martes, 23 de noviembre de 2010

Perfume de mujer

Miércoles 12 de mayo del año 2004, a las 18:15 horas, dos disparos de un arma de fuego calibre 38 se escucharon en el primer piso del Palacio Anchorena. De acuerdo al informe emitido por la comisaría 53 del barrio porteño de Palermo, los cuerpos encontrados en la escena del crimen corresponden a los del ex director del museo, Roberto Nakkache y a su cuñado, el abogado Rafael Saiegh de 65 años, profesor de Historia de la UBA y miembro de la sociedad anónima propietaria del edificio. La muerte del primer individuo se produjo por un disparo que él mismo se habría efectuado colocándose el arma en la boca y su cuñado habría sucumbido tras recibir un impacto de bala en el pecho.
Hasta aquí es lo que informa el parte de la policía y dada la muerte del agresor y ejecutante del hecho, la acción penal no podría seguir su curso. Es en este preciso momento donde entro en acción. Mi nombre es Gabriel Porres, soy periodista y muchas veces me gusta jugar al detective. Cuando me tocó cubrir este acontecimiento, parecía ser una nota policial más, un día más de trabajo, simplemente cumplir otra vez con mi rutinaria labor en el diario para el que escribo y cobrar a fin de mes un cheque que apenas me permite sostener mi monótona vida. Como siempre me presenté a las 8 de la mañana en la oficina del jefe de redacción donde teníamos reunión sumario y dividíamos las notas a cubrir. "Señores, por ser miércoles tenemos poco trabajo, pero no importa van a tener que arremangarse las camisas porque no va a ser fácil sacar información de los canas y los testigos-no testigos". A estos últimos los llamamos así en el diario porque son personas que se dicen testigos pero en realidad sólo dicen lo que les contaron. En fin, terminé de tomar mi café con gusto a cenizas, me puse mi paleto negro que tanto me había costado, guardé mi grabador en el bolsillo interior izquierdo de mi valiosa prenda y metí mi pequeña libreta y birome Montblanc en el bolsillo derecho de mi pantalón.
Una vez en el emblemático edificio me dispuse a realizar expeditivamente mi labor para poder volver temprano a la redacción, escribir la nota e irme a mi casa a tomar una copa de vino y comer un pedazo de queso acompañado de una baguette.
Recorrí el palacio. Pasillos infinitos llenos de Rembrandt, Van Gogh y mi preferido Monet. Mientras lo hacía, tuve la extraña sensación de estar siendo vigilando. Un hombre elegante, bien perfumado, con un traje que parecía ser de alpaca, y con bigotes bien recortados y tupidos me frenó en el pasillo del primer piso cerca de la escena del crimen y me dijo: “Investigue, no está todo dicho aquí. Hay perfume de mujer en este caso”. No le di mucha importancia, pensé que era sólo un comentario. En el buffet, al otro extremo de la escalera se veía a los empleados de limpieza recolectando los restos de lo que parecía ser la fiesta despedida de un empleado, un tal Álvaro Méndez, o por lo menos eso se podía deducir del cartel de papel crepe colgado de punta a punta. Me acerqué y me informaron: " hicimos la reunión porque Alvarito fue echado por el señor Saiegh sin ninguna razón y quisimos despedirlo. Fue el mejor jefe de seguridad que hemos tenido". Por lo que vi en una foto que me mostraron era un hombre alto, robusto, pelado. Estaba vestido con el uniforme de la empresa de seguridad y portaba un increíble revolver calibre 38. Anoté todo y me dirigí a la escena del crimen. Revisé la oficina donde tuvo lugar el asesinato y no vi nada extraño. Afuera la policía científica me informó burlonamente: " no busques más Sherlock Holmes, acá no pasó nada. Un viejo loco mató a otro". Escribí furioso en mi cuaderno y cuando me estaba yendo el mismo odioso oficial me dijo:- "para que quede más linda la nota poné que fue un conflicto de quiniela ajaj". Me mostraron un foto de la escena donde había una mancha de sangre de Saiegh en forma de 71 en el piso, pero ellos mismos me dijeron que no hiciera caso, seguramente mientras agonizaba por el disparo se quiso arrastrar y dejó un rastro con la forma de ese número entre otros charcos sin forma alguna.
