martes, 2 de diciembre de 2008

Para reflexionar: En búsqueda de un patio compartido

La sociedad humana es distinta de un rebaño
de animales porque alguien puede sostenerte;
es distinta porque es capaz de convivir con inválidos (…),
nació junto con la compasión y con el cuidado
de los demás, cualidades sólo humanas.
Zygmunt Bauman



Descender de un colectivo al regresar del trabajo a las seis de la tarde en la ciudad de Buenos Aires es sinónimo de odisea prácticamente, se entremezclan empujones repartidos y hasta el más suave de los insultos resulta intolerable, para colmo es verano. El calor sofoca pero se recupera algo de aliento una vez que el recorrido de la línea 9 de colectivos termina para quienes solicitan parada y bajan del “vagón”. Una señora y una adolescente coinciden en el camino que hay que andar para llegar a casa:
_ ¿Vas para allá querida?, se oye quejosa la pregunta. La joven responde con un gesto amable y acompaña el breve recorrido que dura dos cuadras. La mujer cincuentona dirá sueltamente que “...antes uno se podía confiar en cualquier momento pero desde que llegaron estos inmigrantes al barrio, todo cambió y no se sabe con qué clase de extraños nos podemos topar…”, minutos después intentará disimular su vergüenza al observar sin poder creer que su acompañante, una “extraña”, ingresa con pesados pasos al Mega. Espacio territorial despreciado por un discurso que penosamente es representante del pensamiento de muchos.
El barrio porteño en cuestión es Parque Patricios que, con la instalación definitiva de los habitantes de un nuevo núcleo urbano, desde hace un tiempo, pone de relieve en algunas de sus cuadras una problemática que deja al descubierto ciertos contrastes entre grupos humanos que nacen del simple señalamiento hacia lo que se considera foráneo. Una porción de ciudad que fue preparada para cobijar a quienes llegaron hace tan poco desde muy cerca, resulta ser el contraste del conjunto de voces de los que procuran ser el “nosotros”, éstos miran desconfiados mientras alimentan la no bienvenida a esos “otros”, especie de extranjeros al decir de Sygmunt Bauman. De este modo, inevitablemente se denotan ciertas diferencias establecidas arbitrariamente respecto “al nuevo, desconocido, distinto, de afuera, del otro lado”, que se expresan aún con la distancia generalizada y silenciosa a veces pero también a la vista están las incontables prácticas que difieren y los muros materiales que parecen separar dos mundos. Es entonces cuando cabe plantear por qué surgen tales trazos en la ciudad que en definitiva delimitan verdaderos “biomas humanos”, pero fundamentalmente cómo es plasmado esto, inclusive, dentro de los límites de un pequeño paisaje urbano.
En este sentido, Sygmunt Bauman plantea un doble recorrido:
Vivir en una ciudad significa vivir en compañía de extranjeros. Nunca dejaremos de ser extranjeros: nos mantendremos como tales, sin interés por interactuar, pero, por ser vecinos los unos de los otros, destinados a enriquecernos recíprocamente.[1]


Nuevo complejo “El Mega” Vieja despensa “La Familia”

El MTL (Movimiento Territorial de Liberación) es una organización piquetera vinculada a la defensa de los vecinos frente a los desalojos, de la gente sin vivienda, de los desocupados, de los exiliados económicos que vienen de los países limítrofes a buscarse el futuro. En Parque Patricios llevaron a cabo un Megaproyecto de recuperación de una fábrica para construir viviendas, de manera autogestiva, con el objetivo de dar solución a los problemas habitacionales y que los trabajadores puedan ser residentes de ese lugar.
A partir de la conceptualización de Katz Claudio[2] resulta posible aproximarse a la noción de “organización piquetera”: Los piqueteros mantienen en pie la protesta social luego del repliegue de las asambleas barriales, los escraches y los cacerolazos. Su presencia en las calles torna visible la miseria al conjunto de la sociedad, contrapesa la resignación y obliga a discutir la tragedia social que padece la mitad de la población. Los piqueteros han logrado un nivel de organización de los desocupados inédito a escala internacional, pero no se limitan a demandar subsidios para sus adherentes. Recogen las reivindicaciones de otros sectores explotados y por eso se perfilan como referentes de la resistencia popular. Su movilización ha desconcertado al establishment que oscila entre el desprecio ("son muchedumbres silenciosas"), la compasión hipócrita ("hay que comprenderlos porque son pobres") y la exigencia de represión ("no pueden apropiarse del espacio público").
En el Mega, como llaman al nuevo complejo, trabajaron aproximadamente 500 personas para construir más de 300 viviendas en una manzana del barrio. Paradójicamente, la construcción de este espacio recibió, en un barrio que tiene experiencias en viviendas sociales y colectivas, algunas críticas de los vecinos.

