domingo, 6 de noviembre de 2011

Crónica urbana: Y de repente… ¡Show!

Una señora camina por la vereda con la ayuda de su bastón, se nota lo agobiante del calor en su rostro. Un joven toma agua desde una botella, empinando con énfasis las últimas gotas que le quedan. Aunque la primavera llegó hace apenas cuatro días, el calor no se hizo esperar. Es un típico mediodía en el obelisco, en pleno caos del microcentro en la ciudad de Buenos Aires. El calor se mezcla con los ruidos de los autos, sus bocinas, y las motos que pasan zumbando tan cerca del cruce peatonal que hacen doler los oídos. A pesar del panorama bullicioso y poco pacifico, la gente esta disfrutando la tregua que ofreció el crudo invierno por unos días.

Un señor mira sorprendido de reojo cuando una masa de plumas blancas y grises zigzaguea por un costado suyo. Apenas ve que es, solo atina a sacar su celular. Una pareja, mas rápida que el, ya se esta sacando una foto, aunque no sabe muy bien como pasar la mano por el cuello larguísimo de la persona disfrazada de avestruz que es la protagonista. Esa persona, que luego se convierte en otra persona, y que luego se convierten en más y más avestruces que invaden la plaza. Los más curiosos detienen su andar y se quedan a mirar. Otros, escépticos, avanzan mirando de reojo y aceleran el paso, demasiado ocupados con otras cosas. Estos son, los que se mas tarde, se habrán perdido lo que estaba a punto de pasar en una mañana como todas las demás en la ciudad, y más tarde, si tienen la suerte de enterarse lo que aconteció por algún medio o red social, suspiraran aliviados de entender la razón de porque hay avestruces dando vueltas por el obelisco es pleno microcentro.

La señora del bastón mira con ojos muy abiertos, sorprendida ante un avestruz gigante que corretea, seguida de otras dos. No se preocupe señora, no se escapó ningún animal del zoológico de la ciudad Buenos Aires ni se trata de una estampida. El alegre descontrol que invade la ciudad este 25 de agosto alrededor del mediodía es nada más ni nada menos producto de una campaña de Knorr que viste la ciudad de coloridos bailarines y exóticas avestruces que bailan al compás de la música. Las personas miran asombradas, ante el arte por asalto, la alegría de lo inesperado, eso que parecía que solo pasaba allá, en los países de arriba, llegó a nuestra ciudad.

Un niño aplaude alegre. Dos mujeres caminan juntas y frenan para ver qué pasa. Mirando con desagrado una de ellas niega con la cabeza y le dice a la otra: “¿Sabés cómo aprovechan los pungas de la plaza mientras están todos mirando el bailecito? Decí que hay cámaras, porque si no… Esto de noche es zona liberada”. No tarda en irse del brazo de su compañera que le susurra: “Pasan tantas cosas en el país como para entretenerse con estas cosas… ¿Por qué no promueven policías, en vez de bailecitos?”.

Una joven las escucha al pasar y esboza una mueca de resignación.

El espectáculo termina. La multitud se dispersa igual de rápido que se juntó. La última bailarina que queda toma su mochila, que había quedado en un rincón, y se acomoda el pelo, mientras le sonríe cómplice a un joven que la mira, mitad sorprendido, mitad embobado. No entiende mucho, pero igual sonríe, porque esa mañana, para los pocos que pudieron presenciar el momento, tuvo un color distinto.

Florencia Elizalde


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