domingo, 15 de noviembre de 2009

Ensayo: Identidades y efecto mariposa

“Todo lo que pienso es parte de mi mundo mental.
Y sin embargo aquí me encuentro teniendo un pensamiento
que pertenece manifiestamente a otro mundo mental,
que está siendo pensado en mí tal y como si yo no existiera.”
Poulet, en El proceso de lectura: enfoque fenomenológico (Wolfgang Iser)



¿Quiénes somos? ¿Qué es el hombre? A lo largo de la historia de la humanidad el hombre se ha cuestionado sobre su origen, sobre su ser. Su racionalidad lo ha llevado a formular toda clase de teoremas, formulas, sistemas, dogmas, historias, leyendas, mitos, ha creado dioses y hasta se ha elevado él mismo como el ser supremo, amo y señor de este mundo. Sin embargo hay algo que lo sigue aquejando desde aquellos tiempos inmemorables, su “piedra en el zapato”, aún cuando sus pies pisaban la tierra sin intermediarios: la identidad, su identidad. Que pertenecemos a la misma especie, que cada uno es alguien único, que tenemos las mismas necesidades, que nuestros anhelos y deseos pueden ser tan distintos como un átomo y una molécula, ¿o nos complementamos?, que el colectivismo o el individualismo, la libertad o la solidaridad, que somos malos o buenos por naturaleza, hijos de Dios o del diablo, ¿Quiénes somos en realidad? Leí por ahí, en algún cuento cuyo nombre mi memoria no puede recordar que los escribas estaban siendo asesinados para que dejaran de escribir porque ya no cabían más libros en el planeta. Pilas, mejor dicho, montañas de libros se amontonaban a los costados de las calles de todo el mundo, montones y montones de libros formaban islas en los océanos, no alcanzaba una Tierra para tantos libros. Quizás su autor, que tampoco puedo recordar, haya leído la Teoría de la recepción de Paul Ricoeur, quien se cuestiona qué es el hombre, y sentencia que el sujeto se piensa y reflexiona a sí mismo a partir de un distanciamiento de su yo, a través del lenguaje. Tal vez aquel autor que escapa a mis recuerdos lo leyó y pensó : “si el hombre lo que verdaderamente necesita es saberse alguien, y si un filósofo como Ricoeur se ha visto invadido en tal incertidumbre para formular una teoría, entonces los hombres no dejarán de producir y producir textos hasta que no hallen la respuesta”. Aunque no solo se refería al lenguaje escrito, sino también a los símbolos y comportamientos, las formas de expresión que van más allá de las palabras.
“Todas las cosas quieren persistir en su ser” cita Borges en su ensayo “La muralla y los libros” a Baruch Spinoza. He aquí la paradoja, ya que para Ricoeur el objetivo de una obra literaria no es denotar sino transformar la cosa denotada, y esta transformación supone para Iser una autotransformación del lector pues en el acto de lectura se vive una suerte de bifurcación por la cual a la vez que experimenta el objeto profundiza en la experimentación de sí mismo. Entonces el hombre escribe y lee para encontrarse, pero no se encuentra más que como algo totalmente distinto de lo que era antes, y al volver a leer algo para hallarse vuelve a transformarse, convirtiéndose la existencia en un espiral hermenéutico sin final.
Tal vez haya que adherir a la teoría de las matemáticas y la física llamada Caos. El cuento de Fabián Casas, “Asterix, el encargado”, es una digna postal del caos en el que estamos inmersos, naufragando a la deriva en busca de algo que ni siquiera sabemos con exactitud que es, y que él bautiza satori. Carlos Gamerro dice que quizás la experiencia fundamental de la ciudad se logre al perderse en ella, que nunca está lejos la idea de laberinto. En “Asterix”,…la ciudad es representada como caótica, sentimiento que es vivido a través de los lugares que frecuenta, como la fiesta donde se presenta una revista de poesía “En un escenario improvisado, Rodolfo Lamadrid, el crédito local, recitaba sus poemas con el tono de un presentador de boxeo. La gente aplaudía y se reía a rabiar porque los poemas eran muy graciosos. Después empezó a tocar una banda heavy.” Cuando se mete en el sótano del edificio “Había unos caños inmensos que se perdían por un pasillo. Los caños venían desde el techo, muy alto y se conectaban con la caldera (...) Colgados de los caños y por todos lados, como si fueran la vegetación del lugar, se amontonaban trapos de piso, baldes de plástico, secadores y otros instrumentos de limpieza. Me resulta difícil describir el lugar por donde Asterix me llevaba.” Las vías del tren, hasta llegar al Bajo Flores “a nuestro alrededor crecía un laberinto de casas, con pasadizos pequeños que se abrían a izquierda y derecha. Cruzados por cables y sogas de lavar ropa. En unos tachos de hierro, desperdigados al tuntún, algo se quemaba. Y esa era nuestra única iluminación.” Caótico también es el texto por su disposición de los hechos, como si el narrador se estuviera buscando todo el tiempo. Es interesante que cuando el narrador obtiene su primer sueldo lo primero que hace es comprar un libro en Parque Centenario (Las sirenas de Titán, de Vonnegut). Tal vez sea el indicio de la búsqueda de sí mismo por parte del ser humano, y no un simple pasatiempo. Ricoeur dice que en los textos el sujeto se reinterpreta a sí mismo, se reconoce y refigura su experiencia de vida.