Barrio “El Mega”

Una vivienda testigo de dos frentes: el Mega en sus narices (detrás del lente de la cámara) y las casas vecinas casi idénticas que la rodean.


Como si se tratara de un juego que se disputa entre dos especies de bandos es fácilmente identificable un “nosotros” (los antiguos vecinos instalados) que se apropian de las calles y su historia, versus “los otros” que han llegado con aire de búsqueda y para quienes mejorar el nivel de vida es la promesa que pretenden cumplir…Y entre unos y otros es evidente a veces la similitud de experiencias de vida sin embargo lejos están de reflejarse iguales. Son distintos pero idénticos a la vez aunque cabe preguntarse: ¿distintos respecto a qué, a quiénes?

“…cuanto más se desvaloriza el espacio, menos protectora es la distancia y más obsesivamente la gente traza y altera fronteras…y emprendemos la búsqueda de diferencias justamente para legitimar las fronteras…”[3]

De trasfondo, los nuevos y prolijos edificios son testigos de las voces contrapuestas que se oyen al sol que aún permanece en la tarde, a su vez representan en el escenario el esfuerzo y la voluntad de familias enteras que han llegado humildemente persiguiendo desconocidos horizontes. Los colores pastel inundan las estructuras pero también parecen pintar suavemente los anhelos de los nuevos habitantes aunque también es evidente la presencia de rejas que rodean el complejo y que en este caso no dan paso a la oleada de prejuicios del afuera.
Los habitantes con porte renovado pueden esquivar varios fusiles desde la vereda de enfrente y es que, si hay algo de lo que no pueden ser acusados es de carecer de la cultura de trabajo, por ejemplo, bien incorporada la tienen. Pero la mirada no se inmuta y persiste densa sin mirar porque no desea hacerlo, mientras la minoría que se desentiende sanamente de la rivalidad intenta convivir. Los “otros” buscan familiarizarse con el nuevo espacio desde lo cotidiano: la misma lucha permanente que los ha llevado a su lugar y saben que van por más. Su simpleza se advierte diariamente: se levantan y andan el camino. Algunos, no pocos lamentablemente, se perciben diferentes más allá del señalamiento pero también entienden que en sus manos está acercarse un poquito más a aquello que llaman libertad. Entonces se convencen y aún superando la edad de treinta años deciden alfabetizarse para “igualarse” y lograr aquel enorme objetivo con sus propias herramientas. No es sencillo tomar valor y crecer pero al reconocer el avance no es posible medir la gratificación, se dirán a sí mismos publicando su entusiasmo. Hacer oídos sordos a los prejuicios no resulta complicado cuando permanece la elección de vida empinada y el arrojarse a la confrontación de las dificultades en pos del cambio añorado. Lo saben, lo viven. Y así es como desoyen las voces enemistadas.
Compartir con Griselda una visión que es sinónimo de cohesión social hace más probable que puedan derribarse los muros, evidentes y no videntes, que hoy se imponen sin sentido. “Nos tildan de diferentes y nos hacen a un costado, es como si se olvidaran que estamos aquí por lo mismo”, dice convencida. Pero agrega con cautela que “…ellos saben de llevar a sus hijos a un parque a jugar después de la escuela, a los nuestros los tuvimos que mandar a laburar…”. Y es que, es notable como en muchas mentes se levantan prolijamente, altas y fuertes, medianeras difíciles de atravesar. Si fuera posible que desde algunas orillas dibujadas puedan ser acompañados algunos objetivos en común, tan mayores serían los resultados. Muchos imaginan despiertos. Mientras, allá afuera, los chicos que aún no están impregnados del todo por ideas preconcebidas se animan a jugar de la mano y sin darse cuenta crecen juntos. Un “Día del Niño” en el Mega refleja cómo es factible movilizar un trozo de ciudad aparentemente intocable e inmodificable, adueñándose de sus calles alegremente. El manojo de caminos no espera inmóvil, se mueve inquieto procurando cierta integración al decir de Julieta y Nahuel, quienes abren sus corazones y mentes cuando no dudan en enseñar lo que saben a los más chiquitos.
“Las ciudades han dejado de ser promesa de crecimiento o prosperidad, y las diferencias sociales se han acentuado dramáticamente con nuevas formas de segregación espacial. Mientras las villas de emergencia se han vuelto impenetrables salvo para sus propios habitantes, la “arquitectura del miedo” cerca con muros y rejas los nuevos límites de barrios privados, ciudades cerradas y countries, para garantizar la seguridad, la homogeneidad social y la exclusión de los otros.”, sostiene Graciela Speranza. Si bien es cierto lo que afirma la autora, resulta interesante resaltar ciertos aspectos que se desprenden del paisaje de Parque Patricios y la experiencia concreta del complejo de la calle Monteagudo. Allí los límites que menciona Speranza no rodean countries aislados porque la gente que vive allí tal vez desearía pero no tiene el poder adquisitivo para habitarlos, pero son visibles y en todo caso de lo que pretenden aislarse es precisamente de los márgenes invisibles que se delinean apenas se cruzan las rejas que rodean el Mega. Por otro lado, “..garantizar la seguridad, la homogeneidad social y la exclusión de los otros” es una acción que se pretende concretar, aunque a partir de distintas posturas, desde los antiguos y recientes vecinos con lo cual es doblemente fuerte la separación de intereses y lejana la convivencia en el mismo espacio, dado que consciente e inconscientemente procurando conservar intactas y aisladas entre sí determinadas prácticas, éstas casi se perpetúan sin llegar a conectarse. Así es como afuera pero al lado nomás, sucede que vecinos “viejos” y “nuevos” se desencuentran y es notable cómo desde los dos frentes y con argumentos que en cierto punto coinciden el sentido de pertenencia común deja de ser probable.
Aunque se perciba un tono gris en esta doble tendencia, regresando nuevamente a Bauman, parece tener más peso finalmente considerar que:

