miércoles, 17 de septiembre de 2008

Galíndez y Viturro

Me levanté a las cuatro de la mañana, como todos los días, no vaya a ser cosa que se me hiciera tarde para darle de comer a los “bichos”. Todos los días a las ocho ya tienen que estar tragando maíz.
Mi casa es normal, ni muy grande pero tampoco tan chica, de todas maneras el espacio me alcanza para mantener en confort a mis gallinas. Tengo un criadero de gallinas. La macana es que tengo dos edificios a los costados, que no dejan pasar el sol. Los corrales están pegados a sus medianeras, a lo largo de las paredes laterales. Eso me trae algunos problemas a veces, como las quejas de los vecinos por los ruidos y el olor. Pero no me importa, no les doy bolilla, porque teniendo esas dos construcciones a los lados tengo una sensación de seguridad tremenda. Nadie se va a meter a robarme las gallinas o sus huevos, ya que para hacerlo tendrían que trepar por los edificios. El problema es el frente, pero estoy buscando soluciones para eso.
Volviendo a lo de los huevos, eso es otra ventaja, ya que no tengo que comprarlos. Es más, son mucho más ricos y grandes que los del almacenero. Sin duda digo que tengo los huevos más grandes de la zona. Aunque en realidad debería decir “tenemos” y no “tengo”. Lo que sí tengo es un socio. Con Galíndez estamos en el negocio de los huevos hace ya como cuatro años.
Aunque últimamente andamos medio preocupados, hace algunas noches escucho unos ruidos raros en los corrales, así que Galíndez se va a quedar en mi casa unos días porque a mí me da miedo enfrentar solo el peligro. Hay que proteger el negocio.
Ya es tarde y es hora de ir a dormir, yo para mi cama y Galíndez al sofá. “Buenas noches Galíndez”, “buenas noches, Viturro”, me dice.
De golpe me despierto, otra vez el ruido en los corrales. Miro el reloj, son las dos de la mañana, voy a despertar a Galíndez.
-¿Qué pasa, hermano?-
-Otra vez los ruidos en el gallinero-
-Andá a buscar una linterna-
-A la voz de “aura”.
Nos acercamos lentamente desde el interior hacia el patio, sin hacer ruido ni prender la linterna. Encontramos finalmente la jaula de la que viene el escándalo. Cuando estamos seguros, nos preparamos para actuar.
-¿Qué será?-, le digo susurrando.
-Y yo qué sé- dice él susurrando también.
Nos miramos con indecisión.
-Dale che, prendé la linterna-
Le hice caso a Galíndez y prendí la linterna. Para nuestra sorpresa, lo que vimos fue una mano, sosteniendo un huevo, el cual soltó. Había un agujero en la pared, y de él salía esta mano. Al verse sorprendida por la luz, y para intentar disimular su presencia, empezó a hacer una especie de mímica. Se apoyó contra un costado y, moviendo los cinco dedos al mismo tiempo y desplazándose por el lateral, intentó hacerse pasar por una araña.
-¡Momento, compadrito!, dice Galíndez con voz gruesa. –Usted está tratando de robarse los huevos, es usted el que hace varias noches nos viene manoseando los huevos. ¡Hágame el favor de dar la cara! –
-Pará che, mirá si es peligroso…-
-Peligroso no sé, pero cobarde seguro. ¡Dé la cara!-
Rápidamente la mano se retira por el agujero, y vemos asomarse un rostro, entre la penumbra y la tenue luz de la linterna.
-¡Es el del Primero C!, digo sorprendido.
Así como termino de hablar, sale otra vez la mano, pero esta vez con un revólver. Nos apunta y hace pequeños movimientos cortos y repetidos hacia la derecha, como para intimidarnos.
-¡Traigan una fuentecita y me ponen los huevos ahí, vamos vamos!-, se escucha desde atrás del hueco.
-Sí señor, no vaya a cometer una locura-, le decimos casi al unísono.
Y despacio ponemos los huevos en la fuente, como son grandes, solo entran cuatro, pongo dos yo, y pone dos Galíndez.
-Pero qué huevos más grandes tienen-, dice la voz.
