Nací un 25 de noviembre,
o tal vez un 24, como afirma fervientemente mi hermana mayor.
No es un detalle menor. De ser cierta la segunda hipótesis estaría usted frente
a una persona distinta de la que creo ser. Si le cuento esto es porque no
quiero engañarlo, no quisiera que me considere una impostora.
¿Cómo resolver
este dilema?
¿Dónde están los
astrólogos cuando más se los necesita? Seguramente podría decirme si mi
personalidad corresponde a los nacidos con luna en sagitario, virgo o luna de
valencia.
Esta
cuestión es la que signa mi vida.
Siempre me confundieron con otra.
Ya en jardín de
infantes se equivocaron entregándome una medalla en educación física ¡justo a
mí! que nunca fui de demostrar el movimiento andando, filosofía de vida que en
el curso de los años me encargué de que quedara bien en claro. También me
confundían con mis hermanas: ¿Sos la menor? ¿La mayor? Me hubiera gustado
decirles que era la escala musical completa, pero no puedo mentir y tampoco
tengo gracia para los chistes. Por suerte no me confundían con el varoncito,
eso me hubiera ofendido un poco, pero solo un poco, porque lo admiro mucho. Se
confundían también las maestras cuando
me decían: ¡qué calladita, siempre prestando atención! Y no se daban cuenta de
que si actuaba así era porque mi cabeza estaba siempre volando vaya a saber sobre
qué mundo. Incluso me sorprendí muchísimo cuando en tercer grado me eligieron
mejor alumna, porque de ese año el único momento en que recuerdo haber estado
realmente allí, fue el día en que el maestro Pepe nos enseñó a leer la hora
¡¿Justo ese día tenía que prestar atención?!
Todavía no me
explico cómo es que nadie llega a conocerme completamente. Pero por supuesto el
error es todo suyo.
En cambio, yo los
conozco perfectamente. Los capto con todos mis sentidos. Aunque esto último es solo
un decir, porque sobre el tacto y el gusto, bueno… se hace lo que se puede. En
cuanto al olfato, por alguna extraña conexión cerebral disminuye cuando mis
oídos reciben mucha información. La audición sí se me da bien. Soy toda oídos.
Tuve que desarrollarla cuando la visión comenzó a fallar, o sea, desde siempre,
pero eso no me molestó, ya que como se sabe la visión es engañosa. Además
durante mucho tiempo no la necesité.
Viví toda mi vida
en un barrio chico. Siempre veía a las mismas personas: mis vecinos, mis
amigas, la gente del colegio, mi familia. Allí donde la visión no llegaba, a
fuerza de costumbre terminaba de conocerlos. Cada día tenía la oportunidad de
percibir un nuevo rasgo. El tiempo jugaba a mi favor. Pero después, aunque el
barrio era el mismo, tuve cada vez menos tiempo para ellos, a algunos, incluso,
los dejé de ver. Conocí nuevas personas, mucho más efímeras la mayoría. En los
trenes, en los colectivos, en los cafés, en las aulas de la facultad, caminando
por la calle. Mas como ya no contaba con el tiempo como aliado, cuando las
responsabilidades empezaron a abrumarme, busqué otras estrategias. En un
momento pensé que esa estrategia podía ser la psiquiatría, pero fui yo la que
casi enloquece en el camino. Todavía sigo buscando.
Pero no quiero
irme por las ramas una vez más. Creo que la pregunta inicial era, quién soy yo
realmente, o algo parecido. Tal vez debería preguntarle a mi madre. Al parecer
ella lo sabía, o al menos sabía quién no era, porque cuando yo le decía:
“Fulanita hace las cosas así” ella me respondía “¿Vos sos Fulanita?”
Seguramente mi madre tenga la respuesta y tendré que creerle, porque lo que
ella dice es “palabra santa”.
Por mi parte no
creo que pueda dar una respuesta definitiva. Aparentemente todavía estoy
escrita en borrador con una letra inentendible, llena de aclaraciones, notas al
margen y palabras tachadas o borroneadas. Lo que sí tengo es un certero
comienzo: Nací un 25 de noviembre, o tal vez un 24.
Cintia Gabriela Paz
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