miércoles, 17 de septiembre de 2008

El paraíso perdido

Estoy sentado frente a un escritorio, con la mirada perdida a través de una ventana enrejada, hasta que en entra a la oficina un hombre vistiendo un delantal y se acomoda en la silla con el respaldo más grande:
-Buen día señor Martinez. Soy el doctor Klein, el psiquiatra encargado de su caso.
-…
-Disculpe que no lo liberemos de las correas, pero es la política de la institución, por lo menos en la primera entrevista.
-Está bien, lo entiendo.
-¿Sabe por qué se encuentra aquí?
-Sí, porque nadie me cree.
-¿Qué cosa nadie le cree?
-Usted tampoco lo hará.
-Eso no puede saberlo. Por favor, quiero escuchar lo que tiene para contar.
Suspiro, y con resignación acepto. Le cuento que pertenezco a otro mundo, mejor dicho, a otra realidad. Que el mundo no estaba destinado a ser así. Los españoles no llegaron a América en 1492, por lo que los habitantes del “nuevo continente” (llamado en realidad Hedden) pudieron vivir aislados algunos siglos más.
En ese tiempo, se llevó adelante una reunión entre los líderes de todas las comunidades, y se selló unánimemente el “Gran Pacto”. De esta manera se logró una unión fraternal entre todos los pueblos. Cada persona o grupo ayudaba al de al lado sin esperar nada a cambio. La seguridad de tener todas las necesidades satisfechas, la paz continua y la interacción entre diversas culturas, propició un desarrollo humano y tecnológico imposible en otras circunstancias. Y poco a poco fuimos convergiendo en una única y gran nación.
-¿Y cuándo llegaron los europeos a América? –Interrumpe el doctor, simulando estar interesado.
-A Hedden –lo corrijo. –Y no fueron ellos los “descubridores”.
Le explico que en el año 253 d.G.P (después del Gran Pacto), 1783 d.C., partió una pequeña expedición navegando hacia el este. Al llegar a Europa, comprobó (como ya lo sospechábamos) que no estábamos solos en el mundo. Los exploradores recorrieron los cuatro continentes sin llamar la atención, y regresaron cinco años después repletos de información. Así fue que decidimos armarnos, a pesar de nuestra pacífica cultura, como prevención contra la beligerancia del resto del mundo. Cuando medio siglo después nos dimos a conocer al resto del mundo, ya nadie podía amenazarnos. Y nos convertimos en la primera potencia mundial.
Debido a nuestra filosofía no nos impusimos por la fuerza, no intentamos conquistar al resto del mundo. Dejamos que los otros viviesen como quisieran. Sólo nos erigíamos como árbitros ante los conflictos y las injusticias profundas. Nuestra primera y más importante acción fue liberar a África del dominio europeo. Además, abrimos nuestras puertas a cualquiera que deseara habitar nuestro suelo.
-¿Y cómo reaccionó el resto del mundo? –Me pregunta mientras anota rabiosamente. Ya va por la tercera hoja.
- Obviamente no obtuvimos igual reacción por parte de todos. -Le contesto pedagógicamente, resabio natural de mi profesión.
Le resumo que en África fue donde primero adoptaron nuestra forma de vida, y de gobierno. Al notar el incremento casi inmediato de su bienestar general, Oceanía le siguió. En cambio, en Europa y Asia el proceso fue más lento y fragmentado, pues mientras algunos países se iban convirtiendo, otros más conservadores se resistían. Pasaron casi doscientos años hasta que el último país se unió al “socialismo global”.
-¿Cuál era ese país?
-Dedúzcalo.
-Inglaterra. –Contesta, luego de meditar por unos instantes.
-Exacto. Ya era inevitable, se estaba quedando completamente relegado en el nuevo orden mundial.
-Entiendo. ¿Y cómo entra usted en toda esta historia? –no puede ocultar completamente un dejo de cinismo.
Ya estoy acostumbrado, así que no me ofendo.
-Nací en el año 430 d.G.P. (1960 d.C.). Mi trabajo comunitario, obligación que todos los ciudadanos debían cumplir tres días a la semana, consistía en dar clases de física en la universidad. El resto de la semana estaba abocado a mis investigaciones. La más importante, y que ocupaba casi todo mi tiempo, eran los desplazamientos crono-dimensionales.
-…
-Los viajes por el tiempo.
-Ah. –Por primera vez, deja de escribir.
-Y lamentablemente tuve éxito.
-¿Cómo lamentablemente?, no lo entiendo.
-Ahora lo va a entender. –Continúo. -Dado la enorme cantidad de energía requerida, y que esta aumentaba geométricamente en función de la masa desplazada, las primeras veces experimenté con apenas partículas. Una vez que estuve seguro de la viabilidad, me decidí a solicitar apoyo gubernamental para continuar con mis investigaciones. Pero para eso debía presentarles una prueba definitiva.
-¿Y que hizo? –Parece sinceramente interesado.
-Con la energía que tenía a disposición, lo más grande que podía enviar era una hoja delgada. Para conseguir una prueba irrefutable, debía enviar algo al pasado que pudiera recogerlo en el presente, que pudiera someterlo a análisis que verificaran el paso del tiempo, y que fuera anacrónico.
-¿A qué se refiere con anacrónico?
-Su naturaleza debía ser incompatible con su edad. Así que me decidí a desplazar un pequeño planisferio a los años anteriores al Gran Pacto. Para que no lo encontrara nadie antes, fui a una cueva en Los Andes a realizar el envío.
-¿Y qué paso?
-No puedo estar seguro. Pero creo algunas partes de mi teoría eran incorrectas. Ahora reflexiono que quizás en el desplazamiento temporal, la inercia aplique de una manera distinta.
-No lo entiendo.
-No tuve en cuenta en mis cálculos los movimientos de rotación ni de traslación, así como tampoco el desplazamiento propio de La Vía Láctea. Y creo que el planisferio fue a parar a Europa.
-¿Y cómo esto se relaciona con todo lo que me contó antes?
-Estoy casi seguro que un marinero lo encontró, y creyó que era real. Y se decidió aventurarse al oeste a encontrarnos, engañando a todos diciendo que trataba de llegar a Asia. Usted debe saber el resto de la historia.
El doctor no sale del asombro, así que prosigo:
-Y así fue como cambié la realidad. En un instante me encontraba en Los Andes, en el siguiente nada era tal como lo conocía.
-Pe…pero, ¿por qué es usted el único que lo recuerda? –Estaba recuperando su escepticismo.
-La verdad que no lo sé. Probablemente cargar toda mi vida con la culpa sea mi castigo por la desaparición de Hedden. Mordí la manzana prohibida, provoqué que nos expulsaran a todos del Edén.

Kaoru Heanna

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusta el cuento porque genera mucha tension: uno no quiere parar de leer para descubrir de qué está hablando el protagonista y qué es eso de la "otra historia" supuestamente no contada...
Me encantó la originalidad. Nunca se me hubiera ocurrido escribir algo así.
Es muy atrapante desde el principio hasta el final.