Barrancas de Belgrano, una parte pintoresca de la ciudad; hombres trajeados de pies a cabeza se suben a
sus autos de alta gama; universitarios cansados y señoras coquetas caminan las
callejuelas. Las luces de neón del Barrio Chino decoran majestuosamente el
panorama; la medianoche se acerca, persianas se cierran y una patrulla ronda
las cuadras lentamente.
Me
encuentro en Libertador y Mendoza, el frío es
realmente intenso, parada en esa esquina espero impaciente el taxi que me
llevará de vuelta a casa. El tiempo transcurre, y comienzo a quedarme sola.
De la vereda de enfrente provienen unos gritos
que llaman mi atención; con dificultad puedo ver dos personas forcejeando. Mis
manos comienzan a sudar y mi corazón se acelera, solo se me ocurre tomar el
celular y llamar al 911. Nadie contesta mi llamado.
En
dirección contraria sale corriendo un joven de aproximadamente treinta años. La
mujer queda tirada en el suelo, cruzo Libertador para ayudarla.
Al
llegar me encuentro con una joven de pelo platinado, cuando comienza a
incorporarse veo que luce un vestido estrecho de modal, sandalias doradas de
taco cuadrado, cejas tatuadas y una boca exageradamente pintada.
Me acerco para preguntarle cómo se siente, miro
sus pies, el azulado de sus dedos da cuenta de la temperatura bajo cero que
registra el termómetro hace varias horas.
-
Disculpame ¿Estás bien?- le
pregunto.
-
¡Tomatelás loca! ¡Dejame!
Sigo intentando comunicarme con el 911, todavía
sin éxito. Busco en mi cartera un pañuelo para contener la sangre que sale de
su nariz.
-
¿A quién llamas? No será a la
cana, ¿no?
-
Si no querés que llame a la Policía , decime vos a quién
puedo llamar. ¿Qué puedo hacer para ayudarte?
-
No hay nadie a quien puedas
llamar, estoy sola.
-
¿Te robaron algo?
Mientras
tomo una de sus manos, frías como un témpano, comienza a llorar acongojada, y
me dice:
-
Nadie vino a robarme.
-
¿Qué te pasó?
-
Ramón, mi novio, viajó de
Paraguay para verme y me encontró en “éstas”.
-
¿Vos también sos de allá?
-
Sí, soy de Guayaibí, allá en el
campo era diferente, la plata no alcanzaba para nada y tuve que venir a Buenos
Aires, para mandarle algo a mi familia.
-
¿Dónde vivís? ¿Hay alguien que
pueda venir a buscarte?
-
No tengo casa. Vivo con la
dueña del lugar donde trabajo, que si se entera de esto me echa.
Mientras
termina de levantarse, saca un Lucky Strike del paquete, lo pone entre sus
labios y lo enciende. Comienza a alejarse lentamente murmurando:
-
Gracias, piba.
Mientras la veo irse caigo en
la cuenta que no le pregunté su nombre.
Alcanzo a gritarle.
-
¿Cómo te llamás?
-
Irupé…
De
fondo el zumbido de los autos, en el semáforo se detiene un taxi. Corro para
alcanzarlo, mientras indico mi destino, la veo allí parada en otra esquina,
tiritando frágil como una alegoría viviente de su propio nombre, en medio de la
inmensidad, acechada por lo desconocido; esperando abrir sus pétalos al mejor
postor.
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