Edward Lorenz en su Teoría del Caos postula que el término caos se refiere a una interconexión subyacente que se manifiesta en acontecimientos aparentemente aleatorios. Acaso en esta vida nada sea casualidad. En “Asterix,…”el narrador llega a un barrio boliviano acompañado por el encargado, espacio caótico al aire libre donde hombres y mujeres bebían, hablaban en voz alta, cada uno en su propio mundo, otros tirados por el piso, riéndose, y había quien lloraba y le hablaba al cielo. Hasta que de la nada todos empezaron a pegarse con todos, “era todos contra todos, palo y palo, mujeres y hombres sin distinción.” Hasta que ya no sintió ningún miedo físico, se sintió uno más de esa tribu. “Un verdadero veterano del pánico. Sentí que además del licor, tenía lágrimas en los ojos (…) No me dolían los golpes, no sentía el cuerpo. Yo era Asterix, era yo, era nadie. Y comprendí que en esa noche extraña bajo las estrellas de una barriada remota se me había otorgado el don de la invisibilidad. Y tuve satori.” Este cuento es una metáfora de la búsqueda de identidad por parte del hombre que vive en la ciudad, como dice Gamerro: “En el pueblo, el espacio del anonimato es el de la intimidad, apenas uno sale a la calle se hace visible y queda atrapado en una ineludible red de relaciones sociales. En la ciudad es al revés: la identidad existe en los espacios cerrados, ya basta asomarse a la vereda para convertirse en nadie. La búsqueda de identidad es caótica, el mundo es caótico, y nosotros somos parte de él. Tal vez nuestra identidad en la ciudad sea el caos, y necesitemos de todo aquello que nos rodea, de las personas y de los objetos. Lorenz dice que en la turbulencia de un arroyo es imposible predecir la trayectoria de una partícula de agua. Sin embargo, este sistema es, a la vez, continuamente cambiante y siempre estable. Si tiramos una piedra al agua este sistema no se desestabilizará, cosa que sí ocurriría en un sistema no caótico. Esto es una metáfora de nosotros mismos: somos la misma persona que hace diez años, y sin embargo hace diez años estábamos formados por unos átomos diferentes, y psicológicamente también éramos diferentes. La creatividad es algo inherente al caos, entonces la identidad es eso, es el arte de combinar nuestra imaginación con aquellos signos, símbolos, textos, comportamientos que nos rodean. La creatividad puede aparecer, y de hecho aparece, en cualquier momento de nuestras vidas. Si, por ejemplo, al contemplar un árbol, hacemos una abstracción de nuestro conocimiento sobre los árboles y vemos un árbol absolutamente nuevo, las desviaciones únicas de sus ramas, sus nudos y retorcimientos, los juegos de aire y de la luz entre sus hojas, en ese momento estamos contemplando la identidad del árbol. Así en la vida como en la literatura. Wolfgang Iser afirma que “sin la formación de ilusiones, el mundo desconocido del texto seguirá siendo desconocido; mediante las ilusiones, la experiencia ofrecida por el texto se nos vuelve accesible, pues es sólo la ilusión, en sus diferentes niveles de coherencia, la que hace que la experiencia sea legible.”
Entonces, el hombre, es también parte de lo que son los demás hombres, es ese párrafo de un cuento que lo hizo reír o llorar, es esa oración o ese texto que escribió alguna vez en algún lugar, es la inspiración que recibió de esa canción, de ese paisaje o lugar, es los rostros que recuerda del pasado y los que nunca conoció pero sin embargo allí están, en los sueños. Los hombres son lo que imaginan y lo que sueñan, lo que piensan y que acaso ya fue pensado por algún filósofo chino llamado Lao Tsé, en un lejano ayer, “La existencia está más allá del poder de las palabras para definirla. Pueden usarse términos, pero ninguno de ellos es absoluto”.
Cuando terminé de leer el cuento de Fabián Casas, yo también obtuve satori. Ahora me doy cuenta, en la ciudad todos somos invisibles. Sin embargo, me seduce más pensarme en términos del “efecto mariposa”, mientras aquí bato mis alas, del otro lado del mundo se está produciendo un tornado.
Juan Manuel Almeida

1 comentario:

Unknown dijo...

¿Que puedo decir? Es un palcer leerte, no es fácil para una mujer co tan poca lectura bailar a tu ritmo, pero sos increible. Te felicito!!! Lo digo públicamente, como siemrpe!!!