“No hay mal que por bien no
venga” es, al igual que la mayoría de los proverbios, una muletilla de las
clases populares, un frase de aliento, un empujoncito coloquial y servil al
mantenimiento cotidiano de las condiciones precarias de existencia. Un cantito
milenario, proveniente del interior de las familias, impuesto por las viejas
comadronas que antaño se erguían encorvadas con las manos rígidas siempre
descansando sobre sus caderas dolientes de tantos sacos cargar.
Y de tanto repetirse se
vuelve una verdad cristalizada, un discurso que atraviesa y tranquiliza a los
nadies, una semilla de palo borracho que germina en el interior de las tripas
vacías, atraviesa con sus púas los pulmones oxidados y brota raspando una garganta
irritada por toser tantas gripes. Una flor blanca y rosa que se mastica bien
bajito, entre las muelas y la coca, y tranquiliza por bella, el semblante del
abatido. Logra que el excluido, relegado en esta sociedad injusta y desigual
mantenga su rol social con pasividad. Funciona como consuelo ante la miseria
presente y como promesa eterna de un devenir más esperanzador, remoto, pero
probable.
Siempre pienso en esto cuando
me cruzo en el tren a Máximo, un pibe de mi edad, que recorre los vagones del
Mitre repartiendo un papel, pidiendo colaboración, un empujón, una ayuda para
aportar a su familia, cuidarlos. Al principio me ponía a pensar cuánto teníamos
en común, cuán semejantes éramos, aunque su mirada marcaba una distancia brutal
entre nosotros, cuadras y cuadras de frío, asfalto y golpes. Ilusamente, se me
había ocurrido invitarlo a tomar algo, a charlar, a que me cuente de su vida y
sus problemas. Plantearle que había otro camino para transitar, que seguramente
lo ayudaría más a transformar su realidad y la de su familia: laburar,
formarse, etc. Pero mis ideales de élite universitaria que pujaban por mostrarle otra alternativa eran
estúpidos. Pequeño detalle: Máximo era, para la mayoría de la gente que le
esquivaba la mirada en la formación, un negro de mierda.
Manuel Guirao
No hay comentarios:
Publicar un comentario