lunes, 5 de noviembre de 2007

La decisión

De repente la idea pasó por su cabeza como un rayo, destruyéndolo todo. Las peleas, los insultos y el dolor hechos pedazos, mezclándose con los trozos de alegría, sonrisas, abrazos y reconciliaciones. Todo hecho trizas en su mente tan solo por el poder de la idea.
Un sonido agudo la hizo volver en sí. Se levantó rápidamente, puso un saquito de té de tilo en la taza que él le había regalado. Percibió el calor del agua caliente a través del objeto. Se sentía bien en sus manos heladas. Acercó su nariz para calentarse con el cálido vapor que despedía. Sólo eso le sirvió para volver a perderse en sus pensamientos.
Una taza, una taza… ¡Qué regalo romántico! Años de conocerlo (¿y amarlo?) le habían enseñado que él no entendía el concepto de romanticismo.
Ahora estaba caminando por el parque. Millones de hojas crujían debajo de sus botas. Ella trataba de acercar su rostro al apático sol de otoño para sentir al menos una falsa caricia, mientras intentaba recordar cuando fue la última vez que Marcos había tenido un gesto cariñoso para con ella. Mientras tanto las hojas que antes habían sido jóvenes y fuertes morían a sus pies, una triste analogía de su relación.
Tenía que tomar una decisión. Aceptaría a Marcos (en lo que se había convertido) o lo dejaría para siempre… pero no podía esperar más tiempo. Sentía que la vida se le iba lenta y dolorosamente.
Marcos y ella caminaban por el parque, cabizbajos. Las risas de los niños tenían consistencia, eran pesadas e invasivas, como un monstruo que quería destrozarlos desde adentro hacia afuera.
-No aguanto más- dijo él mirándola a los ojos. Ella movió la cabeza hacia la derecha para intentar evitar la mirada imaginaria. Imposible. Del otro lado estaban ella y Marcos corriendo alrededor de la pileta de su casa, mucho más jóvenes. Era un juego en el que ella corría para no ser atrapada. Quería ser atrapada. Fue atrapada.
Marcos volvía en una hora y ella tenía que tomar una decisión para entonces.
Llegó a su casa y abrió la puerta con la mayor velocidad posible para poder atender el teléfono que sonaba insistentemente.
-Camila.
-Es 25 de abril. ¿Cómo estás?
Sintió no poder responder a tan simple pregunta. Aunque en realidad lo hizo, se largó a llorar.
-Te llamo más tarde- dijo, y cortó. Extraña llamada, pero entre amigas se manejan ciertos códigos.
En cuanto colgó se largó a llorar con mayor fuerza. Marcos la miraba desde la silla que estaba frente a ella:-¿Cómo pudiste?
-Lo hice porque temía perderte- respondió ella a la nada misma. Era demasiado joven.
El más doloroso de los recuerdos la golpeó en la cara. Un oso de peluche y una nota de Marcos que decía:-Camila me contó todo. ¿Cuándo pensabas darme la sorpresa? Estoy muy feliz. Te amo.
Recordó haber pensado que Camila no le podía haber contado todo, porque en ese entonces todavía no lo sabía TODO.
-Marcos, tenemos que hablar.- frase profética que se utiliza sólo para dar aviso de que las palabras que siguen serán demasiado dolorosas. Nada fue lo mismo desde entonces.
La confesión la dejó desnuda ante la mirada enjuiciadora de Marcos. Él la amaba, la amaba demasiado, pero lo que ella había hecho fue asesinar el amor que juntos habían construido.
Lo que sucedió después sólo se puede comprender como un temor absoluto y determinante de Marcos por salir de lo conocido, de lo cotidiano. Sólo se le puede llamar inercia. Se había acostumbrado a la vida en pareja, y la soledad lo aterraba.
Ella sabía que Marcos la odiaba con la misma intensidad con la que la amaba, y temía que en algún momento se diera cuenta.
No pudo evitar sentir nauseas (Dios, las mismas que había sentido varias veces en aquella época) y corrió al baño. Una gota de sudor recorrió su frente. La imagen del osito la perseguía:- No puedo dejarlo, esta vez tengo que hacer bien las cosas. Si estoy embarazada se lo voy a contar.
Marcos abrió la puerta. Había algo extraño en su mirada, la miró a los ojos, le dio un beso y entonces le dijo:- Estuve pensando y… tenemos que hablar.
Paola Siles

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