domingo, 23 de octubre de 2011

Diciembre de 2001: Anécdota ficcionalizada

En la oficina no atendía nadie. Encima, ese celular de porquería nuevo que le habían dado no llamaba ni recibía llamadas. Además de todo, hacía calor y el centro era un quilombo. Igual él los viernes trabajaba desde casa, así que esta semana era corta.Apagó la tele del cuarto, estaba harto de escuchar a los escandalosos periodistas hablar de saqueos. También apagó la de la cocina, y la del cuarto de su hijo. Hacía años que no pasaba algo así, pero era de esperarse. Diciembre había sido un mes complicado desde el principio. “Encima ahora los chicos están todo el día en casa”, pensó, mientras su hijo menor le hacía gestos con las manos de que tenía hambre. “Los mandas todo el año a un colegio bilingüe doble turno y en las vacaciones están todo el día en casa y se desorientan, pobres”

Igualmente, estaba tranquilo. Muchos como él lo estaban, lo sabía. En cinco días se iban de vacaciones y su mujer tenía todas las valijas hechas. “¿Habrá lío en los aeropuertos?” pensó. Después se convenció de que no. Estaba comenzando a pensar que pasar año nuevo en Disney iba a ser un despelote, pero el año pasado los chicos se habían divertido tanto que valía la pena. Además, medio mes en Miami después cura todo.

Sonó el teléfono, pero no llegó a atender. El único problema que tenían ahora eran los inversores, porque los europeos se ponen muy sensibles por todo, viven escandalizados. Igual el panorama era alentador, sobre todo por algunos rumores sobre el dólar que habían empezado a circular.

Descubrió que tenía ganas de ir al gimnasio. “¿Habrá quilombos en la quinta presidencial? ¿Habrán llegado hasta ahí?” se preguntó. Le preguntó a su mujer si iba a usar la camioneta, porque si llevaba su auto tenía miedo de que se lo rayen. “Pobre gente...” murmuró.

La calle estaba tranquila, un par de carteles por ahí, pero nada más. El tránsito, como siempre. “Martínez es como otro mundo”, concluyó. Pero se equivocó. Unas cuadras más tarde, los autos dejaron de avanzar y divisó a lo lejos luces azules. Suspiró con malhumor. La calle cortada, el tránsito parado. Quince minutos después, logró retomar por una calle y emprendió el camino de regreso a casa. Volvió a suspirar y se dijo a sí mismo que no era tan terrible, que en unos días, iba a estar en el gimnasio del hotel de Miami bajo el sol radiante y el agua cristalina y que esto no iba a pasar.

Florencia Elizalde


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