miércoles, 8 de diciembre de 2010

Somos nadie

“Nuestro principal objetivo es larenovación
y recuperación del ferrocarrilcomo el medio
de transporte públicomás eficiente y práctico.
Avanzamos.”Brochure publicitario de TBA
Las puertas automáticas se cierran hasta la mitad y vuelven a abrirse como advertencia de la inminente continuación del recorrido del tren. Las personas se arriman unos a otros para dar espacio a los que aún forcejean para subir. Sin embargo, es inevitable que algunos queden en el andén refunfuñando, mirando sus relojes y maldiciendo la tardanza. La puerta vuelve a cerrarse, esta vez ya no como una advertencia, aunque tampoco llega a hacerlo por completo: el cuerpo de un joven de campera celeste la detiene para que quepa más gente en el vagón. Es una mañana laborable más, de un día laborable más, de cualquier mes laborable de cualquier año, en la estación de Castelar, rumbo a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
El tren continúa su rumbo con una de sus puertas abierta. El chico de campera celeste sigue reteniéndola. Frente a él, otro joven con un perro en brazos sostiene la otra mitad de la compuerta. Algunas personas sentadas miran a los osados muchachos con desaprobación, pero la mayoría los ignora. Otro ferrocarril pasa por la vía paralela y una señora asustada por la perturbación del silencio se aleja, provocando que la multitud de hacine aún más contra la compuerta que sí permanece cerrada. El reordenamiento de los pasajeros, sumado al cambio de velocidad de la locomotora que está por llegar a la siguiente estación, desestabiliza a aquellos peor parados. Un hombre exclama de dolor porque la muchacha que estaba delante suyo le clavó el taco en su pié. Una mujer embarazada sentada cerca de las puertas insulta a un adolescente que la golpeó involuntariamente con su bolso.
El coche se detiene, pero lo peor está por venir.
La gente más próxima al andén desciende para permitir el paso de aquellos aprisionados en las entrañas del vagón. Mientras, otros debajo del tren pretenden ascender. Un hombre con una niña de unos cuatro años en brazos trata de abrirse paso en nombre de su hija, y una señora a su lado grita injurias a los “brutos” que los empujan. Pide prudencia por el bienestar de la niña y de una anciana, que silenciosamente se abre paso golpeando tobillos con su bastón. El maquinista advierte del mismo modo que en estaciones anteriores la continuación del recorrido, y la gente se lanza unos sobre otros a fin de no perder el transporte. Entre el murmullo se impone una voz femenina que atraviesa el éter: “Se informa que el servicio se encuentra reducido Moreno-Liniers, Liniers-Moreno debido a un accidente en las cercanías de caballito”. Se oyen algunas quejas aplacadas entre la gente a bordo y se reanuda el servicio dejando a otras personas en el andén.
“Ahora nos vamos a tener que tomar el micro” le dice un chico a otro, entre los privilegiados que van sentados. “Salimos dos horas antes y vamos a llegar una hora tarde”, continúa irritado. “¿Qué pasó? ¿Qué dijo la chica?”, le pregunta la anciana a la chica de los tacos que ahora está muy ocupada tratando de sacar su celular de su cartera. “Qué llega hasta Liniers”, le responde el adolescente del bolso en medio de la confusión. Otros pasajeros se consultan entre ellos los medios alternativos para llegar a destino. Algunos van a Caballito, otros a Once, muy pocos van sólo hasta Liniers. No les queda otra opción que bajarse y tomar un colectivo, cuando mucho un taxi, quiénes sólo van hasta Villa Luro. “Hola, ¿cómo estás?... No, nada, el tren no llega” comenta la muchacha de los tacos a alguien través de su teléfono. “No sé, un accidente. No importa, cuando mucho me bajo ahora en Haedo, me tomo un café espero una horita y volvemos en el mismo tren para casa”
El tren continúa su recorrido y en la siguiente estación vuelve a repetirse lo que había sucedido en las anteriores. Mientras algunos no se resignan a perder su espacio y otros pujan para ingresar, la voz de un hombre irrumpe desde los parlantes de la estación: “Se informa que el servicio se encuentra reducido Moreno-Liniers, Liniers-Moreno, por reparaciones en las vías a la altura de Liniers.” Sólo algunos captan la incoherencia y protestan, otros preguntan; la mayoría calla.
En la estación de Liniers el tren se detiene definitivamente y los sobrevivientes descienden. Cada uno busca la forma alternativa de llegar al trabajo, o a la facultad, o a donde sea que se dirige. Las hordas de gente cruzan la avenida Rivadavia cada vez que el semáforo lo permite (y pequeños grupos lo hacen cuando no lo permite, simplemente esperan que no haya autos) y en seguida sobre-pueblan las paradas de los colectivos. Todos los ex pasajeros de la línea Sarmiento resuelven el trastorno a su manera, aunque sin saber nunca cuál fue exactamente su causa. Todos siguen con su vida, parecen estar acostumbrados, nadie se lo pregunta.
Tampoco nadie se acerca a la boletería a hacer un reclamo. Nadie pide que le devuelvan los centavos que le corresponden por la reducción del recorrido. Todos se van a seguir con sus días y todo sigue igual. Nadie le pide a TBA una solución; ni siquiera piden que les devuelvan sus centavos, los millones de centavos que la compañía se queda culpa del accidente... o de las reparaciones, nadie sabe....
Juan Lojo

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