sábado, 4 de octubre de 2008

Crónica periodística

Viernes 22 de agosto de 2008

Crónica de una crisis anunciada

La lucha por la educación pública, por las mejoras edilicias, por la triplicación del presupuesto, por el aumento salarial y un “¡edificio único ya!” son los principales motivos que han movilizado fuertemente en estos últimos meses a la Facultad de Cs. Sociales de la UBA. Junto a otras facultades y universidades del país, al igual que a docentes de escuelas primarias y secundarias, hacen sentir cada vez más sus reclamos

Eran las once de la mañana del viernes 15 del corriente y las aulas de la sede de Ramos Mejía estaban vacías. No hubo ni tanto movimiento como siempre ni el gran murmullo característico de los pasillos de esa Facultad. A pesar del paro activo, los no docentes trabajaron normalmente. El silencio se hizo presente en todo el edificio. En unas pocas aulas se dieron clases y en otras se charló sobre la medida de fuerza tomada ese mismo día. Algunos alumnos llegaron a la puerta y dijeron cosas como: “¡Uh! ¿Otra vez paro?”, y con algunos insultos se retiraron del lugar.
- Ni idea, mejor me vuelvo a dormir.
- Sí, sobre el aumento salarial, me parecen buenas las movilizaciones aunque no participo de ellas.
- Me parece bien que se luche por la educación pero, ¿quién se entera de los paros?
- No, la verdad no sabía nada.
- Soy de la FADU, en realidad, pero sí, apoyo algunos paros y las clases públicas, pero no apoyo no tener clases.
Fueron algunas de las respuestas que dieron varios alumnos que deambulaban por los pasillos al preguntarles si estaban enterados del paro y de la situación que se estaba viviendo en el ámbito universitario. Pero no es esa mañana cuando empieza la historia.
Remontándonos al año 2002, tras 45 días de toma del rectorado, el decano Federico Schuster prometió hacer todo lo necesario para conseguir el edificio único. El 3 de abril del 2004, Schuster, afirmó en una nota realizada por Javier Lorca (responsable de la sección Universidad) en el diario Página 12 lo siguiente:
“Por suerte, la universidad comprendió que lo que Sociales necesitaba no eran sólo aulas sino una facultad en serio, un espacio que pueda ser habitable para los estudiantes, los profesores y los no docentes” y así continuaba la nota: Después de años de reclamos (incluida aquella toma del Rectorado por 40 y tantos días), después de años de funcionar dividida en tres y más sedes, Sociales cuenta con un edificio de casi 25 mil metros cuadrados, donde funcionó la firma Terrabusi, que la UBA compró en el 2003 a cambio de 2,6 millones de pesos. En este momento, universidad y facultad están acordando el proyecto arquitectónico. Luego habrá que licitar las obras necesarias y, además, asignar los fondos, cuestión complicada en una universidad bastante ajustada. Las autoridades aseguran no tener claro cuánto costarán las refacciones, aunque se supone que superarán los 10 millones de pesos. ¿Cuánto durará la obra total? Si todo sale bien, unos tres años.”
Seis años después, apenas si se han construido una decena de aulas en el “supuesto” edificio único de la calle Santiago del Estero, que a duras penas logran albergar a la carrera más chica (Trabajo Social) de las cinco que conforman a la Facultad de Sociales. De las cuatro carreras restantes no hay ni noticias de cuándo se iniciaría la mudanza. Cada cuatrimestre se estiran los plazos, a tal punto que ahora la gestión ni se anima a darlos a conocer, y la obra se encuentra paralizada hace ya alrededor de un año y medio. Además, las condiciones de cursada y de seguridad son pésimas. Con aulas repletas de alumnos, con escaleras y accesos totalmente inadecuados para la cantidad de estudiantes, con ascensores que continuamente están fuera de servicio y con la inexistencia de planes de evacuación viables, entre otras cosas, las sedes demuestran sus malas condiciones. En abril de este año, el rectorado había firmado un convenio con el Gobierno Nacional por el cual se asignaron 22 millones de pesos para la reanudación de las obras. Estudiantes, docentes y no docentes, han exigido que se les den plazos concretos. La respuesta del decano ha sido, una y otra vez, que él no está en condiciones de darlos. Al poco tiempo, se enteraron de que esos 22 millones son insuficientes por la inflación y que por lo tanto los inexistentes plazos se estirarían aún más.
La situación es cada vez más crítica. En el mes de junio de este mismo año, se produjo un incidente en la sede de Marcelo T. un corte de luz mostró, entre otras cosas, la inexistencia de luces de emergencia. A raíz de este hecho, alrededor de 400 estudiantes cortaron la Av. Córdoba y realizaron una masiva asamblea en la que votaron tomar esa misma sede. Más recientemente, la semana pasada, en las instalaciones de este mismo edificio, mientras una alumna se encontraba en el baño, una viga, mejor dicho, una barra de hierro de más de un metro de largo, se desplomó y casi lastima a la estudiante.
A raíz de todos estos hechos, estudiantes, docentes y no docentes, junto a la FUBA, los estudiantes de otras facultades y los docentes de la CONADU histórica, se han puesto en marcha para decir “¡basta!”. Siguen reclamando un “¡edificio único ya!”. Bajo este lema, se han llevado a cabo masivas marchas y asambleas, casi interminables, para organizar la lucha y lograr que sus voces sean escuchadas. Sus reclamos no son más que una reivindicación de sus derechos: derecho a la educación pública, gratuita y en condiciones dignas. También los docentes luchan por un salario digno y no de indigencia, como es hasta ahora. La educación de nuestros jóvenes y el trabajo de sus educadores dependen de las respuestas a estos reclamos. Reclamos que nunca deberían haber existido.


