Mientras escribo me impregna
el temor de que esto se convierta en una cronología. Confieso que pensé mucho
en cómo comenzar esta autobiografía y por más que quise darle un giro concluí
que lo mejor es empezar por el principio, es decir contando que llegué al mundo
un viernes lluvioso de septiembre hace alrededor de veinte años. Sin embargo,
detallar todo lo que sigue no me resulta tan sencillo.
Mi vida estuvo y está
atravesada por otras personas, por los libros, mis fieles compañeros, por
música y al mismo tiempo, por silencios. Tuve una infancia feliz, aunque crecí
deseando una hermana mayor. En mi adolescencia primaron las inseguridades y los miedos, pero las fiestas,
los amigos y los viajes también tuvieron su lugar en aquellos años. El tiempo
me ayudó a madurar y a aceptarme con mis defectos y virtudes. Y así, después de
algunos contratiempos, por fin encontré mi vocación, que en realidad siempre
había estado en mí.
Sin embargo, debo aclarar
que con las vivencias me pasa como un soñador con sus sueños. Sólo recuerdo la
energía del momento y al querer ponerle palabras y buscarle una lógica, termino
agregando detalles que no sé si realmente sucedieron. Se mezclan cosas que
tengo en mi memoria y cosas que me contaron sobre esos momentos. Es por eso que
mis primeros años de vida están construidos a partir de relatos de otros, me
parece ajena la niña que a los tres años de vida volvía del jardín cantando
Mariposa Tecnicolor; aunque hoy en día comparta con ella el gusto por Fito.
Con las experiencias de más
grande tengo una contradicción, cuando las cuento o simplemente las recuerdo,
trato de ser lo más fiel posible a los hechos, pero al mismo tiempo mi gran
pasión por narrar historias me dificulta esa tarea. Será porque leí mucho o por
mi fanatismo por las telenovelas. No lo sé realmente. Como dije, me gustaba
contar historias. Entonces, con frecuencia manchaba con algunos tintes de
ficción mis relatos. Deseo plasmar parte de mi vida, pero dudo si yo patinaba
como los dioses, o simplemente eso pasaba por mi cabeza cuando tomaba las clases.
Vacilo al describir mi viaje de egresados, sé que la pasé bien pero no estoy
completamente segura de si yo guiaba al grupo con mis ocurrencias o solamente
seguía a mis amigas. Puedo afirmar que la mayor parte de mis recuerdos son
felices y que disfruté mi infancia, pero no puedo evitar preguntarme si mi
pasado fue tan divertido como lo suelo contar. Creo que no hubo tantas fiestas
y sí más lecturas solitarias sobre personajes que para mí tenían una vida más
interesante que la mía.
Siempre estuve rodeada de
realidad y ficción y hasta a veces llegué a pensar que estaba hecha de ambas
cosas. Leí por ahí que el sentido de la autobiografía es definir quiénes somos,
capaz soy eso, una mezcla de ficción y realidad. Es en este punto de la
escritura cuando llego a la conclusión de que me resulta imposible narrar las
cosas como realmente sucedieron. Prefiero quedarme con las enseñanzas y las
emociones que las experiencias me dejaron, esas sensaciones que temo perder si
las plasmo en un papel. Por eso, hoy elijo enfocarme en estos aspectos, quizá
algún día miraré con otros ojos mi vida. Pero en ese momento será otra Tiara la
que se siente a escribirla.
Tiara Nadia Toribio
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