-Gracias, hacemos lo que podemos-
Le ponemos la fuente en la jaula, la gallina quietita, parece una estatua. La mano se mete otra vez y sale sin el arma. Intenta llevarse la fuente pero no puede, ya que no pasa por el agujero, así que los retira manualmente uno por uno.
Hecho esto, sale otra vez por el hueco, con el revólver.
-¡Al piso, boca abajo y las manos atrás!, se oye.
Lo obedecemos al pie de la letra y nos recostamos uno al lado del otro. Desde el piso veo el reloj que está en la cocina dentro de la casa, ya son las tres y cuarto, hace como una hora estamos acostados.
-Pensar que en este barrio todo siempre fue tan tranquilo. Cuatro años en el negocio de los huevos y nunca nos pasó nada similar-, se queja Galíndez.
-“Huevos Viturro y Galíndez”, digo con orgullo.
-“Huevos Galíndez y Viturro”- me retruca.
-Discúlpeme mi amigo, pero estoy cansado de su egoísmo. Siento que me ha faltado el respeto.
El tema del posicionamiento del apellido siempre fue un problema, aunque la mayoría de las veces intentamos evitarlo, pero esta vez no fue posible. Quizás por la adrenalina de la situación. De repente, boca abajo y con las manos atrás nos encontramos en una pelea, que si no fuera por nuestras limitaciones momentáneas, diría que fue a golpes.
-¡Ya va a ver usted, pero que se piensa!- le digo.
-Le voy a dar una, ´juna gran siete- arrimándose.
No sé cómo lo vería el tipo del otro lado del agujero, pero yo lo tengo bien presente. A los gritos y moviéndonos como dos peces a los que sacaron del agua y empiezan a ahogarse, así nos enfrentamos. Parábamos cada tanto a descansar, porque el gasto de energía era mayor al normal. De golpe escuchamos “¡Pum!, ¡Pum!”. Disparos.
-¡Ahijuna!- dijo Galíndez bastante asustado, decidimos cesar el “ajuste de cuentas”.
-Habrase visto, dos muchachos grandes peleándose por los huevos. La mezquindad es una cosa terrible, debería darles vergüenza- dijo la voz, en tono reflexivo.
-Tiene usted razón, mi amigo- dije, compungido.
-Así es- ratificó el bueno de Galíndez.
-Me parecería lo más correcto que todos nos amigáramos, venga un estrechón de manos- se mete a dejar el arma y sale inmediatamente desprovista de ella.
-Discúlpeme-
-Discúlpeme usted a mí.
-Sepan disculparme muchachos, no fue mi intención hacerles pasar un mal rato- extiende la palma y los dos la estrechamos.
Cuando le dimos la mano, ambos notamos que su tamaño era más bien pequeño. El agujero tampoco era muy grande, y el revólver era de esos que en las películas policiales los tipos las tienen como atadas a los tobillos. Nos podría servir para la empresa. Lo que pasa es que antes sellábamos los huevos, para darles un toque de distinción. Pero el tamaño de la mano del empleado era de mediano para arriba, y tenía la costumbre de apretar muy fuerte los huevos, y por supuesto romperlos.
-Sabrá perdonar la imprudencia, pero tenemos una propuesta laboral si está dispuesto a escucharla- dije, acercándome a la jaula y agachándome para quedar a la altura del agujero.
-Lo escucho-
Le comenté lo antes sucedido, agregándole que su pago iba a ser muy bueno, para incentivar una decisión favorable a nosotros. Mencioné el hecho de la dificultad de encontrar gente apta para realizar ese tipo de trabajo.
-¡Cerdeñas el de las manos pequeñas! Así me dicen en el barrio – confesó con orgullo.
-Buenas tardes, Cerdeñas- Galíndez y yo al mismo tiempo.
-Buenas tardes, y acepto-
-Felicitaciones, acaba de entrar al mundo de los huevos- dijo mi socio, con voz medio socarrona.
Ahora somos tres, Viturro, Galíndez y Cerdeñas. Nosotros nos encargamos de pasarle los huevos por el agujero que quedó en la pared, el problema es que algunos son muy grandes y a veces se raspan. Habrá que agrandar el agujero.
En poco tiempo vamos a ser uno más en la familia. Resulta que una tarde pasó mi hermana a saludar, y se quedó a ayudarnos con la preparación de unas entregas que teníamos atrasadas. Inevitablemente tuvo que ir para el agujero de Cerdeñas, a la sección de sellado. Vaya a saber cómo, pero se enamoraron profundamente. Él le recitaba poesías a través del agujero, y ella le besaba un huevo y después se lo pasaba, a veces con la marca del lápiz labial, otra con alguna frase de índole amorosa/sexual.
No me explico cómo sucedió, pero la cuestión es que hace ocho meses mi hermana vino con la noticia.
-Vas a ser tío-
Digo que no me explico cómo, porque la verdad es que a Cerdeñas nunca lo vimos. Conocemos únicamente su mano derecha, su arma y a veces con suerte vemos su ojo. Esa noche que lo descubrimos, nos dimos cuenta que era el del Primero C por plena deducción, y pese a la luz de la linterna la imagen del rostro que vimos fue más bien borrosa.
Pero eso es cosa de ellos, lo único que exijo es que trate los huevos con cuidado. Tenemos un sello con cada apellido, porque a un acuerdo no llegamos. Tres dicen Viturro, y tres dicen Galíndez. El problema es cuando nos preguntan, “¿Cuál es el orden de los apellidos?”.
-“Viturro y Galíndez”- digo.
-“Galíndez y Viturro”- corrige.
-Por esto es que vienen sellados, señor- aclaramos.
-Por esto es que nunca vamos a tener un cartel-
Dejamos a libre elección del cliente el orden en que quiera colocarlos, pero personalmente me parece que “Viturro y Galíndez” queda mejor.

Marcos Cómolo

El paraíso perdido

Estoy sentado frente a un escritorio, con la mirada perdida a través de una ventana enrejada, hasta que en entra a la oficina un hombre vistiendo un delantal y se acomoda en la silla con el respaldo más grande:
-Buen día señor Martinez. Soy el doctor Klein, el psiquiatra encargado de su caso.
-…
-Disculpe que no lo liberemos de las correas, pero es la política de la institución, por lo menos en la primera entrevista.
-Está bien, lo entiendo.
-¿Sabe por qué se encuentra aquí?
-Sí, porque nadie me cree.
-¿Qué cosa nadie le cree?
-Usted tampoco lo hará.
-Eso no puede saberlo. Por favor, quiero escuchar lo que tiene para contar.
Suspiro, y con resignación acepto. Le cuento que pertenezco a otro mundo, mejor dicho, a otra realidad. Que el mundo no estaba destinado a ser así. Los españoles no llegaron a América en 1492, por lo que los habitantes del “nuevo continente” (llamado en realidad Hedden) pudieron vivir aislados algunos siglos más.
En ese tiempo, se llevó adelante una reunión entre los líderes de todas las comunidades, y se selló unánimemente el “Gran Pacto”. De esta manera se logró una unión fraternal entre todos los pueblos. Cada persona o grupo ayudaba al de al lado sin esperar nada a cambio. La seguridad de tener todas las necesidades satisfechas, la paz continua y la interacción entre diversas culturas, propició un desarrollo humano y tecnológico imposible en otras circunstancias. Y poco a poco fuimos convergiendo en una única y gran nación.
-¿Y cuándo llegaron los europeos a América? –Interrumpe el doctor, simulando estar interesado.
-A Hedden –lo corrijo. –Y no fueron ellos los “descubridores”.
Le explico que en el año 253 d.G.P (después del Gran Pacto), 1783 d.C., partió una pequeña expedición navegando hacia el este. Al llegar a Europa, comprobó (como ya lo sospechábamos) que no estábamos solos en el mundo. Los exploradores recorrieron los cuatro continentes sin llamar la atención, y regresaron cinco años después repletos de información. Así fue que decidimos armarnos, a pesar de nuestra pacífica cultura, como prevención contra la beligerancia del resto del mundo. Cuando medio siglo después nos dimos a conocer al resto del mundo, ya nadie podía amenazarnos. Y nos convertimos en la primera potencia mundial.