María Betania Salas

Crónica urbana: El bombo y las voces nunca dejaron de sonar

Como cualquier día de partido pica ir a la cancha a seguir al equipo que uno lleva en el corazón, pinta en la esquina el faso y el vino en cajita. Se arranca temprano, tipo once. Hay que preparar los trapos y calentar las gargantas. El capo da las órdenes y el resto obedece, son como esclavos. Si alguno se rebela, el rey da el mandato y no le queda un hueso sano. Todo es alegría, es como para un religioso ir a misa. La calle se convierte en pasarela y pasa a ser un desfile de ropa deportiva de marca. Atrás quedan las zapatillas de lona, ahora la onda es usar llantas Nike con resortes. Vestidos valen más que pasar una noche en el Hilton. Todo es alegría, se entonan las voces del himno del escudo al que siguen y los bombos y las gargantas nunca se dejan de escuchar. La caja pasa de mano en mano y "pase otro Tetra para mi hermano el Tano". La procesión se hace en micros escolares. El capo deja su nave en el garaje. Ya tienen su lugar reservado en el templo. Se ve entrar a los hinchas contrarios, se oye: “si esos son unos pechos fríos”. Todos gritan insultando. La policía los escolta. Las plateas se llenan de familiares y los bombos no se dejan de tocar. El espectáculo comienza y los veintidós jugadores no son el único show. Parece que uno se rebeló y el capo a balazos lo bajó. Pero nada se escuchó, el bombo todo lo disimuló. La gente grita el primer gol. El baleado pide ayuda, por favor y nadie se quiere meter. La policía observa y no actúa. Se vuelve a escuchar otro gol, “por fin empatamos”, dijo el cana, con el escudo apoyado contra la pared. La platea observa tranquila el partido. Rondan algunos mates y el cocacolero. Finaliza el primer tiempo, un recreo para los protagonistas de adentro de la cancha, pero en la popular el espectáculo sigue. Algunos esclavos le gritan a su rey. La hinchada se tiñe de rojo. La ropa deportiva de marca se mancha de chocolate. Pero nada se escucha, porque el bombo y las voces nunca dejaron de sonar.



Karina Yanel Gaito

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Galíndez y Viturro

Me levanté a las cuatro de la mañana, como todos los días, no vaya a ser cosa que se me hiciera tarde para darle de comer a los “bichos”. Todos los días a las ocho ya tienen que estar tragando maíz.
Mi casa es normal, ni muy grande pero tampoco tan chica, de todas maneras el espacio me alcanza para mantener en confort a mis gallinas. Tengo un criadero de gallinas. La macana es que tengo dos edificios a los costados, que no dejan pasar el sol. Los corrales están pegados a sus medianeras, a lo largo de las paredes laterales. Eso me trae algunos problemas a veces, como las quejas de los vecinos por los ruidos y el olor. Pero no me importa, no les doy bolilla, porque teniendo esas dos construcciones a los lados tengo una sensación de seguridad tremenda. Nadie se va a meter a robarme las gallinas o sus huevos, ya que para hacerlo tendrían que trepar por los edificios. El problema es el frente, pero estoy buscando soluciones para eso.
Volviendo a lo de los huevos, eso es otra ventaja, ya que no tengo que comprarlos. Es más, son mucho más ricos y grandes que los del almacenero. Sin duda digo que tengo los huevos más grandes de la zona. Aunque en realidad debería decir “tenemos” y no “tengo”. Lo que sí tengo es un socio. Con Galíndez estamos en el negocio de los huevos hace ya como cuatro años.
Aunque últimamente andamos medio preocupados, hace algunas noches escucho unos ruidos raros en los corrales, así que Galíndez se va a quedar en mi casa unos días porque a mí me da miedo enfrentar solo el peligro. Hay que proteger el negocio.
Ya es tarde y es hora de ir a dormir, yo para mi cama y Galíndez al sofá. “Buenas noches Galíndez”, “buenas noches, Viturro”, me dice.
De golpe me despierto, otra vez el ruido en los corrales. Miro el reloj, son las dos de la mañana, voy a despertar a Galíndez.
-¿Qué pasa, hermano?-
-Otra vez los ruidos en el gallinero-
-Andá a buscar una linterna-
-A la voz de “aura”.
Nos acercamos lentamente desde el interior hacia el patio, sin hacer ruido ni prender la linterna. Encontramos finalmente la jaula de la que viene el escándalo. Cuando estamos seguros, nos preparamos para actuar.
-¿Qué será?-, le digo susurrando.
-Y yo qué sé- dice él susurrando también.
Nos miramos con indecisión.
-Dale che, prendé la linterna-
Le hice caso a Galíndez y prendí la linterna. Para nuestra sorpresa, lo que vimos fue una mano, sosteniendo un huevo, el cual soltó. Había un agujero en la pared, y de él salía esta mano. Al verse sorprendida por la luz, y para intentar disimular su presencia, empezó a hacer una especie de mímica. Se apoyó contra un costado y, moviendo los cinco dedos al mismo tiempo y desplazándose por el lateral, intentó hacerse pasar por una araña.
-¡Momento, compadrito!, dice Galíndez con voz gruesa. –Usted está tratando de robarse los huevos, es usted el que hace varias noches nos viene manoseando los huevos. ¡Hágame el favor de dar la cara! –
-Pará che, mirá si es peligroso…-
-Peligroso no sé, pero cobarde seguro. ¡Dé la cara!-
Rápidamente la mano se retira por el agujero, y vemos asomarse un rostro, entre la penumbra y la tenue luz de la linterna.
-¡Es el del Primero C!, digo sorprendido.
Así como termino de hablar, sale otra vez la mano, pero esta vez con un revólver. Nos apunta y hace pequeños movimientos cortos y repetidos hacia la derecha, como para intimidarnos.
-¡Traigan una fuentecita y me ponen los huevos ahí, vamos vamos!-, se escucha desde atrás del hueco.
-Sí señor, no vaya a cometer una locura-, le decimos casi al unísono.
Y despacio ponemos los huevos en la fuente, como son grandes, solo entran cuatro, pongo dos yo, y pone dos Galíndez.
-Pero qué huevos más grandes tienen-, dice la voz.
-Gracias, hacemos lo que podemos-
Le ponemos la fuente en la jaula, la gallina quietita, parece una estatua. La mano se mete otra vez y sale sin el arma. Intenta llevarse la fuente pero no puede, ya que no pasa por el agujero, así que los retira manualmente uno por uno.
Hecho esto, sale otra vez por el hueco, con el revólver.
-¡Al piso, boca abajo y las manos atrás!, se oye.
Lo obedecemos al pie de la letra y nos recostamos uno al lado del otro. Desde el piso veo el reloj que está en la cocina dentro de la casa, ya son las tres y cuarto, hace como una hora estamos acostados.
-Pensar que en este barrio todo siempre fue tan tranquilo. Cuatro años en el negocio de los huevos y nunca nos pasó nada similar-, se queja Galíndez.
