sábado, 17 de noviembre de 2012

Destino marchito


Barrancas de Belgrano, una parte pintoresca de la ciudad;  hombres trajeados de pies a cabeza se suben a sus autos de alta gama; universitarios cansados y señoras coquetas caminan las callejuelas. Las luces de neón del Barrio Chino decoran majestuosamente el panorama; la medianoche se acerca, persianas se cierran y una patrulla ronda las cuadras lentamente.
Me encuentro en  Libertador y Mendoza, el frío es realmente intenso, parada en esa esquina espero impaciente el taxi que me llevará de vuelta a casa. El tiempo transcurre, y comienzo a quedarme sola.
De la vereda de enfrente provienen unos gritos que llaman mi atención; con dificultad puedo ver dos personas forcejeando. Mis manos comienzan a sudar y mi corazón se acelera, solo se me ocurre tomar el celular y llamar al 911. Nadie contesta mi llamado.
En dirección contraria sale corriendo un joven de aproximadamente treinta años. La mujer queda tirada en el suelo, cruzo Libertador para ayudarla.
Al llegar me encuentro con una joven de pelo platinado, cuando comienza a incorporarse veo que luce un vestido estrecho de modal, sandalias doradas de taco cuadrado, cejas tatuadas y una boca exageradamente pintada.
Me acerco para preguntarle cómo se siente, miro sus pies, el azulado de sus dedos da cuenta de la temperatura bajo cero que registra el termómetro hace varias horas.
-         Disculpame ¿Estás bien?- le pregunto.
-         ¡Tomatelás loca! ¡Dejame!
Sigo intentando comunicarme con el 911, todavía sin éxito. Busco en mi cartera un pañuelo para contener la sangre que sale de su nariz.
-         ¿A quién llamas? No será a la cana, ¿no?
-         Si no querés que llame a la Policía, decime vos a quién puedo llamar. ¿Qué puedo hacer para ayudarte?
-         No hay nadie a quien puedas llamar, estoy sola.
-         ¿Te robaron algo?
Mientras tomo una de sus manos, frías como un témpano, comienza a llorar acongojada, y me dice:
-         Nadie vino a robarme.
-         ¿Qué te pasó?
-         Ramón, mi novio, viajó de Paraguay para verme y me encontró en “éstas”.
-         ¿Vos también sos de allá?
-         Sí, soy de Guayaibí, allá en el campo era diferente, la plata no alcanzaba para nada y tuve que venir a Buenos Aires, para mandarle algo a mi familia.
-         ¿Dónde vivís? ¿Hay alguien que pueda venir a buscarte?
-         No tengo casa. Vivo con la dueña del lugar donde trabajo, que si se entera de esto me echa.
Mientras termina de levantarse, saca un Lucky Strike del paquete, lo pone entre sus labios y lo enciende. Comienza a alejarse lentamente murmurando:

-         Gracias, piba.
Mientras la veo irse caigo en la cuenta que no le pregunté su nombre.
     Alcanzo a gritarle.
-         ¿Cómo te llamás?
-         Irupé…
De fondo el zumbido de los autos, en el semáforo se detiene un taxi. Corro para alcanzarlo, mientras indico mi destino, la veo allí parada en otra esquina, tiritando frágil como una alegoría viviente de su propio nombre, en medio de la inmensidad, acechada por lo desconocido; esperando abrir sus pétalos al mejor postor.  

María Belén Spadavecchia

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