domingo, 3 de junio de 2012

La minifalda negra


En un vestuario lleno de perfume de rosas, de un ir y venir de tacones, de mejillas sonrosadas artificialmente, de volumen en las pestañas y boquitas de pescado, la bailarina tomó una de las prendas de su vestuario. Era una minifalda negra. Se la probó y al subir el cierre notó que se ajustaba demasiado a su figura y que era exageradamente corta para su performance. No quería dejar a “Los mareados” aún más mareados, así que probaría con otra.
Llevó sus brazos hacia atrás y bajó la cremallera, pero esta se detuvo un centímetro más abajo.  Giró con dificultad la pollera llevando el cierre hacia el frente, pero sus intentos fueron inútiles. Pidió ayuda. Intentaron bajarla por las piernas, pero la cintura de la pollera no avanzaba más allá de sus caderas. Probaron sacarla por arriba, pero su obstinación por conservar sus costillas, hizo infructuosa esta tarea. Con cada forcejeo la minifalda parecía volverse cada vez más chica. Se podría decir que se había vuelto una prenda íntima, intimísima, expuesta a una multitud de mujeres que, con bríos, tiraban de la tela, y de todo lo que cabía debajo.
“Se tiene que abrir”, la alentó, ofuscada, una de las muchachas, y con una delicadeza y gracia propia de un luchador de sumo, tomó cada uno de los extremos del cierre, mientras que con la cabeza sostenía a su amortajada amiga, para que no se cayera hacia delante.
Para alivio de la sofocada joven portadora del cinturón gástrico de tela, aparecieron unas tijeras.
Había que tener mucho cuidado. Al fin y al cabo, no querían dañar la preciosa minifalda negra.

La encapsulada joven respiró profundo y contuvo el aire. El frío metal rozaba su piel.
El corte fue certero. La pollera se deslizó por sus piernas sana y salva. Lamentablemente la falda estaba empapada en sangre pero nada que un buen lavado no solucionara.

Cintia Gabriela Paz

No hay comentarios: