viernes, 17 de octubre de 2008

Imágenes que hablan

La alternativa a la inseguridad
n
o es el paraíso de la tranquilidad,
sino el infierno del aburrimiento.

Zygmunt Bauman


Una imagen vale más que mil palabras. A veces no es necesario conocer el contexto histórico de lo que se observa. A veces, el silencio y una mirada atenta suelen ser más eficaces. Esta imagen es el ejemplo perfecto. Allí se puede ver claramente como una vieja estación de tren oficia de comedor infantil. Un nene se ha escapado y juega solitario en el sitio que alguna vez fue ocupado por las vías.
¿Es todo lo que puede decirse de esta foto? La respuesta es no. A partir de esa primera impresión pueden derivarse conjeturas y reflexiones, claro está, siempre que uno se encuentre dispuesto a ver más allá de sus ojos. Este recorte de la realidad muestra sin dudas, soledad y desolación. Contraste perfecto con una ciudad donde la vida sucede vertiginosamente, aquí el tiempo parece no avanzar.
Todo contribuye a pensar que se está observando un pueblo fantasma. Un pueblo abandonado a la desidia. Las marcas de unas vías que ya no están hablan de un pasado más transitado, con gente que iba y venía en el tren. En este caso, la imagen corresponde a un pueblo en La Rioja, pero es bien sabido que situaciones así no son excepcionales. A lo largo del país, sin dudas, se repiten.
Si John Berger señala que “las ciudades están llenas de sorpresas, llenas de lo inesperado, de extraños encuentros, llenas de respuestas que no esperabas a tus preguntas”, aquí sucede lo contrario. Alrededor no hay nada que indique la posibilidad de que ocurra algo distinto. La monotonía parece llenarlo todo. No es probable que algo vaya a romper la tranquilidad del sitio.
Esta tranquilidad, tan anhelada por los habitantes de las grandes ciudades, aquí se asemeja al tedio y al abandono. A una soledad no elegida sino impuesta. La imagen parece retratar una tarde de domingo que se prolonga a todos los días de la semana. Donde el tiempo no transcurre. Y nada sucede. La tierra seca, al igual que las hojas de los árboles, generan la sensación de que hasta el cielo ha olvidado aquel lugar. Una sequía que se combina con el olvido humano. Ambos crueles. Aunque el olvido humano suele ser más irritante y repugnante.
Tal vez esta simple fotografía pueda significar aún más. Tal vez sea el reflejo de nuestra sociedad y su funcionamiento. Puede ser que lo observado por Graciela Speranza coincida con lo que ciertos recortes de la realidad nos muestran: “las ciudades han dejado de ser promesa de crecimiento o prosperidad, y las diferencias sociales se han acentuado dramáticamente con nuevas formas de segregación espacial”. Quizás los excluidos del sistema vayan formando a lo largo del mundo esos pueblos fantasmas donde nada parece vivo. Y sigan así su camino inerte de supervivencia impregnados de un resignado silencio. Solos, intentando darle vida a los sitios que otros desechan. Esos otros que giran la cabeza para evitar toparse con una realidad que les incomoda. Que se llenan de prejuicios porque es más fácil que derribar las fronteras del miedo a lo desconocido y buscar tender puentes por sobre las diferencias.
Para finalizar este texto reflexivo, que tiene la ambiciosa pretensión de abrir las puertas a un debate, es interesante citar nuevamente a Zygmunt Bauman, quién inteligentemente recuerda: “La sociedad humana es distinta de un rebaño de animales porque alguien puede sostenerte; es distinta porque es capaz de convivir con inválidos, hasta el punto de que históricamente podría decirse que la sociedad humana nació junto con la compasión y el cuidado de los demás, cualidades sólo humanas”. Tal vez sea hora de resaltar los rasgos más característicos de nuestra especie y tender las manos al prójimo; de salir a buscar un futuro mejor en lugar de esperarlo sentados.
Marisol Andrés
Mayra Gullotta

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