domingo, 20 de noviembre de 2011

Crónica urbana: Adrenalina

Son las doce del mediodía del cuatro de octubre. El tren viene de Retiro, como es usual está lleno de gente, todos los asientos ocupados, los pasillos llenos y los vendedores alzando la voz para hacer conocer de manera interesante su producto y así poder venderlo.

El tren va a un buen ritmo, hace aproximadamente treinta minutos que salió de Retiro. Llega a la estación Villa Adelina y se detiene. Hay intercambio de pasajeros: bajan y suben. El viaje es una odisea. A pesar del calor, la gente se amontona sin otra opción. Sin embargo ese mediodía hay algo diferente. El tren no arranca. Ya pasó más tiempo del que generalmente destina a cada estación. La gente empieza a preguntar qué pasa, ya lleva más de diez minutos parado, pero no hay nadie a quién preguntarle ni nadie que dé respuestas

Unos minutos después aparece un empleado avisando que hay personas protestando en la estación Boulogne, y que debido a eso no se puede avanzar. “¿¡Cómo hacemos para ir hasta Aramburu ahora!?” es la pregunta más frecuente entre los pasajeros. A la mayoría les falta la mitad del viaje.

Se instala un clima de desesperación, algunos pasajeros incluso piden como opción que el tren avance igual. Hay mujeres cargando a niños que lloran, hombres quejándose y ancianos preocupados.

-No se entiende, siempre pasa algo, nunca se puede viajar tranquilo en este país, nos tratan como ganado- dice una señora exasperada. Los más tolerantes la miran con pena, algunos asienten. Cuando es evidente que la llegada a Aramburu será imposible, la mayoría de los pasajeros se rinde. Cansados de insistir, se bajan para continuar su viaje en colectivo.

De repente el tren comienza a moverse, unos pocos miran sin entender mucho pero se vuelven a subir. “¿Arranca de nuevo?”, preguntan otros, y corren para alcanzarlo.

-No puede ser que este servicio funcione así, el gobierno no hace nada– dice un chico de uniforme. Un señor lo mira sorprendido por su acotación, pero vuelve a posar su mirada en los edificios que pasan a su derecha.

Finalmente el tren reemprende su rumbo, hay muchos asientos vacíos ya que la mayoría no pudo volver a subirse. Pero hay una sensación de inquietud que crece a medida que avanza. Una señora mayor pide preocupada que cierren todas las ventanas y las puertas, porque al pasar por Boulogne les van a tirar piedras, dice. Algunos le hacen caso, otros no escuchan, entonces ella lo repite, cada vez más ansiosa, la estación está muy cerca.

Con todas las ventanas y puertas cerradas el tren pasa por el lugar del piquete. Están todos agachados entre los asientos, pidiendo que no pase nada, y para suerte de todos así es. Ninguna piedra se lanza hacia el tren, y este sigue su viaje normalmente. Una mujer con un niño en sus brazos mira a los protestantes que dejó el tren atrás. - Hay que ver por qué protestan también, por ahí se quedaron sin trabajo, o no les quieren aumentar los sueldos, son épocas difíciles, sin solidaridad no vamos a llegar a ningún lado- dice, pero nadie parece apoyar su opinión. Se baja en la última estación. Es una de las pocas que le dan una moneda a la señora de la estación Aramburu que siempre está al lado de ese puesto de diarios pidiendo. Las monedas rebotan en el vaso contra las otras y mientras la señora sonríe, la joven cruza la calle con su hijo, ahora de la mano y desaparece entre la multitud de autos.

Victoria Olmedo

No hay comentarios: