martes, 24 de noviembre de 2009

Ciudad y Ficción: Horizontes catalejísticos

No es lo mismo, cinco millones de habitantes por ciudad;
que cinco millones de ciudades por habitante.


“Es de creer que la humanidad ha querido recompensar a Colón por haber completado el mundo, dedicándole otro mundo de papel y de tinta”. Marqués de Cinchelat
La ficción ha sido siempre la obstetra de la pujante realidad.
Inicialmente, todo origen, por más sangre involucrada (porque la sangre también es inicio), es prestado a cuidado de la ficción. Cabría preguntarse se existe principio que no contenga indicios de haber sido más o menos criteriosamente tratado por el obrar de la ficción. Todo nos hace pensar que la alborante rúbrica de ésta construye parcialmente, en la medida en que no lo hace de forma totalizante, modos de presentar tal o cual concepción que por lo general se transmiten inconcientemente.
Son estas modalidades inconscientes las que dibujan soberanos mapas culturales, que en decisión y consigna poseen usualmente límites inexplorados.
Asimismo, la ficción hace lo propio con la ciudad, ese quiste urbano donde residen conjuntamente un grupo considerable de colonos.
Cuando se piensa en un mapa de la ciudad, en una descripción de la ciudad, se nos aparece una disposición estructurada en basamentos culturales, de impresionante solidez; por ejemplo, la imagen geométrica con la división de planos donde figuran calles y alturas sobre una superficie completamente plana.
Sin embargo, estas acepciones ligadas a los mapas de las ciudades no son inamovibles e impertérritas, sino que sufren, como todos los conceptos, cambios radicales o no ante los golpeteos del ariete de la ficción.
Llegar a desmantelar, transformar, levantar(si es que no a destruir) nuevas ciudades a través de la ficción es de hecho dedicar, cual Cristóbal Colón, un nuevo y gigantesco mundo de papel y tinta, más amplio, más expandido del que conocemos, pero no por ello más realista, sino simplemente, más ficcional.
Hacer desde luego hincapié en esta discriminación es entender en efecto que la ficción no se construye única e invariablemente del mismo modo en que lo hace la realidad empírica, ni siquiera respeta, estima o se formula bajo las mismas leyes espacio temporales que esta. Así, por ejemplo, el sentimiento de lo fantástico, según hace uso de él Cortazar, se filtra en la llovida cotidianidad de Todo puede suceder de Palo Ramos conforme un zapato es la inquietante hendidura por la que se desplaza el extrañamiento y el propio relato.
Entonces, a partir de un zapato, medio par de zapatos, una leyenda casi de fábula, casi cenicienta, una condensación entre la ficción y la ciudad perceptible, entre una ciudad que llega y otra que es devuelta entre premisas de una broma y rastros de anhelos poéticos; se deduce la propuesta ficcional de toda ciudad.
Una ficción propone recetas, incluso una ciudad puede entenderse por un platillo, pero sin lugar a dudas, cada preparación (cada relato) constituye, como afirmaría Paul Ricouer, una resignificación constante del espacio urbano.
Siguiendo esta idea, toda ciudad es objeto de relato (existen casos en que la misma urbe es sujeto o personaje del relato). Lo es, en sumo modo, en tanto, sin mayores aspiraciones, una ciudad, lo mismo que todo un pueblo, puede encontrarse en el relato simbólico de una moneda. La expresividad de la ciudad, depende enteramente del cuidado ficcional sobre la realidad dada. “Crónicas del Ángel Gris” un libro de Alejandro Dolina, que más allá de ser la antología de muchos de sus cuentos es un extraño compilado en forma de monografía, quizás nos permita reubicar esta idea de cuidado ficcional. Dolina escribe sobre su barrio, el barrio de Flores, pero de un modo maravilloso. Negándose a respirar los humos de lo ortodoxo, diseña un Atlas de Flores totalmente impensado, rompiendo con los mapeos más convencionales y previsibles, aquellos que señalan avenidas o vías de ferrocarril. Confiado de que la cartografía es exactamente una falsedad y más un elemento de desorientación que de orientación, el autor menciona que existió tiempo atrás en Flores la preocupación de dar noticias más profundas y ecuánimes sobre el barrio. Aquellos prodigiosos conocedores, dibujantes, viajeros, fotógrafos, cronistas, que no son otra cosa que colonizadores, hombres de ficción, aunaron fuerzas para ilustrar el barrio en toda su “realidad”. Empezaron entonces por consignarlo todo: el curso y la dirección del agua podrida junto a los cordones, la altura de los timbres, el itinerario de los vendedores ambulantes, las verjas con perros repentinos, la ubicación de las casas embrujadas, las entradas al infierno, los sitios más propicios para la siesta del día 6 de febrero, y numerosas otras particularidades que por respeto a la humildad sintáctica no podemos mencionar. Sin embargo, parece ser que el punto está claro. Como vemos, la búsqueda de los personajes es impulsada, a través del padre creador, por vientos de ficción casi irrisorios que nos dejan a merced del descubrimiento de un nuevo mundo totalmente extraño y diferente de aquel que conocemos, pero constituido en base a los mismos materiales. Es la fuerza de percepción la que aquí funciona como una brújula que nos encamina hacia nuevas significaciones de lo ya conocido.
Seguro es saber que la ficción no puede abordar toda la dimensión de lo real, pero si puede supeditar buena parte de ella a sus ordenamientos y caprichos. Con esto no se trata de decir, que la ficción utilice avasalladoramente sus estrategias y tópicos más allá de lo que las cualidades de lo real le permitan, porque de ser así, perdería toda coherencia lógica, toda relación con su materia prima. Esto es pauta válida para todo proceso fantástico.
Ahora bien, ¿cuáles son las estrategias, o más bien los modos con las que cuenta la ficción para permitirnos ampliar los consabidos horizontes urbanos? ¿Más valdría pensar qué la ficción no trabaja de forma afásica- aunque particularmente en el cine mudo este caso se dé- sino que posiblemente opera de modo tal que las implicaciones de su funcionamiento revelen en el enunciatario (para no errar en decir solo lector) transmutaciones de lo posible? De ser así, nos inclinaríamos a pensar que, valiéndose de rótulos o rubros genérico/temáticos como pueden ser el resguardo en el hogar del mundo o la concatenación de hechos insólitos que traspasan estos mundos, la ficción, en Todo puede suceder, nos muestra una ciudad difícilmente asimilable a la imagen de simple planos con calles. La posibilidad entonces, vuelve creíble lo impensable, desata prejuicios culturales y levanta nuevas categorías o ejemplos de ciudades “colonizadas”.


Ciudad y Pluma
La pluma redescubre a la ciudad. Para hacerlo, omite, arrebata, transforma, dilata, devela, recopila fragmentos de ciudades encasillados con anterioridad, haciendo uso de visiones subyugadas a temas específicos, por ejemplo, la violencia, o la inmundicia. De la noche a la mañana, la pluma teje un capullo que permite a la ciudad perfeccionarse (sin entrar en figurativos) y arremolinarse en un proceso de metamorfosis cuántica que depende enormemente de esta perspectiva de orientación. Llegado al caso, una ciudad puede ser sinónimo del tema que se propone tratarla; en “Lydia en el canal”, de Marcelo Cohen, la ciudad nos huele tanto a un basural como a un epílogo de un destino que no se haya geométrica ni potencialmente muy lejos de él.
Para llegar a comprender la fortaleza de las escenografías producidas por la ficción debemos embarcarnos en la experiencia misma que nos permita integrarnos a esa realidad que se nos muestra. No hace falta ser escritor ni mucho menos, solamente se requiere el libre desenvolvimiento de la imaginación que permita perturbar la herrumbre de lo arcaico para reformarlo en un sentido reconstitutivo y abarcativo. De otro modo, las concepciones respecto de la ciudad con las que miremos nuestros alrededores impedirán la transcendencia de los horizontes urbanos que tanto se precia de ofrecernos la ficción, sea en literatura o en otro arte. Navegar fue para Colón descifrar aquellas conjeturas que empañaban los lentes de un catalejo, aún cuando él mismo no haya sido, en realidad no lo sabemos, quien esgrimiese la pluma del descubrimiento.
Pedro Galmes

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