“…podemos ser diferentes y vivir juntos, y podemos aprender el arte de vivir con la diferencia, respetándola, salvaguardando la diferencia de uno y aceptando la diferencia del otro. Este aprendizaje puede hacerse de día en día, imperceptiblemente, en la ciudad.”


Camino al derrumbe de las fronteras

_ Vinimos desde los márgenes cercanos, pudimos irnos de las villas Zabaleta y Flores pero en vez de vivirlo desde el principio como un gran avance, acá fuimos nuevamente excluídos socialmente y observados de costado como si fuésemos extraterrestres, dispara Nahuel. Pero agrega que lo importante es armarse de una gran coraza capaz de brindar protección a los que están en edad de crecimiento, chicos y preadolescentes que pueden ser capaces de edificar pronto otras reglas de convivencia. Sabe que la indiferencia latente puede dejar cicatrices. Sin embargo, apuesta a continuar junto a compañeros de la vida, con la construcción de espacios compartidos que nacieron hace tiempo de las ganas de moldear una realidad alternativa. Así es como una biblioteca comunitaria convive con experiencias de encuentro, el Teatro “Bachín” desconoce de ridículas diferencias impuestas (no es casual) y las recreaciones para chicos, apoyo escolar, programas de alfabetización para adultos confluyen hacia un mismo logro y generar diálogo entre todos los vecinos no suena utópico. Las actividades tienden a generar hechos modificadores del entorno cotidiano, pretenden humildemente ser integrantes del motor que opera sobre las circunstancias muchas veces adversas de quienes eligen dar sentido y enriquecer el desafío. Y es que, muchas personas que se han hecho adultas a la fuerza, instalados en otro (nuevo) espacio geográfico luego de haber dejado atrás sus viviendas precarias y condiciones limitadas de vida, son verdaderos seres sabios que entendieron la lucha en común como fundamental para el alcance de lo que hoy tienen: techos propios y un mar de anhelos más cercano por cumplir. Hacer extensiva esta lucha a la comunidad toda, más allá de los límites formales e informales de un barrio urbano, en el marco del contagio de las prácticas mencionadas tal vez sea el modo simple y complejo a la vez de “…poder ser diferentes y vivir juntos…”.

Cyntia Hurtado
Bibliografía

Bauman, Zygmunt: “Vivir con extranjeros”, en Confianza y temor en la ciudad. Vivir con extranjeros, Barcelona, Arcadia, 2006.

Katz, Claudio: artículo “El significado del movimiento piquetero”, en Espacio Alternativo, abril 2004. Economista, profesor de la UBA, investigador del Conicet. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).

Speranza, Graciela: “De límites y pasajes”, en el dossier del 2º Encuentro Internacional de Pensamiento Urbano, organizado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, agosto 2006.


[1] Bauman, Zygmunt. “Vivir con extranjeros”.
[2] Economista, profesor de la UBA, investigador del Conicet.
[3] Bauman, Zygmunt. “Vivir con extranjeros”.

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