lunes, 5 de septiembre de 2011

El viaje

Prefirió el camino más largo. Lo único que a esta altura le molestaba, era la indiferencia cómoda. Es fácil criticar al mundo, llenarse la boca hablando de la revolución. Lo difícil es lo que viene después. Ya sabía eso, un loco lo había dicho tiempo atrás y ella pudo verificarlo.

Recorrió el camino de siempre: atravesó la plaza, frenó en el centro, aceptó un café y se unió a alguna charla. Tantos días, tantos años, soportando injusticias y oídos sordos, y durante esa noche, eran dueñas del lugar. Había muchos acompañando y, por suerte, podía ver en esos ojos libres los mismos sueños de aquellos años. Era cada vez más complicado: los huesos, los músculos, la piel y el pulso se le habían debilitado, culpa del tiempo. Pero, buena suerte para unos, mala para otros, seguía ahí firme como siempre, por más doloroso que fuera. Incluso una noche fría como esa, justo en la época del año en que los grados empiezan a descender.

Los jóvenes la admiran, se lo dicen y ella no se lo cree pero igualmente les agradece; es obvio que lo ve en ellos, aunque ellos no lo sepan completamente. Algunos la abrazan, otros lloran, otros la graban, y ella los deja. Es la costumbre, piensa. Qué bueno ser un poco útil, piensa. Y comienza la caminata, con paso lento y tembloroso, pero firme.

La frente le pesa, le duele, pero no le importa. Sí en cambio las banderas, los cantos, el apoyo de quienes están y quienes no. El recuerdo le alcanza, le devuelve la juventud y las ganas, por más que ya tenga asumido no volverlo a ver en esta vida y aunque sepa bien que sus pasos la van a devolver exactamente al mismo lugar de donde partió.

Horas y horas más tarde vuelve a su casa, como todos los años, agotada y cargando con su más insoportable y amada posesión; acaso lo único palpable que llevara de él.

María Eva González

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