Tenía que ser
perfecto. Ni una mínima arruga, ni una manchita. El día siguiente sería su
primer día como gerente de planeamiento. Todo listo en la percha dentro del
estuche porta traje, desde la tarde anterior. Tardó cinco horas en conciliar el
sueño: se durmió a las tres de la madrugada. Igualmente se despertó y saltó de
la cama a las siete de la mañana. Antes de salir, el último paso del proceso:
la corbata. Elegida al tono del traje, en combinación con esa camisa blanca de
seda; perfecto nudo corazón y la punta delantera sobrepasa en su caída a la de
atrás.
Mezclando ansiedad y
altanería, sale a paso acelerado en busca del colectivo -¡Tanto detalle y
minuciosidad para que te salgas!- Las puntas de su corbata se escapan de su
pecho, saliéndose de entre las solapas de su traje de etiqueta, como en una
rebelión ante la estética que se le imponía. Llega el colectivo y hay mucha
gente detrás suyo. No hay tiempo de acomodar esta prenda, hay que buscar
monedas en el bolsillo para sacar el boleto -¿Cómo se me escapó ese detalle?
¡Debí haberlo previsto anoche!- Pasa al centro del colectivo, lleno de forma
tal que cualquier movimiento afectaría el perfecto planchado de treinta minutos
de la camisa. La corbata tendrá que esperar hasta que se baje más gente que la
que sube o, en su defecto, hasta que él se baje. No tiene que preocuparse. En
algún momento, antes de entrar a trabajar, se acomodará la cinta de tela que
pende de su cuello para que vuelva a ser una corbata elegante.
Su paciencia lo hizo
sufrir hasta que llegó a destino. Llegaría el alivio, ya se bajaría del
vehículo y podría alinearse, pero la desinhibición fue prematura: entre su
desesperación por atravesar el pasillo hasta el fondo y el apuro del chofer por
finalizar su recorrido, baja y queda enganchado por la punta de ambos extremos
de la rebelde prenda cuando se termina de cerrar la puerta. Ni él ni el
colectivero se dieron cuenta hasta que el perfecto nudo corazón comenzó a
apretar. La perfección limita el accionar del novato gerente. Piensa que aún puede
ser perfecto si atina a darse vuelta a favor del tirón, aprovechando que el
colectivo se mueve lentamente en el caos de tránsito, y sostiene fuertemente
con la punta de sus dedos la parte prisionera de la puerta para sacarla de una
vez sin arrugarla. Pero tropieza en un bache que lo deja colgando cual horca.
Tal vez hubiera sido perfecto si hubiese preparado las monedas la noche
anterior.
Emiliano
Cazanetz Dick
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