domingo, 6 de diciembre de 2009

Ensayo: La ciudad “ómnibus”: un espacio para todos

“Tenemos que irnos porque
está por venir el celador a cerrar la plaza”
I- La fiebre del hierro

La vida porteña aparenta ser una lucha contra la inseguridad ¿La ciudad es, tal como afirma Zygmunt Bauman, la arquitectura del miedo?
Pareciera que las rejas-en las plazas de la ciudad de Buenos Aires- buscan marcar una frontera entre un “nosotros “y un “ellos”, entre el orden y la naturaleza salvaje, entre la paz y la guerra[1].
El espacio público es víctima de la batalla urbana contra la inseguridad. Esta batalla se manifiesta en la paranoia y el miedo al peligro que es omnipresente y está instalado en nuestra mente y, tal como desarrolla Zygmunt Bauman, en el corazón mismo de la ciudad. El enrejamiento de los sitios públicos, tal como los espacios verdes, es producto de la necesidad de dirigir nuestro excedente de temores a los que no podemos dar una salida natural. La salida la encontramos tomando elaboradas precauciones contra todo el peligro visible o invisible, presente o previsto, conocido o por conocer, difuso aunque omnipresente: nos encerramos entre muros, tal como Zygmunt Bauman lo describe. El espacio se estructura como una mera construcción edilicia pareciéndose a un espacio privado.
La fiebre del hierro, está abordando nuestra ciudad y nuestras vidas.

II- Redescripción de la vida: el ómnibus y la plaza
En el momento de experimentar, tal como Paul Ricouer define a la mimesis I, la plaza, que es un lugar para todos, es parte de nuestro corazón porque en ella vivimos momentos de la vida dignos de ser narrados por la ficción en medio de la ciudad. Otro lugar para todos es el colectivo. El recorrido que hacemos cotidianamente muchas veces, nos hace recordar momentos del pasado. En ambos espacios públicos, la realidad se redescribe en el encuentro con el otro, hay significados que se intercambian: es la vida misma la que entra en un juego simbólico. Cuando nos topamos con la ficción ponemos en juego como lectores nuestras capacidades, llevándose a cabo un intercambio: es un ida y vuelta entre el lector y el texto, tal como Paul Ricoeur define a la mimesis III. De esta manera, podemos redescubrir hechos del pasado y con ello construir a través de la lectura de ficción, una nueva visión de ciudad.
La ficción nos pide a gritos libertad para expresarse y poder narrar la ciudad como un espacio a recorrer del cual Irene Klein sugiere que mediante la ficción conozco más mundo, conozco el drama de la existencia humana. Y tal como Paul Ricoeur afirma en su obra, las vidas humanas necesitan y merecen contarse. Es en la ciudad donde los seres humanos nos desarrollamos, y en ella las historias que se forman merecen un reconocimiento y ser contadas como tales por la ficción. Por eso es necesario mantener los espacios públicos, para que las historias sigan de pie, sigan su curso, puedan continuar mediante la ficción. Así, por medio de la ficción redescribimos la ciudad para todos. Como seres humanos, tenemos la necesidad de contar el recorrido de nuestra vida por la ciudad. La ficción es una herramienta eficaz utilizada por tantos escritores como Cortázar para redescribir la ciudad y contar la propia vida y la de las demás vidas humanas. La ficción lee a la ciudad repensando sus sentidos en el miedo y la inseguridad, y como espacio donde se cuentan las historias de los seres humanos.
La ficción golpea la puerta para entrar a la ciudad y contarnos la historia de tantos seres humanos dignos de ser contadas, porque si la ciudad es para todos, la construimos entre todos. Y son esas historias las que la ficción utiliza para contarnos y ver lo que hay en nuestra metrópoli. La ficción, con su magia, nos da la mano para que nosotros como lectores podamos repensar el viaje en un colectivo o la estadía en una plaza, así como también las fronteras que existen entre lo público y lo privado.

El espacio público, en algunos casos, no es verdaderamente para todos. Como afirma Zygmunt Bauman, el espacio es “publico” en la medida en que los hombres y las mujeres a los que se les permite la entrada y tienen posibilidades de entrar no son preseleccionados.
Dentro del espacio de la ficción, la muchacha del cuento de Cortázar encuentra en el cartel de la puerta de emergencia, tal como se narra en el cuento, una zona de seguridad, una tregua donde pensar sucediendo lo mismo en las plazas. ¿Realmente una reja da seguridad?
Probablemente, en la mente de Cortázar haya existido la experiencia personal de haber pensado viajando en ómnibus. En medio del encierro, quizás haya dejado ese espacio donde pensar para darle escape al encierro, estableciendo a la ficción como salida de emergencia. La ficción fue usada por Cortázar y por otros tantos como él para darle cause a los pensamientos que corren en cada espacio de la ciudad. Quizás, haya sido el mismo Cortázar quien haya viajado en el 168, o probablemente, haya tenido algún recuerdo de su vida cerca del cementerio, tal como se narra en el cuento, que lo hizo repensar y redescribir mediante la experiencia.

III- Recuerdos que no voy a olvidar

Cuando era chica, siempre me gustaba jugar en la plaza. Al pasar unas horas, mi mamá me decía “Nos tenemos que ir porque el celador está por venir a cerrar la plaza” y yo respondía “un ratito más”, aunque nunca me había cuestionado su planteo ni mi respuesta hasta ahora. Nunca vi ni al celador ni a la llave que cierre la plaza. Ahora, hay enrejado, cerradura y llave. La idea de que había que irse porque venía el celador gobernaba mi mente cuando era pequeña pero hoy ha desaparecido.
La plaza y el ómnibus son lugares de unión, donde miles de personas comparten y redescubren la propia existencia en el intercambio con el otro. No es como el colegio, donde uno se junta con gente de su edad y de más o menos las mismas condiciones de vida, más bien, en la plaza no hay horarios, o no los había. En la plaza están los niños, los adultos que acompañan, los amigos que se juntan a tomar mate, los que practican deportes, los que hacen tiempo y leen un libro. En el colectivo, están quienes se trasladan de un lugar a otro, ya sea trabajo, estudio, casa, paseo, visitas a familiares, trámites, médicos, diligencias y hobbies.
Cada baldosa, cada colectivero, cada banco, cada asiento, cada árbol, cada recorrido guarda una historia, un recuerdo, una ilusión, un sentimiento que merece ser contado. ¿Qué pasaría si fueran más respetados?
La ciudad es un ómnibus para todos. No dejo de tener en cuenta que la cuestión de “para todos” abarca cuestiones más profundas que exceden a este trabajo, pero que no dejan de estar presentes.
La plaza no es una casa donde hay paredes, techo y estructuras que le dan forma. La amalgama la produce el encuentro entre las personas reconstruyendo el espacio público como lugar de encuentro. Es allí donde la vida, mediante la experiencia, es redescubierta por la ficción. Quizás la plaza se haya transformado en una cárcel verde, visto como una metáfora de la vida urbana abriendo a repensar el panorama que divide lo público de lo privado. Si las plazas forman parte del espacio público, ¿enrejarlas no sería negar nuestro derecho a utilizarlas libremente? En medio de esta marea que sube, la ficción nos da la libertad para expresarnos y mostrar la ciudad en que vivimos.

IV - Verde que te quiero verde
Por un lado, una reja refleja el símbolo de la seguridad pero ¿es suficiente para combatir la inseguridad? ¿Existe realmente la inseguridad o es producto de la paranoia? Mientras tanto, una de cada cuatro plazas está enrejada.
Por otro lado, el ómnibus presenta una estructura que hace repensar la distancia que existe entre lo público y lo privado, llevando a reflexionar mediante la ficción los caminos que recorremos diariamente.
En la ciudad se celebra el arte de lo desconocido, unidos por los miedos, las inseguridades alimentadas, pasajeras, cercanas o lejanas. La ciudad tiene aroma a inseguridad cuando la recorro, tiene más sabor viendo más allá del primer horizonte. La ficción saca a la luz el sentido escondido detrás de la primera visión de ciudad. Y luego de ésta, se encuentra la ciudad vista desde el catalejo de la ficción. Porque las historias de vida de los seres humanos no deben detenerse y contarse sin barreras porque se lo merecen, nos lo merecemos.
La ficción ayuda a construir una ciudad como nos gustaría o como la soñamos, porque a partir de los recuerdos que tenemos podemos construir una historia o narrar un cuento a partir de un hecho sucedido: así lo hizo Cortázar en “Ómnibus”. Quizás este escritor haya recorrido ese tramo en colectivo y se haya sentido “perdido” en medio de esas personas construyendo así su visión de ciudad.
¿Por qué enrejan las plazas? ¿Para que no se roben los árboles? ¿Por qué el encuentro entre personas diferentes causa tanto peso para la muchacha del cuento mencionado?
“Recuerdos que no voy a olvidar” dijo Fito Páez en una de sus canciones ¿y si la arquitectura del miedo se lleva nuestros recuerdos, que hacemos? ¿Y si la ciudad no hablara a través de la ficción, qué haríamos? No creo que esto pueda suceder, porque las vivencias se llevan adentro y debemos dejarlas crecer para que esos relatos urbanos salgan a flote.
Natalia Orsi

[1] Zygmunt Bauman: “Vida Líquida: refugiarse en la caja de pandora o miedo y seguridad en la ciudad”

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