miércoles, 9 de mayo de 2012

La NO-biografía


No me gustan las biografías. La verdad nunca me gustaron.
Y ni que hablar de tener que escribir una AUTO-biografía. Las encuentro demasiado vacías y ajenas. No hay nada peor que le puedan pedir a uno, de la nada, así como así, saque a relucir (como los trapitos al sol) sus más profundas intimidades.
Eso de andar desnudándose frente a una multitud mostrando hasta el último pedacito del ser no es para mí.
Me rehúso a ponerme a contar cosas, tales como que nací el 26 de Septiembre de 1992 en un lugar que mi mamá siempre me dice y yo nunca me acuerdo pero que estoy segura, quedaba en la ciudad de Buenos Aires. O que después de la tercér mudanza la ratita Rosita y yo nos hicimos compañeras del desasosiego y el desconcierto que representaba tener que cambiar de lugar como quien se cambia los zapatos. O que la colección “Tengo celos”, “Tengo miedo” y muchos otros “Tengo” y yo nos sentimos tan identificados y tan unidos que llegamos a aprender juntos que nos faltaban todavía muchísimos “Tengo” por aprender.
Incluso no voy a contar que luego de haber empezado el colegio, me agarró una enfermedad que duró varios meses y que hacía que mi estómago comenzara a revolverse, girar y girar cada vez que veía uno de esos cuadrados que tienen muchas hojas y palabras adentro (¡PUAJ!). por suerte el Doctor Papirofobia hizo que me recuperara y pude salir adelante. Sin embargo, debo admitir que fue uno de esos casos en los que la cura es peor que la enfermedad porque si bien las descomposturas cesaron, comencé con una adicción. Adicción por esas cosas que antes me hacían tan mal.
Tampoco que una vez cuando estaba en sexto grado me di cuenta de que tenía un monstruo en el bolsillo pero no se lo podía contar a nadie porque tenía miedo que creyeran que estaba loca. O peor, que me dijeran que estaba mintiendo. Así que tuve que enfrentarme yo solita con mi monstruo y hacer que se fuera. Al fin y al cabo uno no puede andar por la vida con una bola de pelos tibia y suavecita que por momentos se hacia grande y por otros volvía a ser chiquita.
¡Lo que no voy a contar a toda costa (aunque mi vida dependa de ello) es de cómo me convertí en varias mujercitas! ¿Qué acaso se piensan que uno va por la vida gritando a los cuatro vientos sus privacidades más importantes y significativas?. ¡Nunca!. Ese es un secreto que sólo sabemos Jo y yo y que jamás revelaremos.
Ni que hablar de contar sobre las cosas que aprendí sobre el clima y sus inclemencias. Que las noches de lluvia escuchando las gotas sobre el techo de policarbonato son especialmente ideales y que (según un tipo con un apellido muy hogareño) está prohibido suicidarse en primavera.
Lo digo de verdad. No voy a contar absolutamente nada sobre mí.

Marina Duro Darino

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