miércoles, 9 de noviembre de 2011

Crónica: Palermo subyacente

Las madrugadas de domingo en Palermo son el escenario de una particular forma de encrucijada. Lo que se cruza allí no son dos caminos, sino más bien dos ciudades. La Buenos Aires nocturna, fiestera y con resaca que a medida que avanza el sol, deja la posta a la Buenos Aires armónica y relajada, que plantea una tregua al frenético ritmo del caos.

En Araoz y Santa Fe, esa transición se ve en cuestión de minutos. Los que pasan durante la salida eufórica de los pibes de “Club Araoz” que cantando, peleando o intentando conquistar a una chica, ganan la calle para sí. Se dispersan rápidamente y van en busca de sus guaridas. El día para ellos llega a su fin.

El vendedor de diarios que tiene su puestito en Güemes y Araoz se hace cargo de la transición y es quien toma la posta. Desde las cinco, está desenvolviendo los paquetes. Clarín, La Nación, Página 12. El menú de la información está listo, esperando por la gente que quiera desayunar.

En la vereda de en frente, sobre Güemes al 3900, Alejandra es la primera portera en inspeccionar la entrada de su edificio. Los gritos eufóricos cesaron, y la fiesta dio lugar al trabajo. La primera tarea, manguera en mano, es limpiar con el agua la mezcla de bebidas que algunos pibes mean sobre la puerta de vidrio, en la esquinita del panel de los timbres. De fondo no hay muchos ruidos, la banda sonora es la intermitente música que sale de algunos departamentos, pero no suena muy fuerte y casi siempre es la típica música tranquila de Fm Aspen o Blue 100.7. “Quiero terminar temprano, así llego a la misa de las nueve” dice, con el inusitado entusiasmo que despliegan sus veinte y tres años. Para ello irá hasta plaza Güemes, a la que se llega, no por Güemes sino por Salguero y en la que se erige la iglesia Nuestra Señora de Guadalupe. Sonríe y continúa su trabajo, con eficaz pragmatismo.

Unas cuadras más allá, sobre Güemes al 3700, hay un supermercado chino. Su nombre, puesto sobre el toldo amarillo es más bien un saludo, “Supermercado Buen Día” y el plantel laboral que lo compone es una alabanza a los postulados del multiculturalismo. Allí, un grupo de comerciantes orientales, radicados en Argentina tiene como empleados a un cubano y un peruano. Pero lo que los gurúes de la globalización nunca aclararon es por qué los dueños, los que mandan, son siempre de los mismos lugares. Ni tampoco por qué, los que bajan los pesados cajones de las verduras, trapean el piso o limpian los baños son siempre del repertorio de unos pocos países. Hay algunas respuestas parciales en un libro sobre venas y América Latina pero no por algún puñado de respuestas cesarán todas las preguntas.

“Los melones son muy dulces, llegaron hoy tempranito”, promete Diego. Antes de ponerlos en la bolsita, los limpia con una franela roja que cuelga sobre su mameluco de tela. El televisor chiquito que tiene entre los cajones de tomate y los de frutilla alterna entre “el chavo” y un canal de noticias. “Un día esplendido de mucho sol en la ciudad” anuncia el presentador y a continuación presenta la agenda cultural con las actividades al aire libre. Pero ninguna de ellas se extiende más allá de las diez de la noche, que es la hora en que sale Diego. Para ese entonces, otra Buenos Aires habrá salido a la calle.

Carlos Torres Moraes

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