martes, 18 de noviembre de 2008

Ensayo: Mensajes urbanos

“Las paredes son la imprenta de los pueblos”.
Rodolfo Walsh


Las ciudades tienen vida propia. Respiran y luchan. Dicen y callan. En ellas converge lo múltiple y distinto. En ellas viven y sobreviven diversos individuos. Coexisten culturas y subculturas. Religiones que se toleran, se enfrentan, se repulsan.
¿Qué es una ciudad? Piedra, cemento y asfalto. Luces y colores. Autos y transeúntes. Velocidad. Misterio. Cielo e infierno. En ella hay personas que la sufren y disfrutan. Por eso está viva; aunque podría morir, quedar en la ruina, desaparecer. Pero seguramente de sus cenizas resurgiría una nueva. Mejor y peor. Diferente.
En la ciudad confluyen distintas formas de expresión. Manifestaciones a favor y en contra de lo racional, esto es, de aquello que es considerado correcto dentro de las normas establecidas por la sociedad y de aquello que es considerado incorrecto, que va en contra de lo convencional y aceptable.
“Las ciudades están llenas de sorpresas, llenas de lo inesperado, de extraños encuentros, llenas de respuestas que no esperabas a tus preguntas”[1]. Y de preguntas que no esperabas a tus certezas. En ellas hay ruidos, manchas de pinturas, gritos silenciosos. Las paredes preguntan, ironizan, susurran.
Desde la antigüedad, el hombre comenzó a expresarse en las paredes. Apenas erguido, el Homo Sapiens registró su existencia en las cuevas de Altamira. Luego fue el turno de los “pasquines” o carteles artesanales, a veces injuriantes o políticamente subversivos. Siempre anónimos. En la actualidad, los graffitis constituyen la nueva forma de manifestación no oficial. La necesidad de transmitir símbolos o mensajes parece ser inherente a la especie humana.
Fue quizás el Mayo francés, el que marcó a nivel mundial el punto de giro: el graffiti fue un arma privilegiada de combate de lo nuevo contra lo viejo. Lo que había que decir, necesitó de una nueva manera de decirlo.
Pero, ¿qué significado tienen estos mensajes en la ciudad?, ¿cómo vive la gente su presencia?, ¿constituyen una forma de expresión o un simple hecho vandálico?
El graffiti parece ser el referente de una generación que no está dispuesta a mantenerse sumisa frente a políticos y militares en los que ya no cree. Sus ideas breves e impactantes pueden ser quizás una especie de filosofía y hasta un modo de vida para los más jóvenes.
Las paredes suponen defender la intimidad y la propiedad privada. Pero los graffitis la transgreden y desnudan. Irónicos, lúdicos o futboleros, son una expresión efímera cuya esencia podría ser marcar la ciudad con un nombre propio y dejar impresa una identidad.
Tal vez constituyan una exhibición de la lucha ideológica, de las heterogeneidades existentes en la ciudad. Tal vez, sólo “ensucien” el paisaje urbano y sean pruebas de la incultura, el vandalismo y de la degradación edilicia, como sostienen muchos.
Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de graffitis?


Su aparición en América data del período posterior a la conquista de México-Tenochtitlan. En Argentina, se desarrollaron vertiginosamente entre los años ’60 y ’70; pero la sangrienta dictadura del ’76 fue aplacando sus voces. Ya con la restauración democrática reaparecieron e ironizaron sobre lo sucedido durante esos años. En las calles se dejaban leer frases como “Vos no desapareciste, por algo será” o “Los argentinos somos desechos humanos”.
Sin embargo, los mensajes políticos e ideológicos no son los únicos que suelen verse. Existen los denominados “tags” que consisten en firmas estilizadas, las “bombas” que son una especie de letras rellenas y los “sténcil” que son los clásicos moldes. Últimamente han crecido en cantidad los “murales” que son los más elaborados y creativos. Los mensajes de amor no suelen ser la excepción. Como se ve hay para todos los gustos, y disgustos. La expresión a través del graffiti es un comportamiento social, político, artístico, plástico y creativo, en el que se intentan plasmar mensajes urbanos.
Pero, ¿qué quieren decir?
Generalmente la “lectura” de estas expresiones requiere de un esfuerzo importante de interpretación, esto se debe a que además de una fuerte carga simbólica, refieren a procesos históricos y políticos puntuales e incluso utilizan lenguajes muy específicos.