-“Huevos Viturro y Galíndez”, digo con orgullo.
-“Huevos Galíndez y Viturro”- me retruca.
-Discúlpeme mi amigo, pero estoy cansado de su egoísmo. Siento que me ha faltado el respeto.
El tema del posicionamiento del apellido siempre fue un problema, aunque la mayoría de las veces intentamos evitarlo, pero esta vez no fue posible. Quizás por la adrenalina de la situación. De repente, boca abajo y con las manos atrás nos encontramos en una pelea, que si no fuera por nuestras limitaciones momentáneas, diría que fue a golpes.
-¡Ya va a ver usted, pero que se piensa!- le digo.
-Le voy a dar una, ´juna gran siete- arrimándose.
No sé cómo lo vería el tipo del otro lado del agujero, pero yo lo tengo bien presente. A los gritos y moviéndonos como dos peces a los que sacaron del agua y empiezan a ahogarse, así nos enfrentamos. Parábamos cada tanto a descansar, porque el gasto de energía era mayor al normal. De golpe escuchamos “¡Pum!, ¡Pum!”. Disparos.
-¡Ahijuna!- dijo Galíndez bastante asustado, decidimos cesar el “ajuste de cuentas”.
-Habrase visto, dos muchachos grandes peleándose por los huevos. La mezquindad es una cosa terrible, debería darles vergüenza- dijo la voz, en tono reflexivo.
-Tiene usted razón, mi amigo- dije, compungido.
-Así es- ratificó el bueno de Galíndez.
-Me parecería lo más correcto que todos nos amigáramos, venga un estrechón de manos- se mete a dejar el arma y sale inmediatamente desprovista de ella.
-Discúlpeme-
-Discúlpeme usted a mí.
-Sepan disculparme muchachos, no fue mi intención hacerles pasar un mal rato- extiende la palma y los dos la estrechamos.
Cuando le dimos la mano, ambos notamos que su tamaño era más bien pequeño. El agujero tampoco era muy grande, y el revólver era de esos que en las películas policiales los tipos las tienen como atadas a los tobillos. Nos podría servir para la empresa. Lo que pasa es que antes sellábamos los huevos, para darles un toque de distinción. Pero el tamaño de la mano del empleado era de mediano para arriba, y tenía la costumbre de apretar muy fuerte los huevos, y por supuesto romperlos.
-Sabrá perdonar la imprudencia, pero tenemos una propuesta laboral si está dispuesto a escucharla- dije, acercándome a la jaula y agachándome para quedar a la altura del agujero.
-Lo escucho-
Le comenté lo antes sucedido, agregándole que su pago iba a ser muy bueno, para incentivar una decisión favorable a nosotros. Mencioné el hecho de la dificultad de encontrar gente apta para realizar ese tipo de trabajo.
-¡Cerdeñas el de las manos pequeñas! Así me dicen en el barrio – confesó con orgullo.
-Buenas tardes, Cerdeñas- Galíndez y yo al mismo tiempo.
-Buenas tardes, y acepto-
-Felicitaciones, acaba de entrar al mundo de los huevos- dijo mi socio, con voz medio socarrona.
Ahora somos tres, Viturro, Galíndez y Cerdeñas. Nosotros nos encargamos de pasarle los huevos por el agujero que quedó en la pared, el problema es que algunos son muy grandes y a veces se raspan. Habrá que agrandar el agujero.
En poco tiempo vamos a ser uno más en la familia. Resulta que una tarde pasó mi hermana a saludar, y se quedó a ayudarnos con la preparación de unas entregas que teníamos atrasadas. Inevitablemente tuvo que ir para el agujero de Cerdeñas, a la sección de sellado. Vaya a saber cómo, pero se enamoraron profundamente. Él le recitaba poesías a través del agujero, y ella le besaba un huevo y después se lo pasaba, a veces con la marca del lápiz labial, otra con alguna frase de índole amorosa/sexual.
No me explico cómo sucedió, pero la cuestión es que hace ocho meses mi hermana vino con la noticia.
-Vas a ser tío-
Digo que no me explico cómo, porque la verdad es que a Cerdeñas nunca lo vimos. Conocemos únicamente su mano derecha, su arma y a veces con suerte vemos su ojo. Esa noche que lo descubrimos, nos dimos cuenta que era el del Primero C por plena deducción, y pese a la luz de la linterna la imagen del rostro que vimos fue más bien borrosa.
Pero eso es cosa de ellos, lo único que exijo es que trate los huevos con cuidado. Tenemos un sello con cada apellido, porque a un acuerdo no llegamos. Tres dicen Viturro, y tres dicen Galíndez. El problema es cuando nos preguntan, “¿Cuál es el orden de los apellidos?”.
-“Viturro y Galíndez”- digo.
-“Galíndez y Viturro”- corrige.
-Por esto es que vienen sellados, señor- aclaramos.
-Por esto es que nunca vamos a tener un cartel-
Dejamos a libre elección del cliente el orden en que quiera colocarlos, pero personalmente me parece que “Viturro y Galíndez” queda mejor.

