viernes, 17 de octubre de 2008

Crónica urbana: El loquito del “Torito”

La risa es generalizada, así como también las ansias por llegar a tiempo a trabajar. Todos en el colectivo lo miran con una cierta mezcla de humor y compasión, justamente por esa razón: la de verlo sólo fugazmente y desde arriba de un colectivo. Con una postura firme y desafiante hizo resonar su silbato en las cuatro esquinas de la avenida Juan Bautista Alberdi en su intersección con la calle Timoteo Gordillo. Viste de pies a cabeza como un árbitro profesional de fútbol: pantalón corto negro, camiseta del mismo color con vivos grises, medias largas, botines y el anteriormente mencionado silbato.
- Está loquito, pero es inofensivo eh.
Las señoras comentan al pasar por allí. Se sonríen. Buscan complicidad entre ellas. Algunos niños le temen, los más jóvenes lo burlan. La misma historia se repite día a día.
Aquel fue uno más en los que el barrio de Mataderos es testigo de las andanzas de este hombre. Él se mueve por estas calles con la serenidad de quien se halla en su hábitat natural. Su amor hacia el club Nueva Chicago, el “Torito”, lo han llevado a ser querido por los vecinos del lugar, también fanáticos. Siempre se lo ve en la cancha, rodeado de los hinchas que lo han adaptado como una suerte de mascota de la afición.
Esta mañana cruzo nuevamente en el colectivo la misma esquina. El frío y la niebla empañan los vidrios de las ventanillas y no permiten ver el exterior. Un niño, sentado a mi lado, escribe con el dedo su nombre en la ventana. Por la letra “A” de “Ariel” logro divisar la calle. Allí se encuentra él, nuevamente. Nada lo detiene en su andar, ningún clima es impedimento. Pero hoy no es árbitro de fútbol. Su personaje del día es una mujer. Su vestimenta lo delata: zapatos de taco alto, pollera larga, camisola color blanca. Nuevamente, la atmósfera dentro del colectivo se torna jocosa. La risa cómplice e hipócrita se logra filtrar en los cuerpos perfectamente pegados de los pasajeros, quienes, con ella, intentan paliar su angustia de una vez más empezar con la rutina diaria. El hombre responde a esa risa con una propia, dejando entrever la firme convicción que lo guía en su accionar.
- Yo no sé de dónde sacará tanta ropa este ciruja, todos los santos días se aparece con un personaje nuevo. ¡Qué bárbaro!
Así pasarán las mañanas, días enteros, quizás años. El hombre seguirá allí, en esa esquina, metiéndose en las pieles de quién sabe qué personaje. Y la gente seguirá pasando y seguirá riéndose, disfrazando con la carcajada los deseos de ser él aunque sea por un momento, de ser quien está debajo del colectivo y ve pasar la vida desde afuera. Y el hombre seguirá replicando con otra risa la ajena, sabiéndose convencido de estar actuando correctamente, dejando dudar de su locura, y haciendo empezar a pensar en la propia.


Fernando da Cruz Cabral




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