domingo, 20 de mayo de 2012

Felicidad clandestina: cambio de narrador


No me gusta recordar mi infancia, las cosas que para cualquier niña de mi edad eran motivo de alegría, para mí resultaban ser un martirio.
Fui la primera de mi clase en tener pechos, y mientras esto no resultó en mi beneficio pues era gordita, cuando les tocó el turno a las demás chicas, fueron admiradas por los varones de la clase, ¡cómo quise al menos ese mínimo de atención hacia mí!
Siempre me gustaba llevar caramelos a la escuela, pensaba que si los hacía visibles en el bolsillo de mi camisa, tal vez alguien se animaba a pedirme uno y así por fin iba a hacer un amigo. Pero no fue así, más bien resultó ser un motivo más de burla.
La única razón por la que se acercaban a mí, era por la librería de papá, y cuando alguna de ellas estaba por cumplir años comenzaban a lanzarme indirectas de libros que les interesaban.
¿Y qué podía hacer yo si hace años que el tema de conversación a la hora de la cena era lo cerca que estaba la librería de entrar en quiebra? No les podía regalar libros, y papá lo único que me daba eran unas postales de Recife, que con mucha vergüenza entregaba en cada festividad.
Hablaban mal de mí, yo le contaba a mis papás pero nunca nadie me creía, y es que estas chicas eran tan lindas que era casi imposible desconfiar de ellas.
Un día intenté darles una lección, en especial a una de las chicas, que sólo me buscaba para ver qué libro podía conseguir de mí. Recuerdo que la escuché hablar de El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato, un libro que jamás quise leer, pero que estuvo siempre en casa.
Entonces le dije que lo tenía y que podía pasar a buscarlo por casa, cuando vino le dije que se lo había prestado a otra de nuestras compañeras, y que regresara al día siguiente. Se me ocurrió que tal vez si venía seguido, en algún momento me iba a pedir pasar a casa y así podríamos jugar, pero no fue así, en cuanto le traía la falsa noticia se iba saltando alegremente. ¿Acaso no había forma de darle una lección a esta niña?
Pero, un día mamá notó algo extraño, y justo cuando terminaba de decirle a la chica que aún no le podía prestar el libro, mamá vino y  nos preguntó que qué pasaba; yo me puse fría, no contesté, pues sabía que sería malinterpretada.
Después de un largo e incómodo silencio en el que la chica ni siquiera trató de inventar una historia para salvarnos, mamá supo lo que pasaba y no sólo me delató al decir que ese libro jamás había salido de casa, sino que también me hizo prestárselo, frustrando así cualquier posibilidad de establecer una amistad con la chica. 

Dominique Galeano

No hay comentarios: