jueves, 12 de junio de 2008

Cuento con relación escabrosa entre dos personajes e inclusión de un animal


Flotando

Julia subió las escaleras en busca de papel. El lápiz lo traía consigo, por ahora era suficiente con el tradicional HB. Trató de escoger una hoja que no pasara desapercibida y terminó eligiendo de entre la enorme variedad, la más seria. Esto para equilibrar el sentido de las palabras. Sabía que a él le gustaba la creatividad.
Juan. Tachón. Lindo. Tachón. Dulzura. Tachón -esta vez sin siquiera poder creer haberlo escrito-. Juan (no se esforzaría en el principio): esta noche en la cascada. Y ¿qué tenía esto de original? Nada. Pero se resignaría esta vez. De no funcionar, dejaría pasar un tiempo hasta el siguiente intento.
Dobló el papel a la mitad, se deslizó por la baranda de la escalera de roble, y dejó resbalar el papel ahora sellado por un simple doblez, por debajo de la puerta. Aquella que más que una puerta, era el umbral a la incertidumbre.
No quedaba más que esperar. Ni siquiera pensaba en golpear, aunque su ansiedad se lo pidiera a gritos. Decidió tomar aire fresco para calmarse y corrió al parque. En el trayecto transpiró lo que no se transpira en una pista de carreras. Su mente, totalmente inmersa en sí misma, no se distrajo con la gota que, resbalando por su frente, terminó colgada del respingue de la nariz. Llegó a la fuente, aquella con la cascada testigo de todo. Se sentó en el borde y admiró aterrorizada como nunca antes: jamás había reparado en los peces con aire feroz que acariciaban el agua. En medio del trance, apareció él. Sus ojos se mostraban tan azules como siempre, pero esta vez dejaban asomar un brillo profano. Juan se sentó a su lado, sin emitir sonido alguno. Como en un parpadeo, sintió cara contra cara, labios sobre labios, su lengua frotando la suya.
Fue poco lo que duró aquel momento, o acaso fue eterno. Despegando su rostro, vio que alguien observaba punzante. Con todas sus fuerzas se apartó de aquellos ojos azules y salió corriendo. Junto con su saliva tragaba la culpa.
Corrió detrás de la sombra enemiga, hasta alcanzar a ver de quién se trataba.
No hizo a tiempo de atraparla porque gritaron su nombre. La cena estaba servida.
Se sentó en la misma mesa que siempre, misma silla, mismo lugar. Juan y ella uno al lado del otro. ¿Acaso era protocolar ubicar a los más jóvenes de la familia juntos?

Juan: no preguntes nada, sólo encontrame donde siempre al atardecer.
No, no era creativo, pero sí enigmático. No fallaría. Mismo escenario, misma sensación de angustia. Esta vez no serían Julia, Juan y la cascada. Escribió otra nota, de similar contenido pero diferente destinatario. Pasó ambas por debajo de su puerta correspondiente. Se deslizó por la baranda que, peculiarmente, esta vez no estaba encerada- detalle que no llamó su atención: definitivamente, Ana no estaba haciendo bien su trabajo.

Cruzó el parque y se sentó en la fuente, para dedicarse a esperar.
Primero llegó Juan. No cruzaron palabra. Él se acercó para besarla. Ella lo detuvo. -Debemos esperar a alguien – dijo.

Aquí está- susurró Julia. -Tenemos que hablar con usted-. Siguiendo las indicaciones y con aires de entendimiento, la mujer se sentó en el borde de la fuente. Con la ayuda de Juan, lograron vencer la resistencia de aquella que, como quien mira con resignación, terminó por ceder.
Su falda se sumergió al compás. Abierta como un paraguas, daba un aire creativo al alimento de los peces.


Ailín Gurfein

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