Marcos Cómolo

El paraíso perdido

Estoy sentado frente a un escritorio, con la mirada perdida a través de una ventana enrejada, hasta que en entra a la oficina un hombre vistiendo un delantal y se acomoda en la silla con el respaldo más grande:
-Buen día señor Martinez. Soy el doctor Klein, el psiquiatra encargado de su caso.
-…
-Disculpe que no lo liberemos de las correas, pero es la política de la institución, por lo menos en la primera entrevista.
-Está bien, lo entiendo.
-¿Sabe por qué se encuentra aquí?
-Sí, porque nadie me cree.
-¿Qué cosa nadie le cree?
-Usted tampoco lo hará.
-Eso no puede saberlo. Por favor, quiero escuchar lo que tiene para contar.
Suspiro, y con resignación acepto. Le cuento que pertenezco a otro mundo, mejor dicho, a otra realidad. Que el mundo no estaba destinado a ser así. Los españoles no llegaron a América en 1492, por lo que los habitantes del “nuevo continente” (llamado en realidad Hedden) pudieron vivir aislados algunos siglos más.
En ese tiempo, se llevó adelante una reunión entre los líderes de todas las comunidades, y se selló unánimemente el “Gran Pacto”. De esta manera se logró una unión fraternal entre todos los pueblos. Cada persona o grupo ayudaba al de al lado sin esperar nada a cambio. La seguridad de tener todas las necesidades satisfechas, la paz continua y la interacción entre diversas culturas, propició un desarrollo humano y tecnológico imposible en otras circunstancias. Y poco a poco fuimos convergiendo en una única y gran nación.
-¿Y cuándo llegaron los europeos a América? –Interrumpe el doctor, simulando estar interesado.
-A Hedden –lo corrijo. –Y no fueron ellos los “descubridores”.
Le explico que en el año 253 d.G.P (después del Gran Pacto), 1783 d.C., partió una pequeña expedición navegando hacia el este. Al llegar a Europa, comprobó (como ya lo sospechábamos) que no estábamos solos en el mundo. Los exploradores recorrieron los cuatro continentes sin llamar la atención, y regresaron cinco años después repletos de información. Así fue que decidimos armarnos, a pesar de nuestra pacífica cultura, como prevención contra la beligerancia del resto del mundo. Cuando medio siglo después nos dimos a conocer al resto del mundo, ya nadie podía amenazarnos. Y nos convertimos en la primera potencia mundial.
Debido a nuestra filosofía no nos impusimos por la fuerza, no intentamos conquistar al resto del mundo. Dejamos que los otros viviesen como quisieran. Sólo nos erigíamos como árbitros ante los conflictos y las injusticias profundas. Nuestra primera y más importante acción fue liberar a África del dominio europeo. Además, abrimos nuestras puertas a cualquiera que deseara habitar nuestro suelo.
-¿Y cómo reaccionó el resto del mundo? –Me pregunta mientras anota rabiosamente. Ya va por la tercera hoja.
- Obviamente no obtuvimos igual reacción por parte de todos. -Le contesto pedagógicamente, resabio natural de mi profesión.
Le resumo que en África fue donde primero adoptaron nuestra forma de vida, y de gobierno. Al notar el incremento casi inmediato de su bienestar general, Oceanía le siguió. En cambio, en Europa y Asia el proceso fue más lento y fragmentado, pues mientras algunos países se iban convirtiendo, otros más conservadores se resistían. Pasaron casi doscientos años hasta que el último país se unió al “socialismo global”.
-¿Cuál era ese país?
-Dedúzcalo.
-Inglaterra. –Contesta, luego de meditar por unos instantes.
-Exacto. Ya era inevitable, se estaba quedando completamente relegado en el nuevo orden mundial.
-Entiendo. ¿Y cómo entra usted en toda esta historia? –no puede ocultar completamente un dejo de cinismo.
Ya estoy acostumbrado, así que no me ofendo.
-Nací en el año 430 d.G.P. (1960 d.C.). Mi trabajo comunitario, obligación que todos los ciudadanos debían cumplir tres días a la semana, consistía en dar clases de física en la universidad. El resto de la semana estaba abocado a mis investigaciones. La más importante, y que ocupaba casi todo mi tiempo, eran los desplazamientos crono-dimensionales.
-…
-Los viajes por el tiempo.
-Ah. –Por primera vez, deja de escribir.
-Y lamentablemente tuve éxito.
-¿Cómo lamentablemente?, no lo entiendo.
-Ahora lo va a entender. –Continúo. -Dado la enorme cantidad de energía requerida, y que esta aumentaba geométricamente en función de la masa desplazada, las primeras veces experimenté con apenas partículas. Una vez que estuve seguro de la viabilidad, me decidí a solicitar apoyo gubernamental para continuar con mis investigaciones. Pero para eso debía presentarles una prueba definitiva.
-¿Y que hizo? –Parece sinceramente interesado.
-Con la energía que tenía a disposición, lo más grande que podía enviar era una hoja delgada. Para conseguir una prueba irrefutable, debía enviar algo al pasado que pudiera recogerlo en el presente, que pudiera someterlo a análisis que verificaran el paso del tiempo, y que fuera anacrónico.
-¿A qué se refiere con anacrónico?
-Su naturaleza debía ser incompatible con su edad. Así que me decidí a desplazar un pequeño planisferio a los años anteriores al Gran Pacto. Para que no lo encontrara nadie antes, fui a una cueva en Los Andes a realizar el envío.
-¿Y qué paso?
-No puedo estar seguro. Pero creo algunas partes de mi teoría eran incorrectas. Ahora reflexiono que quizás en el desplazamiento temporal, la inercia aplique de una manera distinta.
-No lo entiendo.
-No tuve en cuenta en mis cálculos los movimientos de rotación ni de traslación, así como tampoco el desplazamiento propio de La Vía Láctea. Y creo que el planisferio fue a parar a Europa.
-¿Y cómo esto se relaciona con todo lo que me contó antes?
-Estoy casi seguro que un marinero lo encontró, y creyó que era real. Y se decidió aventurarse al oeste a encontrarnos, engañando a todos diciendo que trataba de llegar a Asia. Usted debe saber el resto de la historia.
El doctor no sale del asombro, así que prosigo:
-Y así fue como cambié la realidad. En un instante me encontraba en Los Andes, en el siguiente nada era tal como lo conocía.
-Pe…pero, ¿por qué es usted el único que lo recuerda? –Estaba recuperando su escepticismo.
-La verdad que no lo sé. Probablemente cargar toda mi vida con la culpa sea mi castigo por la desaparición de Hedden. Mordí la manzana prohibida, provoqué que nos expulsaran a todos del Edén.

Kaoru Heanna

domingo, 22 de junio de 2008

La gracia de la seda

Estaba hipnotizado observando la lluvia caer contra la ventana cuando oyó a su hermana y a su madre llegar de la casa de la señora Monique.
- Creo que dimos con el vestido perfecto, ¿no lo crees?
- Si, es verdad. Además te sienta tan bien…. La Sra. Monique tiene un gusto exquisito para diseñar vestidos de fiesta.
La madre colocó un enorme paquete, humedecido por la lluvia, cerca del hogar.
- ¡Cuidado! No lo dejes muy cerca del fuego, o se arruinará el vestido
- Es solo para que se le quite la humedad, por suerte llegamos a tiempo a casa antes de que se largue el aguacero.
- Solo digo que hay que tener cuidado. No conseguiremos otro vestido para el viernes, y las invitaciones ya están entregadas.
Al rato llegaron sus otras dos hermanas, él continuó observando la lluvia caer.
- ¿Consiguieron vestido? ¿dónde está? ¿me lo puedo probar?
- Calma Emma, eres muy pequeña y puedes arruinarlo. Además te faltan varios años para hacerte jovencita, ya tendrás la oportunidad, como el resto de tus hermanas, de tener tu propio vestido para tu presentación.
El murmullo de sus hermanas alrededor del hogar, y del vestido, fue interrumpido por una de las criadas, quien le avisó a la madre que la cocinera había llegado con los víveres para el gran banquete del viernes.
La madre ordenó al mayordomo a ayudar a la cocinera con las bolsas que traía del mercado.
- Una cosa mas, Walter, ¿Sabes si llamaron de la pastelería de la ciudad? Me dijeron que me avisarían cuando tengan el pedido listo.
- No señora, no llamaron. Con su permiso.
El mayordomo se retiró.
Doce años habían pasado desde la muerte de su padre, y su madre supo arreglarse muy bien para mantener el perfil social de la familia intacto.
Esta sería la segunda gran fiesta que se daba en la casa, después de la presentación en sociedad de su hermana mayor.
La casa lucía impecable y enorme. La madre había mandado a las criadas a preparar el salón comedor para que al día siguiente el florista lo llene de gladiolos y lavandas.
La mujer cuidaba cada detalle, decía que uno siempre debía demostrar clase y buen gusto en estos eventos, y que así se habían ganado el respeto de las familias más importantes e influyentes de la zona. Sus hermosas hijas eran su orgullo, y ella se aseguraría de propiciarles un buen porvenir al presentarlas ante los hijos del duque.
Pero todo a su debido tiempo, a medida que fueran creciendo cada una tendrá su vestido y su fiesta, asegurándose un futuro prometedor. La fortuna de su difunto padre debía invertirse en aquellos eventos sociales.
- Señora, un caballero en la puerta dice tener las cortinas que usted le había encargado.
Las cuatro mujeres se abalanzaron hacia la puerta para ver las famosas cortinas nuevas que su madre pondría en el salón.
- Es una tela finísima, señora, desde ya le agradezco por haberme elegido para realizar este trabajo. Posee usted un gusto digno de reconocimiento.
La madre le dio la propina al caballero de la cortina, y se dirigió hacia el salón comedor para colocarlas. Habían costado mucho dinero, y no pensaba dejarles aquel trabajo a las torpes criadas.
La mujer y sus hijas se retiraron hacia la otra punta de la casa, el salón comedor.
El mayordomo charloteaba con la cocinera en la cocina, las criadas aseaban los cuartos de la segunda planta de la casa, para no molestar a la señora en el salón comedor.
La sala de estar quedó vacía, salvo por el hombrecito de la casa, quién había dejado la lluvia para más tarde.
Con un poco de desconfianza se acercó al hogar. Rodeó el antiguo sillón de su padre, acariciando el terciopelo verde. Se acercó al enorme paquete. Lo desarmó.
Un enorme y hermoso vestido azul apareció entre sus manos, era de seda, y brillaba por los destellos de los troncos quemándose en el hogar. Lo extendió sobre su cuerpo, acariciando aquella tela tan suave y hermosa. Lo acercó a su mejilla izquierda y disfrutó de la suavidad de la tela. De repente se encontró quitándose los zapatos, luego las medias, los pantalones, el chaleco gris, y por último su camisa.
Primero fueron las mangas, luego la falda, y por último ajustó la cinta de encaje negro que rodeaba el torso.
Aquella sensación de suavidad le abarcaba todo el cuerpo, lo adormecía en una ráfaga de felicidad. Era hermoso, él se veía hermoso.
Pasó sus manos por la falda del vestido, cuando se movía le recordaba las olas bajo el bote, aquella vez que el tío Henry lo había llevado a pescar.
Las olas azules bajaban por sus piernas con una delicadeza inigualable. Era maravilloso.
De repente, le pareció oír pasos por la escalera de mármol, aquello indicaba que alguien se acercaba. Rápidamente quiso quitarse el vestido, pero algo verdaderamente extraño sucedió.
Al vestido le habían desaparecido los botones mediante los cuales se abría el cuello delicadamente para poder quitarlo. Intentó sacarlo de todas formas, forzando al diminuto cuello para que su cabeza pueda hundirse en el mar de seda azul y así retirarlo rápidamente, para evitar lo que sería el peor de los enojos de su madre.
Era imposible, estaba atrapado. Los pasos se oían cada vez más cerca. Siguió luchando, el vestido le abrasaba el cuello como si no quisiera soltarse. Los pasos se sentían aún más cerca. Ya se imaginaba el escándalo que su madre le armaría, “que cómo me haces esto”, “que arruinas el nombre de nuestra familia”, “que tu padre...”, “que el qué dirán”, “que me avergüenzas”, “que el vestido de tu hermana”, “que la fiesta”. En la desesperación, tomó el vestido por el ruedo y comenzó a tirar hacia arriba. La totalidad del vestido azul le quedó en la cabeza, había logrado quitarse las mangas, sólo faltaba el cuello. Los pasos llegaban a la puerta. De un tirón logró quitarse el vestido, cuando lo tuvo en sus manos notó una enorme mancha de sangre en el cuello del vestido. Los pasos llegaron al picaporte de la puerta. Sin darle más importancia a aquella enorme mancha, la urgencia por no ser descubierto hizo que tome su ropa y se esconda tras una de las cortinas, del otro lado de la sala de estar. Al entrar la madre en la habitación, el muchacho pudo ver cómo ésta se acercaba al vestido al verlo fuera del paquete y con el forro externamente.
El grito de horror de la mujer se escuchó en toda la casa. Él permaneció escondido, con la ropa y los zapatos en la mano, comenzaba a sentir un ligero dolor de cabeza. Llegaron sus hermanas para ver qué sucedía. La madre no emitía palabra, su hija menor corrió el forro del vestido, descubriendo una enorme mancha de sangre. Su hermana mayor fue a buscar un vaso de agua para su madre y un calmante para su hermanita, a quien la sangre le impresionaba mucho. La muchacha a quien le pertenecía el vestido, lo levantó de la mesa y, al acomodar el forro del vestido hacia adentro, vio como dos pequeñas orejas mutiladas caían desde dentro de éste.El muchachito se puso las manos a los lados de la cabeza. Se limpió la sangre, y se hecho a llorar.


Gabriela Gorordo

jueves, 12 de junio de 2008

Cuento con relación escabrosa entre dos personajes e inclusión de un animal


Flotando

Julia subió las escaleras en busca de papel. El lápiz lo traía consigo, por ahora era suficiente con el tradicional HB. Trató de escoger una hoja que no pasara desapercibida y terminó eligiendo de entre la enorme variedad, la más seria. Esto para equilibrar el sentido de las palabras. Sabía que a él le gustaba la creatividad.
Juan. Tachón. Lindo. Tachón. Dulzura. Tachón -esta vez sin siquiera poder creer haberlo escrito-. Juan (no se esforzaría en el principio): esta noche en la cascada. Y ¿qué tenía esto de original? Nada. Pero se resignaría esta vez. De no funcionar, dejaría pasar un tiempo hasta el siguiente intento.
Dobló el papel a la mitad, se deslizó por la baranda de la escalera de roble, y dejó resbalar el papel ahora sellado por un simple doblez, por debajo de la puerta. Aquella que más que una puerta, era el umbral a la incertidumbre.
No quedaba más que esperar. Ni siquiera pensaba en golpear, aunque su ansiedad se lo pidiera a gritos. Decidió tomar aire fresco para calmarse y corrió al parque. En el trayecto transpiró lo que no se transpira en una pista de carreras. Su mente, totalmente inmersa en sí misma, no se distrajo con la gota que, resbalando por su frente, terminó colgada del respingue de la nariz. Llegó a la fuente, aquella con la cascada testigo de todo. Se sentó en el borde y admiró aterrorizada como nunca antes: jamás había reparado en los peces con aire feroz que acariciaban el agua. En medio del trance, apareció él. Sus ojos se mostraban tan azules como siempre, pero esta vez dejaban asomar un brillo profano. Juan se sentó a su lado, sin emitir sonido alguno. Como en un parpadeo, sintió cara contra cara, labios sobre labios, su lengua frotando la suya.
Fue poco lo que duró aquel momento, o acaso fue eterno. Despegando su rostro, vio que alguien observaba punzante. Con todas sus fuerzas se apartó de aquellos ojos azules y salió corriendo. Junto con su saliva tragaba la culpa.
Corrió detrás de la sombra enemiga, hasta alcanzar a ver de quién se trataba.
No hizo a tiempo de atraparla porque gritaron su nombre. La cena estaba servida.
Se sentó en la misma mesa que siempre, misma silla, mismo lugar. Juan y ella uno al lado del otro. ¿Acaso era protocolar ubicar a los más jóvenes de la familia juntos?

Juan: no preguntes nada, sólo encontrame donde siempre al atardecer.
No, no era creativo, pero sí enigmático. No fallaría. Mismo escenario, misma sensación de angustia. Esta vez no serían Julia, Juan y la cascada. Escribió otra nota, de similar contenido pero diferente destinatario. Pasó ambas por debajo de su puerta correspondiente. Se deslizó por la baranda que, peculiarmente, esta vez no estaba encerada- detalle que no llamó su atención: definitivamente, Ana no estaba haciendo bien su trabajo.

Cruzó el parque y se sentó en la fuente, para dedicarse a esperar.
Primero llegó Juan. No cruzaron palabra. Él se acercó para besarla. Ella lo detuvo. -Debemos esperar a alguien – dijo.

Aquí está- susurró Julia. -Tenemos que hablar con usted-. Siguiendo las indicaciones y con aires de entendimiento, la mujer se sentó en el borde de la fuente. Con la ayuda de Juan, lograron vencer la resistencia de aquella que, como quien mira con resignación, terminó por ceder.
Su falda se sumergió al compás. Abierta como un paraguas, daba un aire creativo al alimento de los peces.


Ailín Gurfein

miércoles, 4 de junio de 2008

Sueño relatado con oraciones unimembres:"Desenlace final"

Tristeza y terror. Las piernas cada vez más débiles, las voces lejanas, los recuerdos exánimes. Respiración entrecortada, profundos ahogos. Pedidos de auxilio, brazos implorantes, mirada extraviada. Nadie. Soledad, vacío. Llanto contenido y la necesidad de mi voz ausente. Todos sus oídos sordos. Todas sus calles desiertas.
Una carrera, una llegada y –así- una respuesta. Las casas cada vez más chicas, la ciudad más grande, el silencio más profundo.
Llegar. La puerta entreabierta, el sonido del viento, la ausencia de lo querido. El entrar, la añoranza. Un periódico en el piso. “Trágico accidente. Muerte de una joven”. Y entonces, la fría comprensión. El calor ascendente, el murmullo de voces lejanas. Cada vez más fuertes, cada vez más cerca. La realidad impactada sobre la sien. La comprensión: La última risa, el mate de ayer, la bronca de la pelea inocente, el abrazo matutino, los atardeceres expectantes, tu sonrisa, lo efímero. La pérdida, el arrepentimiento, lágrimas, lo etéreo, la nada, la huida. El ascenso, la paz, el final de toda historia, el silencio.

Victoria Ailín Sayago