miércoles, 4 de noviembre de 2009

En medio de tanto bullicio ciudadano dos cuentos para disfrutar:

Y sin embargo


– Martín Bustelo: ¿Acepta a Gabriela Mónaco como esposa para amarla, respetarla, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte los separe?
– Sí, quiero.
Intento no estar triste pero no puedo. Resuena en mi cabeza ese “sí, quiero” que dijiste. Aceptaste amarme, respetarme, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte nos separe. Me amás con locura, y yo a vos también. Nos cuidamos el uno al otro con dientes y garras. Tenemos los hijos y nietos que soñamos toda la vida. Y sin embargo todo esto no alcanza. No basta para que te quedes conmigo. Para que no llegues del trabajo cada día con la mirada baja. Y aunque me repitas lo mucho que me amás y lo que significo en tu vida, el dolor no se va.
Antes no eras así. Y yo tampoco. Cada semana me pregunto qué hago acá, a tu lado. Por qué no puedo sacarme ese anillo dorado que viste mi dedo anular izquierdo. Intento y no lo logro. Cuando no estás recorro la casa a oscuras y no hay nada. Amago con llenar las valijas, pero es en vano. Al agarrarlas pienso que vas a cambiar y las regreso. Pero no es más que eso, un pensamiento. No puedo ni quiero seguir así. Y sin embargo continúo.
Eras tan diferente. No pretendo que sigas igual, sería imposible. La gente cambia, y más en treinta años. Pero por qué cambiar tanto. Cuál es la necesidad de buscar en sábanas ajenas alguna respuesta. Cuál es el hechizo que te hace recaer en este círculo de dolor para ambos. Porque sé que a vos también te duele. Y mucho. Sé que soñás conmigo cuando estás con ellas. Pero hay algo. Algo que te hace pensar en ellas cuando dormís a mi lado. Y por más que te envenenen los besos que les das, lo seguís haciendo.
Lo peor es que regresás cada noche. Cuanto más fácil sería si huyeras con alguna y me dejaras definitivamente. No necesitaría escuchar todas esas palabras de arrepentimiento y dolor. No necesitaría oírte decir que soy tu vida, la razón por la que te levantás cada mañana. Tu hidalguía de volver me destruye el alma. Hace que mi corazón se desgarre una y mil veces. Ya no entiendo cómo se puede sufrir tanto. Dónde cabe este inmenso dolor.
Hubo tiempos mejores y otros peores. Días en los que no te veía. El trayecto de la oficina a la casa nunca terminaba. Jornadas en que tu celular permanecía sin batería o la señal nunca era buena. Los días buenos fueron los menos. Pero no los cambio por nada. Eran un idilio. Llegabas y tu mirada me decía que lo habías logrado. Ahora eso no es más que una utopía. Tus ojos se vuelven opacos cuando llegás. Los míos se recubren de lágrimas y dolor. Otra vez dolor. Se me hace imposible volver a soñar con ese viaje que una vez hicimos. Esa huida de tus malas costumbres que tuvimos juntos. ¿Te acordás? Dos semanas que nos refugiamos en la cabaña más remota que encontramos en la Patagonia. No había celular que sonara a la hora de la cena. Éramos sólo vos y yo. Nos acostábamos y despertábamos uno al lado del otro. No nos separábamos ni por un segundo. En esos catorce días fue cuando más vi brillar tus ojos. Y fue cuando vos me hiciste más feliz del mundo. Y sin embargo nada cambió luego. Bastó con que pongamos un pie nuevamente en la cuidad para que vuelvas a tus andadas.
Hoy siento que vivo en la canción que aquel cantautor español que tanto te gusta compuso. No es por echarle la culpa, pero seguís al pie de la letra lo que Joaquín escribió. Vos me lo hacés sentir así. Y me hacés sentir que soy culpable. No es tu intención, pero lo lográs. Es mi culpa que yo esté acá esperándote cada tardecita. Es mi culpa que no pueda amenazarte con irme si nada cambia. Aunque la mayor responsabilidad es tuya. Sos el responsable del vacío que siento en mi alma, del sollozo que se me escapa cuando veo que son las cuatro y media de la tarde y no estás cruzando la puerta.
Realmente ya no puedo continuar de este modo. Quiero hacer que todo cambie y no puedo. Tengo ganas de esperarte sentada para hablarte, pero no sé si pueda. Seguir sin reprocharte nada me hace sentir muerta en vida. Que nos separemos puede ser lo mejor y lo peor al mismo tiempo. El no verte cruzar la puerta con esa mirada puede salvarme y matarme. Estás tan dentro de mí que no sé qué hacer.
Ya debés haber salido de la oficina. Tu destino va a ser el de siempre, supongo. Escucho un auto que se detiene y pienso que sos vos. Pero me equivoco. Es un comisario que pregunta si soy tu mujer y me pide que me siente.
Me dejaste de la forma que no quería. En tu afán de inmiscuirte en sábanas alquiladas apretaste de más el acelerador. Tal vez, inconscientemente, querías librarme de esto. Quizás esta era la única manera en que podías hacerlo.
Pensaba que estando lejos de ti el vacío de mi alma iba a desaparecer. Y sin embargo me equivoqué una vez más. Ahora daría mi vida y todo lo que tengo por volver a verte llegar de la oficina.
Luciana Marchetti
Sabrosa despedida

