domingo, 20 de noviembre de 2011

Crónica urbana: Una silla en medio de una multitud

Durante la semana a toda hora es “hora pico”. Ya no existe diferencia entre la mañana y el mediodía. La gente camina con un objetivo claro, llegar al tren. Todos quieren llegar rápido, sus miradas están fijas en el piso. Evitan pisar las baldosas flojas o a los que se detienen a comprar alguna provisión. Parece una carrera de obstáculos, con atropellos, intercambio de miradas y hasta a veces insultos.
Una larga fila de puestos interrumpen el camino que pareciera estar marcado para los que se dirigen hacia la entrada del andén donde está la boletería. “Fundas para celulares, las mejores”, “Flores frescas”, “Cosas para aprovechar” se escucha en ese trayecto que divide las dos estaciones de trenes. Todos siguen en su camino. Oficinistas llegando tarde, niños gritando, vendedores ambulantes que se cruzan de vereda a vereda, las chicas que reparten folletos.
Se escucha la bocina del tren, la gente se apresura más, algunos corren, pocos mantienen su ritmo lento lo que provoca un problema para los que tienen los minutos contados. Nadie se lo quiere perder. Abundan las caras de cansancio, o de recién levantadas.
En medio de tanto barullo y de las cientos de personas que van y vienen, está ella sentada. Una mujer de apenas unos cuarenta años, de contextura grande y pelo corto, morocha. Repite una y mil veces la misma letanía “La razón, diario a voluntad”. Nadie se da cuenta de su presencia. Pareciera que su voz no tiene fuerza, sus palabras se pierden en medio de tanta gente. Solo es un obstáculo más para aquellos que caminan por allí. La mayor parte de su día lo pasa en esa silla. Sola entre medio de una multitud que ni una mirada le dirigen.
Entonces se oyen las sirenas del patrullero, allí vienen aquellos hombres vestidos con uniforme azul. A ninguno de los caminantes les cambia su presencia, pero la miro a ella y me doy cuenta de que su cara sí cambió. No tiene tiempo para seguir sentada. Se levanta de inmediato tomando su silla, los policías comienzan a levantar a los vendedores ambulantes, entonces ella con mucha prisa recoge los diarios que puede, pero en el camino se le van cayendo. Se refugia muy agitada dentro de la estación del tren. Los policías toman los diarios que quedaron en el piso y los tiran en el tacho. Ella espera a que se vayan, pero cuando vuelve ya no quedan periódicos.
Cuando vuelvo, al final del día, la vuelvo a ver, su rostro parece mostrar menos ganas que antes, nadie parece percatarlo. Su vida es recoger los diarios que sobran a la mañana. Esos diarios para ella son su comida.
Pero al mediodía siguiente vuelve con su silla y con sus diarios a repetir las mismas palabras de siempre. Ella lo sigue intentando pero entre tanta gente su imagen y su voz nuevamente se pierden.
Luciana Vecchiarelli

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