Ya en la sala de redacción, tomando de vuelta ese café con gusto a cenizas, releí mis apuntes y escuché las grabaciones para poder escribir la nota e irme. Pero algo alteró el curso normal de las cosas. Un relato de los testigos-no testigos era algo diferente. Carlos era limpia vidrios y estuvo trabajando en el palacio durante toda la semana. Ese miércoles le tocó limpiar los vidrios del primer piso y a eso de las 17 horas estaba ocupado limpiando las ventanas que daban al lateral del edificio. Desde esa ubicación podía ver todas las puertas del pasillo. A las 17:15, comentó en su relato, el ex director se presentó en la puerta de la oficina donde se encontraba Saiegh e ingresó, pero lo diferente fue el hecho de que, si bien el testigo a las 18 horas ya estaba limpiando los vidrios de planta baja, aseguró ver salir a las 17:50 de la misma oficina al actual director del establecimiento Ignacio Smith.
Inmediatamente me puse a investigar en los archivos del diario y en los de la policía donde tenía acceso por tantos años de escribir en la sección policial. Mi sorpresa no fue menor. Descubrí que dentro de la sociedad anónima a la que pertenecía Saiegh, su voto era el más importante ya que poseía la mayoría del porcentaje de las acciones, y averigüé también que ya hacía un tiempo quería demoler dicho palacio con la intención de construir un inmenso hotel. La comisión directiva de la asociación Consejo de Buenos Aires no se lo permitía y era la única que impedía esto. Era mucha información pero sin conexión hasta que encontré la relación que existía entre Saiegh y Smith. Este último había sido alumno de Saiegh en la universidad y mantenían una relación de amistad. Aunque lo más importante es que compartían negocios inmobiliarios en Uruguay bajo el nombre de la empresa Modern Museums.
Mis neuronas estaban extasiadas. Me serví más café, bien negro, necesitaba estar lúcido. Quería entender la situación. Pensaba, negocios inmobiliarios, dinero, poder, asesinato. Tenia sentido por el círculo no cerraba. Algo se me estaba escapando. Seguí investigando. Nakkache, de carácter irascible, sabía de esta situación ya que su hermana Lidia se lo había comentado tras escuchar una conversación telefónica de su marido con Smith sin pensar en las consecuencias que tendría esto para Saiegh, me supuse. Le dediqué horas y horas a este caso y no pude sacarme esas dudas, finalmente decidí que los hechos hablaran por sí solos.
El día miércoles 12 de mayo Nakkache fue a encarar a su cuñado para que desistiera de su plan pero en cambio se encontró con la negativa de él y del director que se encontraba en la misma oficina. Dispuesto a salvar al museo fue preparado hasta para las últimas consecuencias, ya que con la muerte de su cuñado no habría nadie más con interés de emprender semejante inversión dentro de la comisión propietaria del inmueble. A las 18 horas tomó la decisión más difícil y salvó el museo.
Ya pasaron seis años del incidente del Palacio Anchorena, donde finalmente se construyó el hotel. Estoy en mi casa, revisando el correo electrónico mientras bebo una copa de vino tinto malbec. Tengo un correo electrónico con el asunto "perfume de mujer". Lo abro. Dos fotos me hacen estremecer. La primera data de abril del año 2004. Se los ve a Lidia y a Álvaro Méndez salir de un albergue transitorio. En la segunda puedo a ver a Lidia y a Ignacio sentados juntos en un bar. La fecha es del 11 de mayo del año 2004. Me hamaco en mi silla, miro a los focos de luz blanca y comienzo a vislumbrar figuras como cuando uno mira directo al sol y se encandila. De pronto recuerdo lo que la policía me había dicho acerca de la mancha de sangre en forma de 71 y al hombre extraño que me interceptó en el pasillo el día que fui al palacio. Pienso. Comprendo. No era 71. Lo estaban viendo al revés. Eran iniciales: una I y una L.
Nicolás Batista

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