domingo, 12 de diciembre de 2010

Las vías del tren San Martín

Hoy, las vías del tren San Martín, son el lugar de los hechos. El tramo que une la estación Paternal con el barrio de Villa del Parque, se transforma en la definición más clara de marginalidad. La falta de oportunidades y el instinto de supervivencia, han hecho de las vías del tren, una pasarela formada por viviendas precarias que decoran la vista de los pasajeros.

Es lunes por la mañana, los vagones se encuentran colmados de gente rumbo a sus puestos de trabajo. ¡Este vagón es un hormiguero! ¡Esperen, no empujen!, reprocha una mujer al ingresar al último furgón. Parece no haberse percatado del paisaje. Las casillas de techos bajos, construidas con un poco de chapa y cartón, tropiezan ante sus narices. Acompañan el alma de cada uno de los presentes desde hace bastante tiempo. Hoy no debería ser un día fuera de lo normal. ¡¿Qué es ese olor por favor?! , exclama un hombre de los tantos con traje gris. Los demás pasajeros asienten con la cabeza. La indiferencia ante los hechos más crudos de la realidad deberían presentarse nuevamente, visitando cada uno de los andenes, cada una de las estaciones, corrompiendo a cada uno de los pasajeros. Hoy debería ser un día normal, pero no lo es.

Las fallas en las máquinas de la locomotora ya comenzaron a sentirse estaciones atrás. El trayecto se torna pesado debido a la gran humedad y el hacinamiento que se sufre en cada uno de los vagones. Típico karma de los servicios públicos, dice al pasar entre dientes una mujer con un niño en sus brazos y otro aferrado a su pollera. Suben los últimos viajantes en la zona de paternal. Parece indestructible semejante monstruo, pero esta vez el tren dice basta.

El humo que sale de los engranajes inunda todo el paisaje formando una neblina espesa. Unos segundos de ceguera confunden a la multitud. ¿Qué esta pasando? ¡Siempre lo mismo, nunca hacen mantenimiento! Los gritos de los viajantes parecen hacerse un solo sonido. Solo unos instantes alcanzan para que las nubes de humo se dispersen, dejando a la vista lo que nadie hasta entonces ha querido ver. De los escombros se ven salir figuras sombrías que se acercan lentamente al tranvía. No es el efecto de la neblina reflejada en el sol, no es la imaginación de un chico la que forma semejante escenario.

El tren se ha detenido, y parece que con esto se ha logrado llegar a un hallazgo. A las cercanías del mismo, donde la luz de la energía no llega, donde el agua potable no se hace presente, donde la suciedad y las enfermedades no tienen barreras; viven personas. Personas que en este momento se encuentran a unos pocos metros del andén, presentes. Las fallas técnicas han dejado frente a frente dos realidades completamente diferentes, que conviven en la cotidianidad de sus acciones. La mirada consternada de los pasajeros parece dar la bienvenida a un entorno al cual nunca más serán ajenos. Mañana, lamentablemente, no cambiarán las cosas. Las casillas de chapa, se mantendrán como monumentos de la marginalidad, como prueba de algo que esta latente. No obstante, ellos permanecerán ahí, presentes. Ante la mirada de ciento de personas, que ya no podrán hacer caso omiso a una realidad que los tiene como testigos concientes.
Gonzalo Cortés

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