lunes, 13 de diciembre de 2010

La suerte está echada

Juan, 19 años, pelo desprolijo, jeans gastados que caen sobre sus caderas con un cinturón que intenta sujetarlos y la remera de La Renga que lleva casi impregnada a la piel, caminaba tranquilo a la casa de su novia por el barrio de San Telmo. Disfrutaba la noche cálida del sábado, el vientito en la cara, el sonido de los árboles del parque, el empedrado de las calles, que siempre le produce la sensación de vivir en el pasado. Piensa, el contexto lo envuelve y se acuerda cómo lo ayudaba venir y sentarse en el medio de la plaza cuando estaba enojado, angustiado, entonces se entregaba, se relajaba. A veces lloraba horas y después volvía a casa como nuevo. Se distrajo escuchando las conversaciones de un grupito que estaba por cruzar la calle Defensa, tenía la costumbre de jugar a adivinar a donde iban, relacionando palabras, la ropa que llevaban. Conocía bastante, sabía dónde quedaban los lugares. Los chicos cruzaron hacia Uspallata, y tenía la impresión, de que iban a la calle Piedras, ahí hay un bar donde siempre tocan bandas rockeras. El rock era una expresión de amistad, podía viajar horas para seguir a esas bandas que lo hacían cantar con todas sus fuerzas, abrazarse, divertirse, la emoción se le inyectaba en la sangre hacia todo el cuerpo. Desde los diez años pasaba las noches entre los ruidos y los rituales de los amigos de su tío, de ahí lo había heredado y era toda una forma de vida. Pero hoy estaba contento por otra cosa, iba a visitar a su chica. Eso lo hizo pensar que sería lindo llevarle algo a Juli. Paró en el quiosco a comprar unos chocolates, quería sorprenderla, hacerla sonreír, no había nada que le gustara más, y se encontró sonriendo enfrente del quiosco. La hora lo hizo volver a la realidad, todavía estaba lejos de la casa y si había algo que no la iba a hacer sonreír era que llegara tarde. Compró los chocolates y sin pensarlo se encontraba corriendo.

Ramiro estaba de guardia el sábado a la noche en el barrio e San Telmo, viendo cómo todos se divertían, caminando hacia algún lugar a disfrutar de la noche. Él sabía que era su trabajo, pero no podía evitar sentir una gran envidia, que mezclada con el aburrimiento lo irritaba mucho. Se sentía responsable de cuidar la ciudad, esa había sido su elección, su motivación desde chico. Diferenciarse de los demás, de su familia, de su barrio, demostrar que podía ser diferente. Sentía un poder especial que lo hacía sentir mejor, era un policía, lo había logrado y cada uno que lo veía sabía de su poder.. Desde ese día en que con la estación llena de gente logró agarrar al raterito que se escapaba con un celular, lo llenaba de orgullo hacer el bien y que todos lo vieran. Pero no podía olvidar que tenía veintitrés años y que hoy todos sus amigos estaban en alguna casa haciendo la previa para salir a bailar y ya hacía varios fines de semana que él estaba de guardia. Intentó sentirse mejor y distraerse un poco pensando en todos los que estaban trabajando ese sábado a la noche, el quiosquero, los que atienden los bares, los mozos, eran muchos e indudablemente su trabajo era mucho mejor. Trató de disfrutar su trabajo, dio unas vueltas por la plaza, para ver si encontraba algún grupito de chicos fumando o algún menor tomando, pero estaba todo muy tranquilo y los superiores ya le habían recomendado que no complicara las cosas y menos un sábado, pero estaba tan aburrido y todavía era temprano. En ese momento ve a un chico salir corriendo de un quiosco, solo, le grito y lo empezó a perseguir. Sentía una adrenalina espectacular, tenía ganas de gritar, no era él el que se escapaba, sentía seguridad. La gente se corría a su alrededor y él era el bueno. No estaban más las miradas de desconfianza, él ahora era la seguridad que la gente pedía. Pensaba en las carreras que jugaba de chico por los pasillos de tierra, una de las pocas cosas que disfrutaba, siempre fue uno de los más rápidos. Pero ya no quería volver, ni siquiera pensar en esos chicos que entonces jugaban con él, ahora estaban perdidos. Después de correr unas cuadras se empezó a preocupar, el chico se le perdía en la multitud, corría rápido, él ya no sentía las piernas. Pero tenía que agarrarlo, no tenía alternativa, no podía perder, él era un policía.

Juan no entendía por qué corría. Salió del quiosco corriendo, después había escuchado el grito pero no se había dado cuenta de que se trataba de un policía, para cuando entendió la situación ya se encontraba corriendo a toda velocidad y escapando sin quererlo. Sintió cómo su cuerpo se calentaba y el viento helado le rozaba la cara, ¿Por qué no frenar y enfrentar la situación? ¿Por qué seguía? Cuando se decidió a frenar, se acordó que llevaba marihuana para fumar con Juli y el policía, que ya lo veía como sospechoso, le haría problemas y hasta tendría que ir a la comisaría. Sentía mucha bronca e impotencia de tener que estar escapando, él sabía cómo eran los canas, les gustaba molestar a los pibes y si lo encontraba con eso seguramente no podría darle una explicación para que lo dejara irse rápido. Ya una vez se lo habían llevado, todo por fumar un porrito con amigos. Pero eso porque el bocón de Pedro no era de quedarse callado, porque si los dejás que te basureen un rato y se lleven la droga te dejan ir. Pero ahora se estaba escapando, la situación empeoraba. No podía frenar, tenía que escapar llegar a lo de Juli y todo se solucionaría. Tenía que perderlo, miró para atrás para ver a cuánto venía, pero fue un error, porque notó que el policía también lo miró y eso no era bueno. Prestó atención a donde estaba y se dio cuenta de que a la vuelta había un bar que estaría bastante lleno, corrió hasta la calle paralela y entró en el lugar.

Ramiro corría y corría mirando la espalda de aquel chico flaquito, el fin ya no era cuidar la ciudad, es más no recordaba por qué seguía a aquel chico, solo quería alcanzarlo, pensaba en sus hermanos, escapando, por culpa de ellos él había sido juzgado por la sociedad, pero no todos salimos iguales, pensó, ahora la gente lo veía diferente y estaba demostrando serlo, tenía que atrapar a ese delincuente. Concentrado en la espalda vio que se daba vuelta, esto le dio seguridad, ya conocía su cara. Aunque no sabía por dónde estaba yendo, igualmente todavía había grupos caminando por la calle. En ese momento ve que el pibe dobla en la Av. Juan de Garay, se desespera por llegar a la esquina rápido antes de perderlo, llega y ve un boliche con gente en la puerta.
Fue como un balde de agua helada, lo había perdido y empezaba a sentir el cansancio en el cuerpo, pensó un rato y decidió entrar. Ahora es como jugar a las escondidas, pensó.

Juan se tranquilizó una vez adentro, miró la hora en el celular, tenía que estar en lo de Juli hace diez minutos, le mandó un mensaje que se había retrasado pero que llevaba una sorpresa. Tenía que salir ya, pasara lo que pasara, se puso una campera que tenía en la mochila, se lavó la cara en el baño y salió con todas sus fuerzas, decidido. La suerte estaba de su lado.
Paula Abal

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