domingo, 5 de diciembre de 2010

Los colores del arco iris

Eran las siete de la mañana. Ariadna ya estaba despierta, casi lista para ir al colegio. El que todavía dormía era su papá, que había vuelto tarde a la casa, cuando ella descansaba profundamente. Tanto, que no se había despertado con los ruidos de la puerta, el agua corriendo en el baño, ni con el sonido del lavarropas. Después de algunos golpes y gritos (que él no pudo distinguir si eran parte del sueño o reiteración de la realidad), la niña consiguió despertarlo, se estaba haciendo tarde para entrar a clase.
Desganado, cumplió con su tarea de padre y se encaminó al café de la esquina. Revolviendo el cortado, hojeó el diario con el orden de siempre: obituarios, políticas, deportes, espectáculos. El sonido de la televisión lo desconcentró: por alguna razón alguien había subido el volumen, y la cortina del noticiero inundaba el lugar. Generalmente evitaba mirarlo, salvo para ver la temperatura y enterarse de alguna que otra cosa, pero no le veía el sentido a un programa que no sólo mostraba la realidad de una manera errónea, sino que nunca le informaba sobre lo que realmente necesitaba saber.
Sin embargo, esa vez fue distinta. Al escuchar la noticia, se quedó atónito. Miles de pensamientos pasaron por su cabeza, incapacitándolo a actuar. Cuando finalmente reaccionó, sacó a Ariadna de la escuela, y la llevó para su casa. “Nos vamos de viaje mi amor”.
Mientras él revolvía cajones y placares hablaba por celular constantemente, interrumpiendo el desorden para secarse el sudor de la frente. Su hija estaba acostada en el piso, resignada a no tener información sobre el repentino viaje, ya que ninguna de sus preguntas había sido respuesta. No le dio demasiada importancia, hacía bastante tiempo que su papá estaba actuando raro, aunque quizás un poco más que de costumbre. Agarró las pinturas y comenzó a dibujar un extenso arco iris, pero notó que le faltaba un color, por lo que empezó a recorrer el departamento buscándolo. Estaba tan concentrada en su búsqueda que no reparó en los golpes en la puerta, ni en los pasos de los hombres vestidos de negro, ni en el grito ahogado del final. Solo volvió en sí al ver el río de tinta que asomaba por la puerta, contenta de haber encontrado el rojo para terminar de pintar.
Lucía Czernichowsky

No hay comentarios: