domingo, 20 de noviembre de 2011

Cuento: Falsas impresiones

Las patas de la araña se retorcían como si alguien la estuviera lastimando. Pero lo único que mediaba entre ella y la realidad eran las paredes del frasco de vidrio en que Félix la había encerrado. Recordaba como si fuera ayer el día que Susana, su directora, le había regalado ese magnífico ejemplar. Hacía calor, era marzo, y recién comenzaban las clases. Camino a su primera clase, se había quedado fascinado mirando a una araña que miraba inmóvil desde el escritorio de la directora. Un día más tarde, era suya. Era grande y amenazante, pero para disgusto de su madre, la había alimentado con mucho amor. Ese día quería mostrarle a Susana cuánto había crecido, así que la había guardado en la mochila, entre muchos papeles para que no se golpeara.

-Félix, otra vez tenemos que felicitarte por tu boletín, las notas no bajan de ocho, y tu comportamiento es excelente, la directora dice que quiere que pases después por su oficina para mostrarte lo que hablaron el otro día- la maestra dijo esto al mismo tiempo que se acercaba un grupo de compañeros al banco del niño, los que siempre le pedían sus tareas, ya que sin dudas Félix era el mejor alumno de la clase. En el momento que se puso en marcha hacia la oficina, levantó la cabeza y pudo ver las caras de bronca con la que lo miraban otros compañeros, pero eso ya no le afectaba.

-¿Cómo anda mi alumno estrella?- saludó la directora cuando Félix abrió la puerta, y antes de que él pudiera contestar, le señaló un frasco en su escritorio, y agregó: “hoy traje a las demás para que las veas”. Al principio miró extrañado y luego sonrió asintiendo. Recordó aquel otro día de mayo, cuando la directora le había prometido mostrarle su colección de arañas. Él estaba nervioso, la nueva escuela lo inquietaba y aunque su madre le había asegurado que todo iba a ir estar bien aún no se había adaptado y no podía evitar sentirse incómodo. Por eso fue un alivio cuando tan pronto descubrió lo simpática que era Susana, cariñosa como su mamá y además le permitía jugar con bichos, algo que su madre no hacía. No tardaron en descubrir que los dos compartían un amor por ellos, especialmente por las arañas, él sabía mucho sobre arácnidos ya que desde chico los admiraba y estudiaba. Ella le había prometido mostrarle su colección.

Félix era llamado a la oficina de la directora muchas veces a la semana. Él sabia por qué lo llamaban y corría contento, aunque a los otros les parecía raro, porque nunca había que retarlo por nada, solo felicitarlo, y las veces que la directora felicitaba a los alumnos lo hacía en la clase enfrente de todos, pero como Félix se divertía tanto no parecía preocuparse mucho por lo que pensaran los demás. Además, nadie parecía preocuparse mucho. Cuando le preguntaban, él solo contestaba que era un secreto. Pasaba desapercibido para la mayoría, salvo para Liliana, que quería mucho a Félix y nunca parecía terminar de entender por qué debía abandonar sus clases sin explicación alguna de manera tan repentina ante el llamado de Susana.

Cuando los chicos volvieron de las vacaciones de invierno las visitas a la dirección se incrementaron. Al parecer ya no pasaba tan desapercibido para los demás porque le empezaron a llover las preguntas. La maestra le preguntó muchas veces por qué Susana lo llamaba tanto y siempre respondía “porque ella también es fanática de los bichos, y tiene una colección de arañas, además es re buena, siempre me abraza y dice que soy su preferido”.

“Ir a la oficina de Susana es divertido, siempre nos reímos”. Repetía sin cesar. Miraba los ojos de su maestra y los veía llenos de confusión, pero no entendía el porqué.

-Tengo que mostrarte algo nuevo, pero a cambio de una condición- le había dicho Susana una tarde. Félix la miró sin entender por un momento pero rápidamente volvió su atención a los frascos de arañas que habían puesto huevos. Atención que le fue difícil mantener cuando la directora deslizó la mano sobre su espalda.

Ya era el mes de octubre y su entusiasmo comenzó a desaparecer. Ya no le gustaba que fuera tan cariñosa. Las ganas de ir a la oficina disminuyeron notablemente, al igual que su pasión por las arañas. “Liliana, me quiero quedar en la clase, tengo que terminar un trabajo, si voy a la oficina no voy a poder”, esas eran las excusas frecuentes que comenzó a esgrimir para no encontrarse con Susana. Sabía que la maestra le comunicaba esto a la directora pero también se imaginaba lo incómoda que debería sentirse ante su cara de enojo, por eso, cada tanto, volvía a esa oficina.

Liliana estaba cada día más segura de que algo pasaba, y no era bueno. Félix no solo había perdido una clase previa a una evaluación sino que había empezado a participar menos, estaba más callado, faltaba algunos días y su comportamiento no era tan ejemplar como antes.

Esa mañana, Félix había faltado otra vez, era la segunda vez en una semana. El lunes lo había encontrado encerrado en uno de los baños pero cuando le preguntó que sucedía, le dijo que solamente le dolía la panza y corrió de vuelta a clase. La maestra comenzó a preocuparse más, y antes de llamar a sus padres para informarles sobre la situación que estaba sospechando, decidió seguirlo a la oficina de la directora la siguiente vez que lo llamara.

Cuando finalmente llegó el momento, abandonó la clase y siguió a Félix. Se paró en la ventana, viendo lo que podía entre las cortinas apenas abiertas. En el instante que apoyó la nariz contra el vidrio pegó un salto y entró violentamente. Sin darse cuenta tiró un frasco que estaba al lado de la puerta. Veinte arañas se desparramaron por el piso y se retorcieron intentando esconderse en los rincones. Mientras, Félix salía disparado a abrazar a la maestra. La única araña que no se escondió fue la más grande, la que aunque no fuese venenosa era la más peligrosa. Esta continuó retorciéndose en el piso sin poder incorporarse por unos agónicos segundos hasta que se quedó tiesa. Las picaduras habían causado su efecto.

Victoria Olmedo


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