aunque se supone que superarán los 10 millones de pesos. ¿Cuánto durará la obra total? Si todo sale bien, unos tres años.”
Seis años después, apenas si se han construido una decena de aulas en el “supuesto” edificio único de la calle Santiago del Estero, que a duras penas logran albergar a la carrera más chica (Trabajo Social) de las cinco que conforman a la Facultad de Sociales. De las cuatro carreras restantes no hay ni noticias de cuándo se iniciaría la mudanza. Cada cuatrimestre se estiran los plazos, a tal punto que ahora la gestión ni se anima a darlos a conocer, y la obra se encuentra paralizada hace ya alrededor de un año y medio. Además, las condiciones de cursada y de seguridad son pésimas. Con aulas repletas de alumnos, con escaleras y accesos totalmente inadecuados para la cantidad de estudiantes, con ascensores que continuamente están fuera de servicio y con la inexistencia de planes de evacuación viables, entre otras cosas, las sedes demuestran sus malas condiciones. En abril de este año, el rectorado había firmado un convenio con el Gobierno Nacional por el cual se asignaron 22 millones de pesos para la reanudación de las obras. Estudiantes, docentes y no docentes, han exigido que se les den plazos concretos. La respuesta del decano ha sido, una y otra vez, que él no está en condiciones de darlos. Al poco tiempo, se enteraron de que esos 22 millones son insuficientes por la inflación y que por lo tanto los inexistentes plazos se estirarían aún más.
La situación es cada vez más crítica. En el mes de junio de este mismo año, se produjo un incidente en la sede de Marcelo T. un corte de luz mostró, entre otras cosas, la inexistencia de luces de emergencia. A raíz de este hecho, alrededor de 400 estudiantes cortaron la Av. Córdoba y realizaron una masiva asamblea en la que votaron tomar esa misma sede. Más recientemente, la semana pasada, en las instalaciones de este mismo edificio, mientras una alumna se encontraba en el baño, una viga, mejor dicho, una barra de hierro de más de un metro de largo, se desplomó y casi lastima a la estudiante.
A raíz de todos estos hechos, estudiantes, docentes y no docentes, junto a la FUBA, los estudiantes de otras facultades y los docentes de la CONADU histórica, se han puesto en marcha para decir “¡basta!”. Siguen reclamando un “¡edificio único ya!”. Bajo este lema, se han llevado a cabo masivas marchas y asambleas, casi interminables, para organizar la lucha y lograr que sus voces sean escuchadas. Sus reclamos no son más que una reivindicación de sus derechos: derecho a la educación pública, gratuita y en condiciones dignas. También los docentes luchan por un salario digno y no de indigencia, como es hasta ahora. La educación de nuestros jóvenes y el trabajo de sus educadores dependen de las respuestas a estos reclamos. Reclamos que nunca deberían haber existido.


María Betania Salas

Crónica urbana: El bombo y las voces nunca dejaron de sonar

Como cualquier día de partido pica ir a la cancha a seguir al equipo que uno lleva en el corazón, pinta en la esquina el faso y el vino en cajita. Se arranca temprano, tipo once. Hay que preparar los trapos y calentar las gargantas. El capo da las órdenes y el resto obedece, son como esclavos. Si alguno se rebela, el rey da el mandato y no le queda un hueso sano. Todo es alegría, es como para un religioso ir a misa. La calle se convierte en pasarela y pasa a ser un desfile de ropa deportiva de marca. Atrás quedan las zapatillas de lona, ahora la onda es usar llantas Nike con resortes. Vestidos valen más que pasar una noche en el Hilton. Todo es alegría, se entonan las voces del himno del escudo al que siguen y los bombos y las gargantas nunca se dejan de escuchar. La caja pasa de mano en mano y "pase otro Tetra para mi hermano el Tano". La procesión se hace en micros escolares. El capo deja su nave en el garaje. Ya tienen su lugar reservado en el templo. Se ve entrar a los hinchas contrarios, se oye: “si esos son unos pechos fríos”. Todos gritan insultando. La policía los escolta. Las plateas se llenan de familiares y los bombos no se dejan de tocar. El espectáculo comienza y los veintidós jugadores no son el único show. Parece que uno se rebeló y el capo a balazos lo bajó. Pero nada se escuchó, el bombo todo lo disimuló. La gente grita el primer gol. El baleado pide ayuda, por favor y nadie se quiere meter. La policía observa y no actúa. Se vuelve a escuchar otro gol, “por fin empatamos”, dijo el cana, con el escudo apoyado contra la pared. La platea observa tranquila el partido. Rondan algunos mates y el cocacolero. Finaliza el primer tiempo, un recreo para los protagonistas de adentro de la cancha, pero en la popular el espectáculo sigue. Algunos esclavos le gritan a su rey. La hinchada se tiñe de rojo. La ropa deportiva de marca se mancha de chocolate. Pero nada se escucha, porque el bombo y las voces nunca dejaron de sonar.



Karina Yanel Gaito