Calle Guemes,
Bs As.
Si como sostiene Mario Margulis, la ciudad es un jeroglífico, un enigma a descifrar y preguntarse por su cultura es indagar en los sistemas significativos y expresivos, los graffitis quizás permitan detectar las tensiones existentes entre los habitantes de las megalópolis modernas.
¿Cómo reaccionan los ciudadanos ante ellos? Muchos deciden ignorarlos. Tal vez esta conducta responda a un mecanismo de defensa para centrar la atención sólo en lo socialmente permitido. O tal vez, estas personas son tan estructuradas y autómatas que no los pueden ver; sus ojos sólo son capaces de leer lo oficial y sus cerebros se mantienen entumecidos.
Un porcentaje importante de la gente considera que sólo ensucian las paredes. Idea estimulada usualmente por los miembros del gobierno de turno y por los medios masivos que monopolizan la comunicación.
Un grupo minoritario de personas interactúa con ellos. Mantiene un diálogo mudo que consiste básicamente en realizar comentarios sobre lo ya existente. Ellos son los ciudadanos atrevidos. Lo cierto es que esta expresión estética que crece de manera silenciosa, y que genera amores y odios, tiene algunas características específicas.
El graffiti se asocia a la marginalidad, porque no se encuadra dentro del marco legal y oficial de la comunicación; porque propone una ideología diferente. En general, el artista se mantiene en el anonimato y su creación es espontánea y veloz.
Esto podría hacer pensar que tal vez lo más irritante de estos mensajes, es que constituyen la voz de los excluídos. Las paredes parecen darles el lugar que el sistema les niega. Parecen darles la posibilidad de expresarse, quejarse, divertirse.
Entonces es probable que molesten, pero no por sí mismos; quizás cada nuevo graffiti indique que los oprimidos siguen sin querer resignarse, siguen entre nosotros y se manifiestan como pueden. Pero no se callan. Sus voces son los aerosoles y las letras que estos dibujan; y a través de ellos, transforman las paredes en telegramas gigantes y anónimos.
Calle Sarmiento, Bs As.

