martes, 4 de noviembre de 2008

Otro cuento para disfrutar: Imagen

Fue al baño y mojó su cara. Tantas lágrimas la habían deshidratado. Durante un rato se miró en el espejo, sentía que había envejecido. El estómago crujía, los párpados le pesaban. Las últimas setenta y dos horas resumían los dieciocho años de su vida. Antes de entrar a la habitación compró un café en el pasillo. Lo bebió. Luego se colocó un barbijo, un ambo y guantes. Ingresó y se sentó a su lado. Le tomó la mano y la puso sobre su pecho. La observó detalladamente. Sentía que aquella persona sobre la cama ya no era su madre. Sentía que en cada latido ella también estaba muriendo. Esa mañana había recibido la noticia, desde entonces cada minuto le resultaba valioso. Se preguntaba a sí misma sí llegaría a decirle todo, pero las palabras se ausentaban. Una mano pequeña parecía oprimirle la garganta. Su madre extendió la mano, y con la yema de los dedos comenzó a recorrer suavemente la cara de su hija. Abrió sus ojos débiles y le regaló una sonrisa. La misma que la consolaba en sus resfríos, en sus caídas. La misma que quizás, había recibido al nacer. Ella en cambio, le devolvió una mirada entristecida, percibiendo aquel gesto como una despedida.
Mientras su madre dormía, sus ojos comenzaron a dispersarse lentamente por la habitación. Observó las paredes amarillas, la tela dura de las sábanas, el goteo del suero, los tubos de oxígeno, la pequeña mesa de luz llena de medicamentos, la sonda que colgaba de la cama. El hospital le resultaba frío, vacío. Creía que ese lugar no era el que merecía ver su madre por última vez.
Una secuencia de imágenes comenzaron a presentarse en su memoria, como si hiciese un breve recorrido de toda su vida. No quería olvidar ningún detalle. Tenía la certeza de que aquellos recuerdos eran los últimos que compartiría con su madre. Se concentró en una imagen, la dejó inmóvil en su mente como si fuese una fotografía. En ella recordaba a su madre feliz, como pocas veces su enfermedad le había permitido. Quiso regalarle ese instante y decidió contarle lo que rememoraba. Cerró sus ojos y su imaginación se trasladó al sitio. Comenzó a percibir el aroma de la arena mojada, el sonido del ir y venir de las olas del mar. Cerró sus ojos y sus labios comenzaron a moverse, describiendo la pequeña casa de la playa a la que iban en vacaciones. El aire de ese lugar hacía respirar mejor a su madre, a sus pulmones desgastados por el asma y el seudomona. Recordó el comedor en el que desde la ventana veían al mar, al sol esconderse en él durante el ocaso, y a la luna salir en su reemplazo iluminando la noche. Le habló de un día en particular en esa casa. Aquella mañana habían desayunado café con leche y tostadas mientras observaban el mar desde la ventana. Luego tomaron una toalla y fueron a acostarse en la arena que se encontraba a pocos metros. Casi ni había gente, eso serenaba el lugar. Abrió sus ojos un momento para observar a su madre, ella sonreía como si su imaginación también se hubiese trasladado a aquel día. Cerró sus ojos nuevamente y continuó su relato. Ese día posaron largo rato bajo el sol mientras charlaban de nada en particular y reían de tonterías. Después se refrescaron en el mar, salpicándose una a la otra. Luego su madre se alejó y volvió a acostarse en la arena observando a su hija nadar. Ella permaneció un rato en silencio, interrumpiendo su relato en esa imagen, en la que veía a su madre feliz, como pocas veces la había visto. Tomó una fotografía detallada en su memoria intentando preservar cada cosa, los colores, los aromas, los sonidos, la sonrisa de su madre. Quiso avanzar en el recuerdo, pero no podía. De repente había perdido el control en su mente. Las imágenes que ahora se le presentaban jamás las había vivido. Se veía a sí misma salir del agua intentando alcanzar a su madre. Ella se alejaba caminando por la orilla del mar. La veía alejarse y quería moverse para alcanzarla, pero su cuerpo no la dejaba, como suele suceder a veces en los sueños. No podía controlar las cosas que estaban sucediendo y las imágenes seguían presentándose en su cabeza. Se sentía desconcertada, sin embargo, poco a poco iba dejando de sentir aquella presión en la garganta. El sol, como el reflector en los teatros, perseguía el camino de su madre. La veía alejarse más y más caminando por la arena mojada y al sol iluminarle el cuerpo entero, como si la llenase de vida. Sus labios seguían moviéndose como si continuase contando la historia, pero ella no podía escuchar sus propias palabras. Al principio pensó en gritarle que no se fuera, pero finalmente no lo hizo. Ya no sentía tristeza, ni angustia, ni desconcierto. Al ver a su madre feliz tenía una sensación extraña, una mezcla de alegría y alivio. En la distancia, la vio darse vuelta a saludarla y luego a su cuerpo comenzar a desaparecer por la playa, hasta que poco a poco fue escapándose completamente de su vista.
Abrió sus ojos reencontrándose con la habitación amarilla y observó a su madre detenidamente. Cuando la acarició, sintió su cuerpo frío.


Mayra Gullotta

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