Daba vueltas y vueltas en el escueto espacio de la cocina, quizás el único lugar donde se sentía segura, importante, grande, única y hasta a veces audaz. Su cabeza viajaba cada vez que decidía cocinar un plato nuevo o colocar alguna especia diferente en los platos diarios; los olores, los aromas, las texturas, los colores de todas las verduras, las frutas, las carnes…eran su único viaje más allá de las cuatro paredes combinadas con habitaciones y puertas en la cual vivía los trescientos sesenta y cinco días de todos los años desde que decidió irse a vivir con el padre de su hijo, que lamentablemente nunca pudo nacer. Aunque la angustia la invadía a diario, y sosteniéndose con los dos brazos de la gris mesada, bajaba la cabeza y hasta se colocaba en cuclillas para derramar las lágrimas que secaría sin dudarlo antes de que él la viera, había aprendido a manejar las hierbas, tes y especias para que sean paliativos de algunos de sus males. Muchas veces se preguntaba por qué aceptaba esta manera de vivir, por qué no buscaba salir; lo intentaba diciéndole que ella podría ir sin problema al supermercado de la esquina, que podía confiar en ella y dejarle la llave de la casa, pero nunca obtenía una respuesta positiva. Ella debía hacerle una detallada lista de los productos que se tenían que comprar y él se encargaba de dársela al portero del edificio para que realizara la compra y lo esperara con los productos hasta que él volviera de trabajar. Siempre tenía todo lo que necesitaba para hacer las comidas más sabrosas, todos los meses le traía de regalo un nuevo libro de cocina. Podía mirar televisión el tiempo que quisiera, mientras que al horario de la cena estuviera todo preparado, pero el decodificador de canales sólo permitía que viera los canales de gourmet, de cocina, de postres y alguno de manualidades.
Manuel, su marido, la trataba muy bien, siempre le traía flores, la llenaba de besos, la peinaba antes de irse a la cama, a veces traía alguna película para que vieran juntos y saboreaba sus comidas como si fueran el manjar más exquisito, que de hecho lo eran. No hablaban mucho, no hacía falta, tampoco compartían mucho tiempo ya que él trabajaba todos los días de la semana, pero nunca, desde que viven juntos faltó a dormir una noche.
Hace quince años que duermen juntos, en la misma cama, todos los días Liliana se levanta cuando el sol está saliendo para prepararle el más delicioso de los desayunos, todo hecho de manera casera, medialunas, panes, mermeladas, dulces, tortas, todo lo que a uno se le puede ocurrir para saborear antes de empezar el día, ella lo preparaba y lo despertaba con suaves caricias para que su amanecer fuera dichoso.
En la casa no había teléfono y Manuel mantenía su celular siempre con él, hasta cuando se iba a bañar, no había radio, nada que informara algo del mundo exterior. De lo único que estaba al tanto ella era de las cosas nuevas para cocinar.
Aquella noche, ella hizo la lista que hacía cada dos días de las cosas para comprar en el supermercado, la dejó sobre la mesa y se fue a la cama a recibir por última vez los cariños de su marido. A la mañana siguiente hizo lo mismo de siempre, con el mismo esmero y a la tarde pasó por la casa Manuel a dejarle el pedido del supermercado.
Ella preparó un banquete muy especial, como lo hacía los trescientos sesenta y cinco días de los quince años, cenaron juntos y cuando Manuel se fue a la cama, ella limpió todo como hacía habitualmente. Se asomó a la pieza, se acercó a él, lo tocó, lo movió y nada. Desenganchó las llaves que llevaba él colgando de su cintura, abrió la caja fuerte, sacó el celular de su marido y todo el efectivo que había, armó un bolso, se puso la campera de él, fue a la cocina, guardó en su bolso la caja con especias, dejó una lágrima sobre la hornalla, se dirigió a la puerta de entrada, la abrió y se fue.
Erica Casarin Novak

3 comentarios:

Unknown dijo...

Que cosa tan especial son las relaciones humanas, que mundo tan inmenso y variado existe que es capas de crear tanta ficción, y como bien diría Claudia reproduciendo a Ricoeur, no hay nada mejor que la metaforización a traves de la fición para mostrar la realidad tal cual es...la ficción siempre tiene pata en una realidad y cuanto más se apoyen los pies en ella,más creible será...Me maravilló al punto de la emocion tu cuento Luciana...te felicito!!

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Anónimo dijo...

Good post, thank you! I really like it.