miércoles, 12 de noviembre de 2008

La muñeca de tanatos

Eran las seis, faltaban veinte minutos para que él llegara, los nervios la invadían. Después de tantos años era un gran paso. Pero, ¿estaba haciendo lo correcto?
A pesar de las discusiones que podía tener, él era su vida. Su primer amor, su compañero de vida. Pero, ¿él era el compañero de vida que realmente se merecía? Sentía que el estómago se le estrujaba, que iba a vomitar en cualquier momento, una vez tomada la decisión sabía que no podría volver atrás. Si se iba nunca más podría ni pisar ese barrio y más conociéndolo a Jorge, se iba poner muy violento.
Empezó a mirar la casa, lo delicada que era, combinación de blanco y negro. Los sillones blancos que les había regalado la mamá de Jorge para su casamiento , la mesa de hierro negro y vidrio , los cuadros que había elegido ella. Pero la vista se volcó a una muñeca que tenía en el estante superior del modular donde estaba la televisión, era de porcelana y medía unos setenta centímetros. ¡Esa muñeca! ¡Claro no podía estar ni un minuto más en esa casa! Desde el noviazgo él siempre había sido igual ¿Cómo pudo haber estado tan ciega? ¡Ya no quería soportar tantos maltratos! Él no se la merecía.
El objeto la remontó a su primera gran pelea, a los cinco meses de estar saliendo, ella había decidido ir a la casa. Los padres de él estaban de viaje y la había invitado a cenar. Se lo había dicho a la mañana y ella muy emocionada había estado esperando todo el día que la llamara para arreglar la hora. La llamó a último momento, pero ella fue igual. Cuando llegó encontró una carta de una chica, iba a estallar en celos y empezaron a discutir. Él no había podido creer que ella sospechara de que pudiese ser infiel. Se había puesto muy violento y había empezado a pegarle a la puerta y gritaba más y más. Nunca se había sentido tan desprotegida, tan perdida, tan desestabilizada. A la semana se había arrepentido y le había regalado esa muñeca que todavía conservaba.
Siguió mirando su confortable comedor y siguió recordando. El principio de su noviazgo había sido raro. Siempre habían peleado mucho, al principio eran peleas tontas. El se enojaba mucho pero a ella le gustaba él, y más cuando se enojaba. Parecía un nene y a ella le divertía desenojarlo. No se tomaba en serio sus enfados, le parecían un juego.
Igual la decisión estaba tomada, nunca había sido el marido perfecto. Definitivamente no se la merecía. Era un mal esposo. ¡A veces hasta lo mataría! Recordó una vez, cuando estaban de novios, en el que ella se había negado a ir a verlo jugar al fútbol. Él había empezado a gritarle a decirle que ella no era la mujer con la que quería estar, que en realidad nunca la había querido. Recordó lo que esas palabras la habían lastimado. Él siempre la había hecho llorar, pero cuando la abrazaba sentía que el tiempo se detenía., que nada mas importaba. Él la abrazaba como nadie, él la tocaba como nadie pero también la hacia sufrir como nadie.
Agarró sus cosas apurada, casi no podía respirar de los nervios que tenía, se apresuró hacia la puerta, la abrió y ahí estaba él con un ramo de flores. Rápidamente dejó las valijas atrás de la puerta, lo vio y lo abrazó. En ese abrazo sintió todo el amor que siempre le había tenido, tantos momentos juntos, no podía dejarlo, ella sabía que la amaba. Lo miró a los ojos y vio todos los momentos en el que la había cuidado, la había defendido, la había apoyado cuando algo no le salía algo, la había cuidado cuando estaba enferma. Esos ojos que la habían enamorado. Y si algo sabía era que ella era la única mujer de su vida. Jorge estaba de muy buen humor.
- Mi amor, tengo una gran noticia, me ascendieron, soy vicepresidente de la compañía.- dijo él.
- Felicitaciones ¡Después de lo que lo esperamos! Te voy a hacer una comida muy especial- respondió
Ella estaba muy feliz, fue a la cocina y se percato de que en su plan de huida no había ido a hacer las compras. Pero Jorge había ascendido, se merecía una rica comida. Empezó a ver que era lo que tenía, fideos tomates, zanahoria, una cebolla y bueno se las iba a ingeniar para hacer fideos con una buena salsa. No sabía si hacía lo correcto pero realmente tampoco quería hacer lo mismo que su madre, seguro habría otra solución. Recordó las interminables peleas entre sus padres que terminaban con su madre en el piso, y el cruel recuerdo de su madre abandonándolos cuando ella tenía doce años. Tenía latente la imagen de ella la noche anterior a que partiera. Jugando a espiar a su madre se puso a mirar como cocinaba. Observó muy atentamente, ella estaba poniéndole veneno para ratas a la comida del padre. ¡No lo podía creer! Trató de escaparse de ver tal situación, pero resbaló. La madre la escuchó, la miró y en un ataque de nervios, llorando tiró la comida a la basura. Al día siguiente huyó de la casa. Nunca entendió por qué su madre había tratado de envenenar a su padre , si bien a veces él era violento , era solo cuando se enojaba, el resto del tiempo era muy cariñoso con ella y la quería mucho.
De pronto volvió a su realidad, escuchó que su marido cortaba bruscamente el teléfono. Un escalofrío recorrió su cuerpo.
- ¡¿No pusiste la mesa?!
En ese momento se bloqueó, sabía lo que pasaría. Era como si los gritos ya predicaran lo que vendrían. El miedo no la dejaba hablar. Era inminente ¿Para que responder? Se iba a poner peor. Solo por no haber puesto la mesa. Capaz que tendría que haberla puesto antes. Y la vista se nubló.
Se despertó en el piso, como tantas veces. Se sentía sucia, como tantas veces .Se sentía desprotegida, desestabilizada, como tantas veces. Quería irse pero sentía una fuerza interna que no la dejaba tomar la decisión. No quería repetir la huida de la madre. El iba a cambiar, ella sabía que la amaba. No tenía la energía para pararse. Miro a su alrededor y pese a ella recordó todo lo que no quería recordar, el aborto que la había obligado a hacer. Tenía el recuerdo presente, de antes de terminarse de dormir por la anestesia, él con su madre en la esquina de la habitación mirándola. Claro que según ellos era por su bien. Nunca los había culpado, pero le dolía el alma cada vez que lo recordaba. No podía levantarse le dolía todo, lo odiaba. Igual no podía evitar pensar que capaz ella tenía algo de culpa, cuando escuchó a Jorge hablando por teléfono.
- Sí, mi amor ahora voy para nuestro lugar, pero te dije que no me llames a casa. Sí… que ella puede darse cuenta… Si te dije que esta enferma pero cuando se cure la voy a dejar.
¿Una amante? Después de todo lo que ella lo había cuidado, que había dejado su vida por él. ¿Así se lo agradecía? ¿No se cansaba de lastimarla? ¿Qué clase de persona era? ¿Cómo era capaz de actuar así? De repente la energía le volvió al cuerpo, la furia la desbordaba, no podía manejala, no podía pensar en tranquilizarse, la situación se le iba de las manos ¡Era una basura! Miró la muñeca de porcelana, la agarró, fue al cuarto donde estaba el teléfono… Jorge dejaría de ser su obsesión.
Casandra Hojman

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