(“Vivimos la resaca de una orgía en la que nunca participamos”)
Mientras en Argentina se busca la forma de acabar con ellos y paradójicamente aparecen en el frente de los edificios inscripciones institucionales con la frase: “Prohibido fijar carteles o inscribir leyendas”; en Brasil parecen tomarse las cosas de otra manera.
En la ciudad de São Paulo, el gobierno invirtió en graffiteros, entre estudiantes de artes plásticas hasta gente de clase baja que vive de eso, pintando túneles de la ciudad, o paredes de puentes y diversos lugares no pertenecientes a edificios públicos. Además, muchos vecinos los contratan para pintar la fachada de sus casas.
Ahora bien, cuando el graffiti es asimilado por el ambiente social o resulta funcional al poder, ¿no comienza a debilitarse?, ¿no carece de sentido? Acaso, ¿no es por naturaleza contestatario? Tal vez resulte más interesante que siga siendo trasgresor y que sus fieles deban ocultarse de las leyes de un sistema que no integran, que los mantiene al margen.
En la antropología y en la historia del arte suele considerarse al dibujo de símbolos y la representación de objetos y animales como una manifestación anterior a la transformación de una cultura oral en una cultura escrita. El graffiti, tal vez por su simplicidad, la necesaria brevedad de sus trazos, la imprescindible síntesis del texto, su impacto visual directo o su libertad de diseño, parece muchas veces conservar algo de aquel espíritu primitivo dónde la forma, el ritmo y el color se unían para transmitir un significado. ¿Por qué cada vez se critica más algo que es tan antiguo como el hombre?, ¿será acaso que los mensajes anónimos cada vez cuestionan más el orden existente?, ¿será que la gente prefiere no pensar? Tal vez las personas escapen de su realidad para poder soportarla, y los graffitis cumplan la función de devolverlas inevitablemente al lugar del que quieren huir.
Es verdad que uno prefiere las paredes de sus casas limpias. A nadie le debe gustar salir a la calle y ver los muros escritos. Pero cuando uno viaja en colectivo y a través de las ventanas lee frases como “el orden de los plátanos no altera el licuado” ó “de tal palo, tal chichón”, ¿no se le dibuja una sonrisa en el rostro más allá del estrés y las obligaciones que lo agobian?, ¿esos mensajes no rompen un poco con la rutina de nuestros días?
“La urbe programada para funcionar, diseñada en cuadrícula, se desborda y se multiplica en ficciones individuales y colectivas. Esta distancia entre los modos de habitar y los modos de imaginar se manifiesta en cualquier comportamiento urbano” sostiene García Canclini.
Así lo estipulado de antemano en la ciudad choca con la improvisación de sus habitantes, que descomprimen el lugar en el que viven y le dan un toque fresco, nuevo, diferente.
Ponerse de un lado o del otro, es ver las cosas de un modo simplista. Puede ser molesto ver las paredes escritas, pero no parece ser un gran delito marcarlas. Tal vez pensar que esas personas utilizan los aerosoles para rebelarse, pedir atención o expresarse pueda significar un paso hacia delante en la búsqueda de comprender, o al menos de aceptar al otro. Y parece ser que hay personas adelantadas, pioneras en el intento de volver menos “ilegal” el uso de manifestaciones no oficiales.
El homenaje máximo al graffiti, lo brindó Horacio Fontova quien a mediados de los '80 escribió una canción donde el aerosol era el protagonista y hablaba en primera persona:
"Cuando todos callaban, yo era el único que hablaba, por mi pico se cantaron, mil leyendas de la calle".
Actualmente, varios artistas plásticos se dedican a producir murales callejeros, con aerosol u otras técnicas en muchas zonas de la ciudad. Se destacan las obras de Alfredo Segatori, firmadas con el seudónimo de “pelado”, que exhiben “okupas”, trabajadores que recuperan empresas quebradas, cartoneros y otras temáticas sociales.
Tal vez, todo sea cuestión de integrar al sistema a estas personas con alto nivel creativo. Darles la chance de expresarse en ámbitos “más adecuados”. Tal vez haya que limpiar las paredes y castigar a quienes las ensucian, para tapar con pintura un problema más profundo.
A modo de conclusión es interesante resaltar que los graffitis actúan rompiendo las pautas publicitarias permitidas, enfrentando la moral dominante. Son siempre un intento por socavar simbólicamente el orden establecido.
Parece ser que esas manos que escriben y dibujan sin parar, no encontrarán paz mientras haya una razón que las inquiete.
¿El graffiti no es arte urbano, callejero? Cuando uno va a museos y admira cuadros de Dalí y Manet, ¿no admira esa capacidad de expresar y conmover, de cuestionar y crear?, ¿por qué no admirar también arte no convencional, contestatario? Los grandes artistas, ¿no comenzaron rompiendo con lo establecido? Acaso los graffiteros, ¿no pueden ser los artistas de todos los siglos aún no reconocidos?
Las manifestaciones artísticas novedosas gozaron desde siempre de numerosos adeptos pero también de gran cantidad de detractores, y los ejemplos de esta ambigüedad son por demás elocuentes y numerosos en la música, la pintura, la escultura y el arte en general.
Quizás en un futuro no tan lejano sean valorados y la gente comience a preocuparse por cosas verdaderamente indignantes, como la explotación sin límites de los más pobres, las mentiras aberrantes de los gobernantes, el hambre en el mundo, o los miles de jóvenes que nacen sin futuro cada día y que engrosan las estadísticas de la delincuencia.
“Así como no existen personas pequeñas ni vidas sin importancia, tampoco existe trabajo insignificante”[2]. Tal vez estos mensajes urbanos sean más importantes de lo que creemos.

Marisol Andrés

[1] John Berger, “Composición de lugar”.
[2] Elena Bonner.

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