miércoles, 8 de diciembre de 2010

¡Ante todo, las voces!

-¡Ojos de cielo, ojos de cielo!- Cantaban los muchachos en aquella noche de verano.
Entonaban contentos, más allá del calor agobiante que humedecía las oxidadas paredes del tren. Por las ventanas, algunas abiertas, otras rotas, entraba una leve brisa que parecía secar los rostros transpirados de esos hombres.
Nosotros no sufríamos el calor intenso. Veníamos de tomar cerveza y las 12 de la noche eran apenas el comienzo de nuestros días.
Los muchachos guitarreaban las notas de la canción de Víctor. Y nos cantaban, felices de hacerlo. Contentos de ejercer ese trabajo, de tener aquel empleo para algunos “indigno”, para otros, fascinante.
-¡Ojos de cielo, ojos de cielo, toda mi vida por ese sueño! Se podían oír las estrofas de Heredia por todo el vagón. Y nosotros estábamos contentos y con la panza llena.
Y también nos gustaba la canción.
Cuando aquellos hombres, trabajadores de la noche, en vagones oscuros y olvidados, se acercaron, también nos arrimamos a ellos. Algunos sabíamos la letra, otros inventaban, claro que nada importaba. Esos hombres con sus guitarras inauguraban una fiesta de tren, en su pleno horario laboral. Todos comenzábamos a saltar eufóricos, y las personas que viajaban, fatigadas de extensos y arduos días, también tarareaban. Todos saltábamos. No importaba el destino, ni el origen de ninguno de todos los viajantes. No se distinguían aquellos que trabajaban, entre la multitud que se abrazaba, festejando la nada. Cantándole a la brisa.
Porque esos hombres, “laburantes” de un mundo hostil, del sur de un continente en llamas, embarraban de alegría la noche triste del resto, el típico viaje amargado de la mayoría.
Esos obreros embellecían la noche del capitalismo salvaje que allí los depositó, para llenar de risas, aunque sea una vez, a los viajantes nocturnos.
-¡Tus ojos de cielo me iluminarían, tus ojos sinceros, mi camino y guía!
Julieta Pros

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy agradable de hecho probablemente voy a descargarlo. Gracias