No me gustan las
biografías. La verdad nunca me gustaron.
Y ni que hablar de
tener que escribir una AUTO-biografía. Las encuentro demasiado vacías y ajenas.
No hay nada peor que le puedan pedir a uno, de la nada, así como así, saque a
relucir (como los trapitos al sol) sus más profundas intimidades.
Eso de andar
desnudándose frente a una multitud mostrando hasta el último pedacito del ser
no es para mí.
Me rehúso a ponerme
a contar cosas, tales como que nací el 26 de Septiembre de 1992 en un lugar que
mi mamá siempre me dice y yo nunca me acuerdo pero que estoy segura, quedaba en
la ciudad de Buenos Aires. O que después de la tercér mudanza la ratita Rosita
y yo nos hicimos compañeras del desasosiego y el desconcierto que representaba
tener que cambiar de lugar como quien se cambia los zapatos. O que la colección
“Tengo celos”, “Tengo miedo” y muchos otros “Tengo” y yo nos sentimos tan
identificados y tan unidos que llegamos a aprender juntos que nos faltaban
todavía muchísimos “Tengo” por aprender.
Incluso no voy a
contar que luego de haber empezado el colegio, me agarró una enfermedad que
duró varios meses y que hacía que mi estómago comenzara a revolverse, girar y
girar cada vez que veía uno de esos cuadrados que tienen muchas hojas y
palabras adentro (¡PUAJ!). por suerte el Doctor Papirofobia hizo que me
recuperara y pude salir adelante. Sin embargo, debo admitir que fue uno de esos
casos en los que la cura es peor que la enfermedad porque si bien las descomposturas
cesaron, comencé con una adicción. Adicción por esas cosas que antes me hacían
tan mal.
Tampoco que una vez
cuando estaba en sexto grado me di cuenta de que tenía un monstruo en el
bolsillo pero no se lo podía contar a nadie porque tenía miedo que creyeran que
estaba loca. O peor, que me dijeran que estaba mintiendo. Así que tuve que
enfrentarme yo solita con mi monstruo y hacer que se fuera. Al fin y al cabo
uno no puede andar por la vida con una bola de pelos tibia y suavecita que por
momentos se hacia grande y por otros volvía a ser chiquita.
¡Lo que no voy a
contar a toda costa (aunque mi vida dependa de ello) es de cómo me convertí en
varias mujercitas! ¿Qué acaso se piensan que uno va por la vida gritando a los
cuatro vientos sus privacidades más importantes y significativas?. ¡Nunca!. Ese
es un secreto que sólo sabemos Jo y yo y que jamás revelaremos.
Ni que hablar de
contar sobre las cosas que aprendí sobre el clima y sus inclemencias. Que las
noches de lluvia escuchando las gotas sobre el techo de policarbonato son
especialmente ideales y que (según un tipo con un apellido muy hogareño) está
prohibido suicidarse en primavera.
Lo digo de verdad.
No voy a contar absolutamente nada sobre mí.
Marina Duro Darino
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