Debido a nuestra filosofía no nos impusimos por la fuerza, no intentamos conquistar al resto del mundo. Dejamos que los otros viviesen como quisieran. Sólo nos erigíamos como árbitros ante los conflictos y las injusticias profundas. Nuestra primera y más importante acción fue liberar a África del dominio europeo. Además, abrimos nuestras puertas a cualquiera que deseara habitar nuestro suelo.
-¿Y cómo reaccionó el resto del mundo? –Me pregunta mientras anota rabiosamente. Ya va por la tercera hoja.
- Obviamente no obtuvimos igual reacción por parte de todos. -Le contesto pedagógicamente, resabio natural de mi profesión.
Le resumo que en África fue donde primero adoptaron nuestra forma de vida, y de gobierno. Al notar el incremento casi inmediato de su bienestar general, Oceanía le siguió. En cambio, en Europa y Asia el proceso fue más lento y fragmentado, pues mientras algunos países se iban convirtiendo, otros más conservadores se resistían. Pasaron casi doscientos años hasta que el último país se unió al “socialismo global”.
-¿Cuál era ese país?
-Dedúzcalo.
-Inglaterra. –Contesta, luego de meditar por unos instantes.
-Exacto. Ya era inevitable, se estaba quedando completamente relegado en el nuevo orden mundial.
-Entiendo. ¿Y cómo entra usted en toda esta historia? –no puede ocultar completamente un dejo de cinismo.
Ya estoy acostumbrado, así que no me ofendo.
-Nací en el año 430 d.G.P. (1960 d.C.). Mi trabajo comunitario, obligación que todos los ciudadanos debían cumplir tres días a la semana, consistía en dar clases de física en la universidad. El resto de la semana estaba abocado a mis investigaciones. La más importante, y que ocupaba casi todo mi tiempo, eran los desplazamientos crono-dimensionales.
-…
-Los viajes por el tiempo.
-Ah. –Por primera vez, deja de escribir.
-Y lamentablemente tuve éxito.
-¿Cómo lamentablemente?, no lo entiendo.
-Ahora lo va a entender. –Continúo. -Dado la enorme cantidad de energía requerida, y que esta aumentaba geométricamente en función de la masa desplazada, las primeras veces experimenté con apenas partículas. Una vez que estuve seguro de la viabilidad, me decidí a solicitar apoyo gubernamental para continuar con mis investigaciones. Pero para eso debía presentarles una prueba definitiva.
-¿Y que hizo? –Parece sinceramente interesado.
-Con la energía que tenía a disposición, lo más grande que podía enviar era una hoja delgada. Para conseguir una prueba irrefutable, debía enviar algo al pasado que pudiera recogerlo en el presente, que pudiera someterlo a análisis que verificaran el paso del tiempo, y que fuera anacrónico.
-¿A qué se refiere con anacrónico?
-Su naturaleza debía ser incompatible con su edad. Así que me decidí a desplazar un pequeño planisferio a los años anteriores al Gran Pacto. Para que no lo encontrara nadie antes, fui a una cueva en Los Andes a realizar el envío.
-¿Y qué paso?
-No puedo estar seguro. Pero creo algunas partes de mi teoría eran incorrectas. Ahora reflexiono que quizás en el desplazamiento temporal, la inercia aplique de una manera distinta.
-No lo entiendo.
-No tuve en cuenta en mis cálculos los movimientos de rotación ni de traslación, así como tampoco el desplazamiento propio de La Vía Láctea. Y creo que el planisferio fue a parar a Europa.
-¿Y cómo esto se relaciona con todo lo que me contó antes?
-Estoy casi seguro que un marinero lo encontró, y creyó que era real. Y se decidió aventurarse al oeste a encontrarnos, engañando a todos diciendo que trataba de llegar a Asia. Usted debe saber el resto de la historia.
El doctor no sale del asombro, así que prosigo:
-Y así fue como cambié la realidad. En un instante me encontraba en Los Andes, en el siguiente nada era tal como lo conocía.
-Pe…pero, ¿por qué es usted el único que lo recuerda? –Estaba recuperando su escepticismo.
-La verdad que no lo sé. Probablemente cargar toda mi vida con la culpa sea mi castigo por la desaparición de Hedden. Mordí la manzana prohibida, provoqué que nos expulsaran a todos del Edén.

Kaoru Heanna