lunes, 8 de noviembre de 2010

Amores Platónicos


Es un día complicado en el laburo. Los papeles se acumulan en mi escritorio formando una torre descomunal. Las urgencias y llamadas van marcando el ritmo del día. Miro el reloj, ya son las 9:30. La presión de las responsabilidades asumidas se trasladan a mi cabeza. La taza de café colmada hasta el borde se enfría en mis manos, como también sucede con mi vida, sin poder hacer nada al respecto. Hoy no es el día para replantearme las cosas que hice años atrás. Ni hoy, ni ningún otro día. El pasado solo me ha anclado en un paisaje ficticio del cual nunca quise despedirme. No es el momento ni el lugar. Sin embargo, hoy te pienso tan fresca como el primer día en que te conocí.

La voz de Torres me hace volver a mi trabajo solo un momento. “¡Eh viejo! ¿Qué estamos esperando? ¿Qué? ¿Los papeles se mueven solos hacia mi escritorio?”. No es de la gente que mejor me cae Torres, un tipo muy sarcástico. Ese humor ácido que tiene, algún día le va a jugar en contra. Siempre se lo dije, pero creo que mucho no le importa. Mientras mastico mis pensamientos, dejo las carpetas en el archivo. Voy por la segunda taza de café. La primera fue un fiasco, no he llegado a tomar ni un sorbo. Trato de volver a concentrarme, pero quedo solo en eso: un intento. Al llegar a mi escritorio las acciones vuelven a sucederse una tras otra como si todo hubiese pasado el día de ayer. El primer amor nunca se olvida. Eso dice el dicho popular, pero me niego a creerlo. Confieso que lo usé como excusa un par de años, pero no me basta para a entender todo lo que siento.
Todos en el despacho corren hacia sus puestos de trabajo, ha llegado la jefa del sector. Una mina muy dura, la “chancha” Gutiérrez. Ese apodo no se lo ha ganado por vigilante, aunque bien podría haber sido. La “chancha” Gutiérrez tiene un físico que no pasa desapercibido. Menos que menos para Torres, que para las jodas está a la orden del día, y la bautizó en menos de dos semanas. Tipo jodido este Torres. Es algo irónico, pero ante la mirada fija de Gutiérrez, yo solo puedo ver tu sonrisa. No entiendo por qué es el recuerdo más nítido que tengo de tu presencia.

Mientras cargo en la computadora los últimos pedidos que quedan pendientes, pienso en la vuelta a casa. Hoy es viernes, la estación de trenes se encuentra colmada como un hormiguero. Otra vez sentir el ambiente espeso, los muchachos apretando para entrar, las mujeres quejándose de un servicio ineficiente a viva voz: otra odisea para salir de la capital. Si solo fuera un día, pero la rutina te lo presenta como una pesadilla. Me resigno, fue mí decisión mudarme tan lejos. “¡Pilar es una buena zona si tiene un autito, olvídese!”. Pensar que con eso me enganchó el propietario. Nunca pude comprarme un auto, menos con lo que pago de alquiler. Cada vez que llego del trabajo me siento a recordar nuestro vecindario. Las calles de nuestro barrio fueron testigos de esa tarde de abril en la que te conocí. Salíamos de la escuela y nos cruzamos en el kiosco de la vuelta. No tenías papel, no te preocupó. Anotaste mi mail en tu mano y con una sonrisa prometiste que nos mantendríamos en contacto. Te alejaste por el sendero que forma el boulevard. Desde ese momento nos fuimos conociendo lentamente. Todos los recuerdos que aparecen en mi mente son de esa manera, en cámara lenta. No me preguntes el porqué, pero en ese momento supe que nunca te olvidaría.

Anoche no he dormido de la mejor manera. Ya no me puedo dar esos lujos. El cuerpo no aguanta de la misma forma, cuesta todo el doble. Las prioridades del día de hoy ya las he pasado para mañana. Hoy no estoy dispuesto a ser “el empleado del mes”. Siempre me he jugado por la empresa y no he obtenido nada a cambio. Mientras corrijo unos documentos, me pongo de reojo a ver los avisos clasificados. Es algo que hago usualmente, aunque todavía sin éxito. No es que no crea en mis capacidades pero mi edad siempre me cierra las puertas de las mejores empresas. A simple vista ya no soy un adolescente, las arrugas de mi rostro me delatan, la vida ha seguido su curso. No me puedo quejar. Tengo una esposa y dos hijos. El trabajo y las obligaciones en casa ya han atropellado mis últimos intentos de felicidad hace bastante tiempo. Quizás sea ese el motivo por el cual hoy vuelvo a recordarte. Quizás seas la única prueba fehaciente que queda en píe. La prueba que me indica que alguna vez fui feliz. Que supe encontrar en tus ojos el sentido de mi propia vida. Hoy no me queda nada.

El teléfono no para de sonar. Su sonido se funde en el tiempo junto al ruido de las calculadoras, máquinas de escribir y teclados. Toda mi realidad pasa a un segundo plano. No escucho los gritos de Gutiérrez, ya no me molestan. Saco mi vista de los avisos clasificados y trato de reflexionar. Me encuentro aquí, sentado en el sillón de mi escritorio, corriendo detrás del tiempo, sin saber hacia donde correr. Pienso en los momentos, las horas, los minutos que desperdiciamos sin saberlo. La arena del reloj ha sido muy fina y se nos ha escapado grano a grano de las manos. De nada sirve sacar a la luz las palabras que me han quedado en el tintero. Pero aún así lo hago constantemente, como una especie de castigo por no haberme animado a más.

Muchas veces pensé en llamarte. No lo hice nunca. Sin embargo, siempre quise saber de vos. Saber que pudiste llevar una vida plena y olvidar todo lo que hemos pasado para seguir adelante. Darme cuenta que este amor, que ha perdurado a lo largo de los años, es una cruz que llevo solo conmigo mismo. No tengo las agallas para descubrirlo. No tengo el valor para encontrarte cara a cara nuevamente y ver que me he quedado detenido en el tiempo.

Cierro mi último expediente y me largo del trabajo. Ya son más de las 18:30. Aflojo mi corbata, me arreglo como ha hace bastante no lo hacía. Sí, mi boleto hoy no tiene destino a Pilar. Quizás nunca más lo tenga. Vuelvo a mi barrio a encontrarte. Lo hago sin pensar nada sobre seguro. Vuelvo porque nunca me fui realmente. Vuelvo porque estar con vos es mi destino.
Gonzalo Cortés

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