domingo, 15 de noviembre de 2009

Cuento: Un hilo de verdad

Escuché un grito y corrí. Mi oído me sugirió que venía de la pieza de mis padres, quizás mamá se había tropezado con algo. Cuando llegué al cuarto, después de recorrer el extenso pasillo, solo vi la cama con las sábanas desarregladas. Nadie sobre ella. Me quedé pensando qué podría haber pasado para que ellos no estuvieran allí. Tal vez habían escuchado lo mismo que yo y estaban buscando al dueño de esa voz en otra habitación.
Nunca, jamás me gustó que la casa fuera tan grande y ahora las preguntas volvían a mi mente. ¿Para qué necesitamos tantos baños?, ¿para qué tantos dormitorios? Mi mamá siempre me dijo que son por si viene alguien a quedarse unos días, pero nunca le encontré demasiado sentido a la explicación. Para mí solo servía para que los vecinos no se quejaran tanto cuando mi papá se juntaba con sus amigos a ensayar.
Otro grito me hizo reaccionar de repente, pero esta vez lo sentí mucho más fuerte que el anterior. Definitivamente estaba cerca. Un hilo de luz provenía del baño, y por eso fui hasta allí.
La puerta estaba entreabierta y, no sé por qué razón, decidí que lo mejor era mantenerla así. Desde mi lugar sólo pude ver una mujer arrodillada, doblada para adelante como si le doliera la panza. Apenas la vi supuse que era mi mamá, no lo sabía porque estaba dándome la espalda casi por completo. Después razoné que no podía ser ella, las mamás no se enferman.
También alcancé a notar que alguien le estaba agarrando el pelo, se lo sostenía muy fuerte. Parecía como si quisiera levantarla del piso. Reconocí esa mano. No muchas personas tienen una cicatriz sobre los nudillos. No muchas personas tienen un anillo con forma de dragón.
La mujer se quejaba, pero parecía hacerlo en silencio, como si respetara las horas de sueño de los que todavía podían dormir; como arrepentida del grito proferido anteriormente.
No quería ver pero tampoco podía irme de ese lugar. Algo me mantenía ahí, inmóvil, escuchando los quejidos que se prolongaron durante algunos minutos Cerré los ojos y, de repente, no escuché nada más. Cuando los abrí, lo primero que vi fue un hilo rojo, parecía sangre la que corría desde adentro del baño, pero no sé. Ese líquido espeso recorrió libremente el parquet y se detuvo cuando la delicada alfombra persa lo frenó con sus largos pelos blancos. Una mancha color bermellón la arruinaba para siempre.
De repente tuve miedo, mucho miedo, más que todas las otras veces que creí tener mucho miedo, más que todas esas veces en que me porté mal y mi papá me castigó. Mi papá se enojaba mucho, no solo conmigo, también con mi mamá.
Unos días atrás se había puesto peor que nunca. No sé por qué, parecía que quería que mi mamá se quedara todo el tiempo dentro de casa, le decía algo así como que ese era su lugar y después la insultaba, gritaba palabrotas feas, de esas que a veces escucho en la tele y que no me dejan decir. La pelea había empezado porque mi mamá había salido con una amiga a tomar algo, pero yo no sé que tiene eso de malo, ella no sale nunca, al menos no me acuerdo de haberla visto salir jamás. No sé por qué mi papá quiere que esté adentro todo el día, ya no soy tan cuiquito, puede cuidarme otra persona por un ratito.
Ese día me había escondido en mi cuarto mientras escuchaba a mi papá gritar, pero esta vez no supe qué hacer, me descubrí temblando. Decidí salir corriendo antes de hacer algún ruido que denunciara mi presencia en el cuarto. Corrí muy rápido, tan rápido que casi me caigo varias veces mientras atravesaba el largísimo corredor. Sentía que las coloridas guitarras que colgaban de las paredes me miraban, me delataban.
Llegué a mi pieza y me metí de un salto en la cama. Me quedé bajo la colcha azul de autitos y pensé que todo nada de esto podría haber pasado, que mamá me iba a traer la chocolatada dentro de unas horas y me iba a despertar con un beso en la frente. Sí, seguramente, sólo tenía que cerrar los ojos y dormir.
Noelí Juliá Rodríguez

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